Hace poco os hablaba de la primera etapa como realizador del gran Don Siegel, director que empezó su carrera como montador trabajando para directores como Raoul Walsh —en los montajes de ‘Los violentos años 20’ (‘The Roaring Twenties’, 1939) o ‘Murieron con las botas puestas’ (‘They Died with Their Boots On’, 1941)— o Anatole Litvak en films como ‘El cielo y tú’ (‘All This, and Heaven Too’, 1941) o la presente ‘Blues in the Night’ (1941), uno de esos títulos semidesconocidos que todo director posee en su filmografía. Litvak fue uno de esos realizadores europeos que como tantos otros se fue a Estados Unidos a continuar con su carrera cinematográfica, y también al igual que otros fue allí donde logró sus mejores películas. En la década de los 30 y 40 Litvak firmó sus trabajos más interesantes, logrando en 1948 la cima como director, con una de las obras maestras del Film Noir, ‘Voces de muerte’ (‘Sorry, Wrong Number’).
‘Blues in the Night’ es un melodrama con tintes de cine negro, y la utilización del blues y jazz como metáfora de un modo de vida, de una filosofía. Llama la atención que otro grande del cine, Elia Kazan, aparezca como actor en una de las pocas veces que apareció delante de una cámara de cine, y evidentemente antes de dedicarse a su carrera como realizador dejando en el séptimo arte una huella más que profunda. Otro realizador, no tan conocido ni tan cualificado, Richard Whorf, dio vida al personaje principal, un alegre y jovial músico, apasionado de lo que hace y que decide montar con ayuda de sus inseparables amigos una banda de blues y jazz con la que actuar en locales, ganándose la vida haciendo aquello que ama. El resultado es una excelente película donde la figura de la femme fatale juega un papel esencial.
El film comienza con la formación de la banda a cargo de Jigger Pine (Whorf), cansado de tocar el piano en bares de mala muerte y atendiendo peticiones poco provechosas. Sus ansias de ser libre más allá de cualquier otra cosa, le llevan a apostar por aquella música con la que sentirse bien y como bálsamo a toda desgracia personal. Un clarinetista (Kazan) con una boca demasiado grande, un trompetista al que le gusta demasiado la juerga y casado con la cantante, un batería y un contrabajista serán sus inseparables compañeros durante largos días y noches de viaje escondidos en un vagón de mercancías. En uno de ellos conocen a Del Davis (Lloyd Nolan), un fugitivo que en agradecimiento por no haberle denunciado cuando podían, les dará trabajo como músicos en un local. En ese tramo, el film se centra en sentar las bases de una más que especial relación entre los amigos, con la música y lo que esta representa en sus vidas, como inquebrantable lazo de unión entre ellos.
Litvak hace un retrato sencillo, con ligeros toques de comedia, sobre la vida del músico viajante haciendo hincapié en la importancia de la unión para sobrevivir. Poco a poco el director va cambiando hacia un drama de corte negro, sobre todo a partir de la aparición de Kay Grant —papel a cargo de Betty Field—, un antiguo amor de Davis, una muy peligrosa mujer especialista en quitarles absolutamente todo a los hombres que se prendan de ella, estableciéndose paralelismos entre los distintos tipos de hombres víctimas de esa especie de amor fou. Tenemos a Davis, que lo supera por sí mismo siendo el rencor su mejor arma, Jigger, que lo superará con la ayuda de sus amigos —resulta muy interesante como se enfrentan en el film amor y amistad—, o el que simplemente no lo supera estando siempre a merced de una obsesión amorosa. Este último está representado en la figura de Brad Ames, personaje a cargo de Wallace Ford, y cuyo final al lado de Kay parece un anticipo de lo visto en films tan esenciales como ‘Retorno al pasado’ (‘Out of the Past’, Jacques Tourneur, 1947) o ‘Cara de ángel’ (‘Angel Face’, Otto Preminger, 1952).
Litvak narra con pulso y pone especial interés ne desmarcarse en su puesta en escena, enteramente sobria hasta el momento en el que Jigger queda atrapado en las mortíferas garras de Kay, instante en el que el director da rienda suelta a su imaginación y nos regala un par de oníricas escenas en las que se atreve a colocar la cámara en los sitios más insospechados —las teclas del piano— para recalcar el estado de ánimo de Jigger, a punto de perder el norte, y con ello todo lo que tiene, por amor. Puede que uno de los pocos elementos negativos de ‘Blues in the Night’ sea precisamente la interpretación de Richard Whorf, quien al lado de los secundarios, sobre todo Wallace Ford y Jack Carson, se empequeñece debido sobre todo a la muy evidente falta expresiva de Whorf. Algo parecido le pasa a la cara de muñeca Priscilla Lane, con un personaje menos importante de lo que aparenta. En cambio Betty Field pone toda la carne en el asador por resultar odiosa, componiendo un personaje con fuerza.
‘Blues in the Night’ coquetea con los mencionados géneros, y nunca se decanta enteramente por uno, pero sí lo baña todo con una muy buena selección de temas musicales, casi todos obra del gran Johnny Mercer, con música de Harold Arlen. Destaca entre ellos el que da título a la película y que es interpretado en uno de los pocos momentos líricos del film, aquel en el que pasando una noche en la cárcel por haber provocado una pelea, Jigger y sus amigos escuchan de un preso negro la bella melodía que marcará en cierto modo sus vidas. Un blues en la noche, desgarrado, sentido y profético. Únicamente por ese instante, el visionado del film ya estaría totalmente justificado.