‘El cazador’ (‘The Deer Hunter’, Michael Cimino, 1978) es sin duda la película más famosa y aplaudida de su director, quien ha tenido una de las filmografías y vida más extrañas del celuloide, con momentos para alcanzar la gloria, como la presente película, o ser señalado por provocar la ruina de la United Artists con ‘La puerta del cielo’ (‘Heaven’s Gate’, 1980), que entre otras cosas hizo que despidieran a Cimino de la silla de director en ‘El rey de la comedia’ (‘The King of Comedy’, Martin Scorsese, 1982), ‘Footloose’ (id, Herbert Ross, 1984) y ‘Motín a bordo’ (‘The Bounty’, Roger Donaldson, 1984).
Cimino empezó participando en los guiones de películas ‘Naves misteriosas’ (‘Silent Running’, Douglas Trumbull, 1972) y ‘Harry el fuerte’ (‘Magnum Force’, Ted Post, 1973), por cuyo trabajo quedó impresionado Clint Eastwood, quien le encargó la escritura de ‘Un botín de 500.000 dólares’ (‘Thuinderbolt & Lighfoot’, 1974), que iba a dirigir el famoso actor. Cimino le convenció para hacerlo él y el éxito fue espectacular, abriendo las puertas a un director que con su siguiente película se haría con el favor de la Academia de Hollywood, logrando cinco Oscars con su terrible visión sobre la guerra.
El cine bélico es el que sin duda más refleja la realidad del ser humano. Cada película es hija de su tiempo, y las absurdas contiendas bélicas a lo largo y ancho de la historia de la humanidad han servido al séptimo arte para crear un retrato, siempre duro y pesimista, sobre la “realidad”. 'El cazador’ además se inscribe en esa pequeña etiqueta de “películas de Vietnam” y comparte lugar de honor al lado de ‘Apocalypse Now’ (id, Francis Ford Coppola, 1979), que al años siguiente mostraría el horror, nunca mejor dicho, de la locura bélica.
Una historia de amistad
Cierto es que el film de Cimino no se centra totalmente en la contienda como la mayor parte de los films bélicos. Su historia está dividida en tres partes bien diferenciadas, un antes, durante y después de la guerra, contando la historia de amistad de sus personajes centrales, la crudeza de vivir la experiencia horrible de una guerra —parte que fue duramente criticada en su momento por ofrecer una visión muy negativa de los vietnamitas—, y el terrible trauma posterior de haber pasado por dicha experiencia.
Un grupo de amigos pasan sus últimos días antes de partir hacia Vietnam a servir a su país. Uno de ellos incluso se casa antes de partir, una boda que ocupa bastante metraje en la primer parte del film, aquella en la que vemos muy de cerca los lazos íntimos de los personajes, su día a día, sus aficiones —la caza, como clara alegoría sobre la muerte—, sus sueños y deseos, miedos y alegrías. Una grandiosa secuencia que Cimino invitó a convertir en realidad haciendo que todos celebrasen de verdad una fiesta.
Y es que veracidad es una palabra que le queda perfectamente a una película que habla no sólo sobre la Guerra y sus consecuencias, sino sobre la amistad inquebrantable y lo que se es capaz de hacer por un amigo. Muchas de las secuencias que vemos son reales, Christopher Walken escupiendo de verdad a Robert De Niro en la cara, provocando el enfado del actor, De Niro y Savage saltando de verdad desde un helicóptero, o Meryl Streep haciendo gala de una gran improvisación al inventarse sus propias líneas de diálogo.
La grandeza de lo sencillo
Veracidad terrible y odiosa en el bloque central, el ambientado en Vietnam, donde los personajes centrales han sido capturados por el enemigo y sirven de conejillos de indias a sus juegos mortales con la ruleta rusa. La crudeza de la violencia, ese desesperanzador realismo —cuando vemos a John Savage quejándose de que hay ratas en su jaula, es real, el actor se lo gritaba al director, para que le sacaran de allí por su miedo a las ratas—, y esa inequívoca melancolía que baña sobre todo el tercer acto, hacen de ‘El cazador’ uno de los relatos modernos más feroces sobre la vida.
Cimimo demuestra un completo control en la puesta en escena, sobre todo a la hora del montaje, obra de Peter Zinner, que me parece el premio más merecido de todos. Cimino no abusa ni un solo instante de los grandes medios que tuvo a su alcance y rehuye todo lo que sea grandilocuente, siendo una película enorme. La visceralidad con la que se acerca a sus personajes —el film es una lección de planificación— denota sencillez y claridad, mientras nos muestra el horror de la mente tras una guerra.
Robert De Niro se encontraba en su mejor época y su composición está llena de fuerza, demostrando un perfecto feeling con su parteniare Christopher Walken, que se llevó un Oscar por su atormentada interpretación del único amigo que no es capaz de dejar atrás lo vivido en la contienda, y lejos de regresar a su país como un vencido, con todo lo que eso supone de humillación, se queda a arriesgar continuamente su vida en un estúpido juego producto del más terrible de los inventos del ser humano: las guerras.
Cine visceral, libre y poderoso, aparta la denuncia social en pos de la historia humana de un grupo de amigo que empiezan la película con una boda y la concluyen con un funeral, mientras sus cansadas voces corean el God Bles America como elegía a lo perdido. En el recuerdo la música de Stanley Myers, tan sencilla como efectiva, o la empatía de un cazador, ahora solitario sin su mejor amigo, con su víctima, el ciervo del título, en una secuencia lírica, como casi toda la película, comprendiendo el dolor y el miedo, y tomando la elección de la vida.
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