Antes de nada una disculpa. Este texto debía estar publicado hace semanas. En su momento me comprometí con el lector Bob Mackey a realizar una crítica de ‘Collateral’ pues el citado temía que mi compañero Adrián Massanet la destrozara después de hablar mal de Michael Mann en unos cuantos artículos. Dos apuntes al respecto: conmigo las expresiones “para mañana” o “vengo ahora” cobran un nuevo significado; y no es tan fiero el lobo como lo pintan, y de cerca menos. También debo decir que cierto listado, y su resaca, que he confeccionado me ha llevando más tiempo del habitual, y me ha dejado apartado de mis otras obligaciones. Disculpas aparte, vamos con una de las últimas grandes películas que nos ha dejado el cine norteamericano. Realizada hace siete años parece que fue ayer cuando se estrenó, y sin embargo toda una eternidad parece que ha transcurrido desde entonces, pues la calidad del film de Mann no ha vuelto a verse en ningún thriller realizado en aquellas tierras.
Debo confesar que el cine de Michael Mann tardó en entrarme, al menos el realizado a partir de la épica ‘Heat’ (id, 1995). El hecho con anterioridad, aún poseyendo ciertas virtudes, me aburre bastante. Desde su ópera prima ‘Ladrón’ (‘Thief’, 1981), pasando por la excelente premisa de ‘El torreón’ (‘The Keep’, 1983), hasta ‘El último mohicano’ (‘The Last of the Mohicans’, 1992) en la que Daniel Day-Lewis ponía toda su vitalidad en pasarse la película corriendo. A partir del monumental film que enfrenta a Pacino y De Niro todo cambia, Mann encuentra su estilo y nos regala tres películas inmejorables, siendo ‘Collateral’ la tercera de ellas. Un thriller lleno de tensión que además muestra a un Tom Cruise desconocido, realizando una de sus mejores interpretaciones.
Cuando se habla de Michael Mann muchos se refieren a él como un cineasta moderno, si es que tal acepción puede darse. Las etiquetas a menudo sobran, sólo sirven para ejercitar ese a veces ridículo deporte de la clasificación, sin darnos cuenta de que el arte escapa la mayoría de las veces a esa tiranía. Michael Mann es mucho más que un cineasta moderno. La actual tecnología le permite aplicar interesantes texturas al género del thriller —el uso de cámaras digitales que tanto parecen obsesionar a Mann—, pero su cine contiene ecos clásicos de profunda raíz. El polar francés, con Jean Pierre Melville a la cabeza, y Antonioni, son filtrados por Mann hasta conseguir un estilo propio y único, donde modernidad y clasicismo se dan la mano. Afortunadamente Mann tiene algo a su favor de lo que no disponen los dos directores mencionados: no es aburrido, y sus inquietudes o intenciones no quedan solapadas por un exceso formal.
La historia de un asesino a sueldo, encargado de eliminar a los testigos de un importante caso, y que alquila por una noche los servicios de un taxista que le acompañará en su misión, está llena de detalles de que van más allá de su sencilla premisa argumental, la cual, a simple vista, parece que no puede dar mucho de sí. Pero ‘Collateral’ sorprende por muchos y diversos factores. Para empezar tenemos a un Tom Cruise totalmente entregado a su personaje, haciendo de villano por primera vez en su carrera y dejando a un lado su carácter endiosado, que parece que el actor necesita fervientemente salir en plano todo momento. Sin embargo, en el trabajo de Mann, imagino que por una buena labor de dirección, el guaperas de Cruise se olvida de que es Cruise y nos ofrece una portentosa interpretación de Vincent, curiosamente el mismo nombre de pila que otro de los personajes de uno de los títulos clave de Mann: ‘Heat’ (id, 1995), en la que Al Pacino daba vida al teniente Vincent Hanna, la otra cara de la moneda del papel interpretado por Robert De Niro. Jamie Foxx se encarga de dar la réplica al famoso actor, y el resultado es un continuo tour de force a la altura del film mencionado y ‘El dilema’ (‘The Insider’, 1999).
Y es en la relación entre ambos personajes, que representan, una vez más la eterna lucha entre el bien y el mal, donde se encuentran los puntos más interesantes del relato. Una confrontación que va más allá de quiénes sean las personas a las que tiene que eliminar Vincent, que llegado a cierto punto, el relato desvela algunas sorpresas al respecto. Max (Foxx) es un taxista que sueña con abrir un negocio de limusinas, especializado en clientes selectos, sueño que sabe no realizará nunca. De hecho, Vincent, en un alarde de psicología, le echa en cara eso mismo. Y he ahí uno de los elementos más llamativos y originales de dicho enfrentamiento: mientras Vincent, consciente de los palos que te da la vida, se ha pasado al otro lado, Max sigue agarrándose a una utopía. Ambos son perdedores y ganadores al mismo tiempo. Vincent puede tener todo lo que desea, aunque para ello ha de cometer actos ilegales, y Max tiene que ser un taxista a jornada completa mientras sigue fiel a sus principios. Su encuentro nocturno con Vincent le hará descender al mismísimo infierno en una ciudad que le abrirá un mundo nuevo que no conocía.
Con un gusto exquisito a la hora de elegir las canciones que pueblan sus films, y un trabajo de fotografía encomiable —obra conjunta de Dion Beebe y Paul Cameron—, Mann viste su historia, compuesta de varias set pieces, en las que jamás decae el interés, y en algunos casos se atreven a sorprender al público, con lo difícil que es eso —la reacción de Max al volante en cierto momento— en los tiempos que corren. De todos ellos, creo que el que más sobresale es el instante en el club de jazz, en el que Mann pone todas las cartas sobre la mesa. No sólo el espectador y Max no saben qué ocurrirá en dicha secuencia, sino que sirve al director para establecer un paralelismo entre los personajes. En el club hay poca gente, y acto seguido se comenta que el jazz no interesa ya a la gente de hoy, más motivada por ritmos facilones y previsibles. Al igual que el jazz, Vincent y Max son dos personas de las que ya no quedan, pertenecientes tal vez a otro tiempo. Auténticos y genuinos, cada uno a su manera. Baste la magistral escena de los coyotes, animal que puede verse en Los Ángeles con frecuencia, para entender que tanto Max como Vincent sobreviven en un mundo lleno de peligros, uno de forma más activa —el coyote que va delante todo decidido—, y el otro más pasivo —el coyote que va detrás y se detiene durante unos segundos—.
Esta especie de road movie urbana concluye con un clímax que ha sido repetidas veces criticado, en el sentido peyorativo de la expresión. Son bastantes las voces que condenan el final de ‘Collateral’ por previsible y convencional. No estoy de acuerdo con ello; el tiroteo en los apartamentos de un despacho de abogados en plano general es un prodigio de ritmo y suspense, y que además no sólo supone el enfrentamiento definitivo e inevitable entre Vincent y Max, sino que también enlaza con el inicio del film en el que el taxista conoce a Annie, personaje más importante de lo que parece. Conviene resaltar el matiz de vestir psicológicamente a Max a través de su relación con los clientes, junto con los cuales conforman la jungla que puede poblar una ciudad como Los Angeles una noche cualquiera. Pocas veces la noche en una gran ciudad ha sido retratada como en ‘Collateral’, y que sirve a Mann para extender su paleta, marcando una diferencia mínima entre forma y fondo.
La última gran obra de Mann hasta el momento, y ya se está haciendo de rogar.