Hace poco os hablaba de la simpática ‘Luna maldita’ (‘Bad Moon’, 1996), una de las películas dirigidas por Eric Red, uno de los guionistas más interesantes surgidos de la ahora tan reproducida década de los ochenta. Films como ‘Carretera al infierno’ (‘The Hitcher’, Robert Harmon, 1986), y sobre todo ‘Los viajeros de la noche’ (‘Near Dark, Kathryn Bigelow, 1987), son buena prueba de ello. ‘Cohen y Tate’ (‘Cohen & Tate’, 1988) es su ópera prima.
Un trabajo, que como en casi todos los de su director, se hurga en los elementos característicos del género de acción. Aquí en concreto las buddy movies, que precisamente en esa década pusieron de moda directores como Walter Hill y Richard Donner, y cómo no, se advierte sin disimulo el amor que Red tiene por el género cinematográfico por excelencia. El único western que consta en su filmografía es la fallida ‘El último forajido’ (‘The Last Outlaw’, Geoff Murohy, 1993).
‘Cohen y Tate’ parece un western, también una road movie, y sobre todo es un violento relato de supervivencia, un viaje hacia la fatalidad, elemento característico del Film Noir, con el que Red coquetea también muy hábilmente. La historia, breve y concisa, es obra del propio director. Su capacidad de síntesis es toda una lección a pesar de ciertos e inevitables tópicos, logrando narrar lo sucedido a lo largo y ancho del que parece el momento preferido de Red: la siempre oscura noche.
El punto de partida es de sobra familiar. Un niño ha sido testigo de un asesinato, y unos gángsters quieren hablar con él. Para ello envían a la pareja del título a la granja donde el chaval (Harley Cross) está escondido con sus padres y varios agentes del FBI. La tranquilidad de los primeros compases del film es violentada, de forma muy brusca y sangrienta, por la irrupción de los dos asesinos s los que dan vida Roy Scheider y Adam Baldwin, recién salido de ‘La chaqueta metálica’ (‘Full Metal Jacket’, Stanley Kubrick, 1987).
Concisa y contundente
Precisamente Baldwin es lo peor del film, una interpretación exagerada, muy normal en los villanos cinematográficos de aquellos años, que representa el extremo opuesto de la composición de Scheider, a quien le llega con su primera entrada en escena para definir todo el carácter de su personaje. El asesino veterano y experimentado versus el asesino joven, lleno de entusiasmo y ganas de matar, pero sin la experiencia necesaria. A través del choque de ambos perfiles, cabalga —creo que es el verbo adecuado— la mayor parte del metraje.
Tras un sangriento inicio, Cohen y Tate secuestran al niño para llevarlo a un lugar que está a cientos de millas de distancia. Las vicisitudes de tal viaje, nocturno, visten un film con un ritmo impecable y muy pocos elementos atacables. Algunas incluso proponen situaciones de lo más original, como la huida del muchacho al que recoge un policía de carretera, cuyo coche es detenido en una original persecución. Con un conciso montaje de Victor J. Kemper —uno de los montadores más representativos de los setenta, con trabajos para Spielberg o Sidney Lumet— Red rehúye de efectismos, logrando tensión y dinamismo.
Con una excepcional banda sonora de Bill Conti, que se acerca también el Noir, ‘Cohen y Tate’ no ofrece concesiones ya desde el inicio, y su desenlace, tras el enfrentamiento entre los “pistoleros”, mezcla espectacularidad y brevedad. Un final que Red corta abruptamente, aumentado así un buen clímax que me hace evocar ciertas películas de Raoul Walsh.
A pesar de que los siguientes films, como director, de Eric Red, poseen todos algún elementos interesante, creo que ‘Cohen y Tate’ es su mejor trabajo.
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