Entre diciembre del 2002 y enero del 2003 llegaron a nuestras pantallas de cine dos películas con el holocausto judío de tema, cuand parecía que ya se había dicho todo sobre ello tras la imprescindible 'La lista de Schindler' ('Schindler´s List', Steven Spielberg, 1993).
Se trata de 'El pianista' ('The Pianist', Roman Polanski, 2002), que le valió a su director un Oscar que se merecía desde hacía tiempo, y su repercusión popular fue infintiamente superior al film del griego, que llegó poco más tarde —habiéndose filmado con anterioridad— y casi de tapadillo. No se le dio tanta publicidad, eso es cierto, y tal vez su forma de enfrentarse al tema de siempre —con la utilización de un soberbio fuera de campo—, o tal vez porque Costa-Gavras siempre trata de frente temas espinosos poniendo el dedo, o más de uno, en la llaga, y eso no le gusta a casi nadie. Y más aún cuando en esta película, uno de los objetivos del realizador es, además de mostrar la locura del nazismo, el papel que jugó la Iglesia católica en tal horror.
Y es que Costa-Gavras nos ha acostumbrado a lo largo de los años a sentir una incomodidad fuera de lo común. Su cine, la mayor parte comprometido, atacando con fiereza todo aquello que denuncia, es del que se queda grabado en la retina para siempre, su aústera puesta en escena, siempre apostando por la economía, sin artificos ni adornos vacuos, se entremezcla con un fondo que a veces tiende hacia el subrayado, pero es de un contundencia feroz. Cualquier película de él no deja indiferente, pero baste citar 'Z' (id, 1969), 'Desaparecido' ('Missing', 1982) o la pocas veces mencionada 'El sendero de la traición' ('Betrayed', 1988) para que a uno se le resquebraje algo por dentro, esa cosa llamada conciencia. Pero el cine de Costa-Gavras estuvo más de moda que ahora, y lo curioso es que no ha dejado de filmar. Este ya no tiene la resonancia de antaño, pero resulta muy sospechoso que una películas como 'El capital' ('Le capital', 2012) haya pasado tan de puntillas. La verdad que nadie quiere oír, al igual que en 'Amén'.
(Frome here to the end, Spoilers) 'Amén' mezcla elementos fictios con sucesos reales, de forma que el film no se ciñe únicamente a la realidad, sino que a través de un relato con algo de ficción obtiene y transmite cierta verdad, en este caso, lo podrido que está el mundo y lo perdidos que podemos estar todos cuando un alto poder, en este caso la Iglesia, toma partido en un intento de genocidio —no hacer nada ante una barbarie, teniendo el poder para denunciarl o impedirlo, es tomar partido en la misma—, para más tarde servir de escapatoria a algunos de los demonios más atroces que poblaron el infierno del Holocausto. El film da inicio con un suceso real acaecido en 1936, en el que un periodista judió se suicidó en público advirtiendo del alzamiento del sentimiento antisemtia de los nazis. Con todo lo que sabemos con la perspectiva de la Historia, casi podemos entender dicho suicidio, pero conmociona más si tenemos en cuenta cómo debió sentirse dicho periodista para llegar a tal extremo.
A partir de dicho instante el film se centrará en dos figuras, la del científico alemán Kurt Gernstein (Ulrich Tukur) que se verá inmerso en todo el horror del exterminio judío sin proponérselo, o siquiera tener pleno conocimiento de ello, hasta que lo ve con sus propios ojos —memorable el momento de mirar a través de la mirilla para ver cómo mueren asfixiados los judíos en una de las famosas cámaras de gas, instante que impacta por la reacción del personaje y el contraste con sus acompañantes, que parecen disfrutar de la visión—, y la del cura Riccardo Fontana —Mathieu Kassovitz, demostrando una vez más que es mejor director que actor, resultando un poco soso para un papel de tal envergadura dramática—, que ante el horror narrado por Gernstein, inicia en solitario una lucha encarnizada que le hará toparse con el enemigo en su propia casa, el Vaticano, para un servidor el único prostíbulo que no tengo interés en visitar. El film juega con el temible dato de que mucvhos no creyeron —y algunos aún lo siguen haciendo— que tal horror se estuviese produciendo, y al respecto el uso del fuera de campo en 'Amén' resulta ejemplar.
Los horrores del Holocausto son narrados en off, y raramente vemos a judíos presos en pantalla, a no ser en el instante de la muchacha que alegre y contenta no se desprende de su informe médico antes de su fatal destino en las duchas de la muerte, o el recurso utilizado con un tren que va y viene, viene y va, unas veces vacío y otras lleno, y que según lo expresado en uno de los diálogos en un momento dado, es un tren con prioridad absoluta. Puede que Costa-Gavras lo muestre demasiadas veces, pero creo que existe una intención muy clara que alude a la lentitud con la que se mueven ciertos aspectos en las altas esferas, sobre todo cuando no le conviene a nadie —es llamativo al respecto, cómo Costa-Gavras se ensaña un par de veces con la "ceguera" de los estadounidenses ante el horror judío—; el tren pasa inexorablemente día tras día, una y otra vez, todos sabemos qué contiene, y mientras la justicia, por llamarla de algún modo, siga igual de lenta, el tren será aún más rápido. Una metáfora tan sencilla como efectiva.
En el apartado actoral hay que destacar al trío Ulrich Tukur, Sebastian Koch y Ülrich Muhe —curiosamente los tres coincidieron años más tarde en la excelente, y también necesaria, 'La vida de los otros' ('Das Leben der Anderen', Florian Henckel von Donnersmarck, 2006)— con sus respectivas y muy diferentes composiciones de alemanes, sobre todo el tercero quien tiene en sus manos el papel más interesante de todos. Por debajo queda Kassovitz, a quien su papel le queda demasiado grande, sobre todo en el tramo final. No obstante, protagoniza uno de los momentos más impactantes de la película, aquel en el que ya consciente de que no podrá conseguir nada, se retirará ante el Papa colocándose en el pecho la cruz de judío y siendo coherente con su profesión se pone del lado del oprimido —algo que por cierto, muchos representantes de la secta en cuestión, no hacen ni de lejos porque supone perder dinero— y acepta el mismo destino. En contracompisicón, y saliendo airoso de los delitos cometidos, la ironía se cierra con el nazi encarnado por Muhe siendo ocultado por la Santa Iglesia y con el punto de vista en Argentina. El mal sobrevive, y lo hará siempre.
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