Hace poco os hablaba de ‘El cuervo’ (‘The Raven’, Roger Corman, 1963), una de las adaptaciones del famoso poema escrito por el escritor Edgar Allan Poe, en el que el equipo formado por Corman y Richard Matheson se tomaban no pocas licencias. En ‘El cuervo’ (‘The Raven’, Louis Friedlander, 1935), la primera adaptación del citado poema, el guionista David Boheim, que junto a la aportación de otros siete guionistas construyeron un relato de lo más retorcido alrededor de la obsesión amorosa y la tortura.
El film pertenece a la etapa en la que el prolífico director Lew Landers, quien firmó sus primeras películas, en una filmografía de más de cien títulos, como Louis Friedlander. Producido por la Universal en su famoso ciclo de terror, de enorme éxito entre las audiencias que, tras un crack económico tan brutal como el de 1929, buscaban en el cine ficciones que les alejasen de la dura realidad. Las estrellas más terroríficas de la época, Boris Karloff y Bela Lugosi, ya habían coincidido en otra adaptación sobre Poe, ‘Satanás’ (‘The Black Cat’, Edgar G. Ulmer, 1934), con grandes resultados también.
‘El cuervo’ es una película que dura 58 minutos, va directa al grano, y es un claro ejemplo del estilo de narración de otra época, en la que la capacidad de síntesis era casi ley, y sin dar la sensación de estar apresurado –salvo para los contaminados por las narraciones epilépticas modernas−. Un coche conducido por Jane (Irene Ware) tiene un terrible accidente, quedando su conductora al borde de la muerte. Tras la imposibilidad de operarla, el padre de la chica recurre al siniestro doctor Richard Vollin (Bela Lugosi) para que la opere. El resultado será que Vollin se enamora de ella hasta límites insospechados.
La aparición de Vollin deja clara la psicología del personaje, turbio donde los haya, con conocimientos por encima de los demás, lo cual le hace un villano aún más peligroso, y así lo comprobamos en todo el tercio final, en el que la imaginación del doctor se materializa en el uso de aparatos de tortura que ha estado construyendo, inspirado, y sobre todo obsesionado, por la lectura de Poe, de quien el personaje no hace más que citar ‘The Pit and the Pendulum’, al que la película le hace también un sentido homenaje, adelantándose en tres décadas a lo que más tarde haría Corman en su famoso ciclo de films dedicados al escritor de Boston.
Lugosi vs. Karloff
La progresiva locura de Vollin está muy bien expresada por ese actor, tan exagerado y teatral, que era Bela Lugosi, quien era capaz de intimidar con su intensa mirada, uno de los puntos fuertes de su estilo, adecuado sobre todo para personajes que navegan por el terror más físico e intenso. Baste recordar la trampa que le tiende a Bateman –un fugitivo de la ley, que quiere cambiar su aspecto− para tenerlo completamente bajo su control. En dicho instante Bateman pasa a personificar un ave enjaulada, con su captor riéndose de él por una pequeña ventana.
A Karloff le corresponde, una vez más, dar vida a un “monstruo”, en este caso un delincuente desfigurado por Vollin con el fin de que le ayude con sus diabólicos planes de venganza. Sin embargo, Bateman, perfecto antagonista, tiene un punto “débil”; toda su vida ha sido rechazado por su aspecto, llegando a interpretar con ello que la fealdad es sinónimo de maldad, de ahí que al sentir la bondad de Jean, y por otro lado verse acorralado ante Vollin, decida actuar haciendo el bien, quizá por única, y última, vez en su vida.
De este modo, y tal y como señala el profesor David Felipe Arranz, ‘El cuervo’ nos regala un más que bello estudio sobre la eterna confrontación entre ética y estética, tumbando todo tipo de creencias al respecto. Un cuento de terror que nos ofrece además un apasionante duelo entre Karloff y Lugosi, con instantes tan poderosos como Vollin interpretando al piano siniestras piezas, simulando estar encerrado en su mundo particular, o el destino que sufre en uno de sus aparatos, en el que la morbosa obsesión por la tortura se transforma en un alarido que hiela la sangre.
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