‘Black Friday’ (id, Arthur Lubin, 1940) es una de las reuniones menos conocidas entre Boris Karloff y Bela Lugosi, en aquellos años reyes absolutos del terror, sobre todo por las producciones de la Universal. La misma supone uno de los films serios del todoterreno Arthur Lubin, especialista sobre todo en comedias, y en parodias que precisamente desmontaban mitos del terror. La premisa es de las que nos hacen frotar las manos, y que parece una reescritura del mito de Frankenstein con Jekyll y Mr. Hyde, sin llegar a desarrollarla por completo. Años más tarde, Terence Fisher sí lo haría con material similar. Y hoy día, esta película sería perfecta para un remake a cargo de David Fincher, por ejemplo.
Karloff y Lugosi no comparten un solo plano en la película, y el primero es mucho más protagonista que el segundo, aquí con un poco sustancioso papel de gangster, que apenas sale quince minutos en toda la película —por cierto, de una duración de 70 ajustados minutos—. Lubin se revela como un director más dotado de lo que parecía en una filmografía tan extensa. Un film endiabladamente entretenido, con una historia que habría dado para hacer una completa genialidad, y un trabajo actoral de Stanley Ridges que borda la perfección, superando con creces a los míticos Karloff y Lugosi.
‘Black Friday’ da comienzo con el doctor Sovac (Karloff), al que conducen hacia su destino: la silla eléctrica. Con un majestuoso travelling lateral, sin cortar plano y rompiendo a veces la cuarta pared, Lubin muestra el último paseo de un hombre condenado del que pronto conoceremos su historia y el por qué ha llegado a esa situación. Antes de pasar a la fatídica sala, entrega sus notas y cuadernos a un periodista, según el propio Sovac, el único que ha tratado su caso con respeto —no me imagino a día de hoy a los medios tratando un caso como el que aquí se muestra; bueno sí, y produce más terror que la película—. En lo que es un exagerado falseo de tiempo, periodista y espectador conoceremos la increíble historia de Sovac.
Ritmo trepidante y asombroso Stanley Ridges
El mejor amigo de Sovac, el profesor Kingsley muere accidentalmente, cuando es atropellado brutalmente en una persecución tras un robo. Sovac toma una drástica decisión ante la repentina muerte de su mejor amigo, implantar parte del cerebro del gángster que conducía en el cuerpo de Kingsley. De esta forma, un nuevo ser, a veces Kingsley, a veces un gangster llamado Red, domina un cuerpo que no entiende lo que le pasa, salvo cuando es el pérfido gangster que buscará venganza con sus excompañeros de robo, mientras Sovac planea hacerse con el dinero para seguir con sus investigaciones, que si ha llegado hasta el exitoso trasplante de cerebro, sabe Dios de lo que será capaz, detalle éste que ni se sugiere.
En ese punto que te da la perspectiva del tiempo, e imaginando a directores como el citado Fincher manejando en su terreno una historia como ésta, nos queda disfrutar de la puesta en escena de un Lubin mucho más inspirado que otras veces —atención a la secuencia en la que Red va en busca del dinero escondido—, pero sobre todo de la portentosa interpretación de Stanley Ridges, que da vida a las dos personalidades, por un lado el educado y tranquilo profesor, experto en literatura, y por otro, un tipo duro, inteligente, y capaz de matar sin pestañear. Aunque también cambia la ropa que lleva puesta —detalle que más bien es una treta visual de cara al espectador—, a vece da la sensación de que se trata de dos actores completamente diferentes. Lo más llamativo es que Karloff era el elegido para este personaje, pero insistió en interpretar al doctor, que era para Bela Lugosi.
Secuencias como la del atropello, o los posteriores asesinatos, a cada cual más cruel, revelan a Lubin como un director más atrevido de lo que parecía. Por supuesto, el material que posee aquí —obra y gracia de Curt Siodmak y Eric Taylor— es especialmente suculento y aprovechable, aunque determinados aspectos sólo son tocados tangencialmente, en beneficio de un ritmo trepidante que nunca decae. El destino que surge el personaje de Lugosi, prácticamente en off, son el mejor momento interpretativo del actor, especialista en gritos aterradores. Cuentan las crónicas que Lugosi se sometió a hipnosis para dicha secuencia, con la intención de hacerla más terrorífica. Cierto o no, lo consiguió.
‘Black Friday’ se conoce también en nuestro país con el título de ‘Viernes 13’; afortunadamente nada tiene que ver con el bodrio de Sean S. Cunningham.
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