La Segunda Guerra Mundial va a volver a ponerse de moda gracias a cineastas tan populares como Mel Gibson —con ‘Hacksaw Ridge’ en camino—, Christopher Nolan —otro tanto de lo mismo con ‘Dunkirk’— y Robert Zemeckis —ídem con ‘Allied’—, que muy probablemente no serán los únicos —dejando a un lado los trabajos de los últimos años de gente como Tarantino, George Clooney o Angelina Jolie, entre otros— en acercarse próximamente a los horrores de la segunda gran contienda.
Es por ello que en esta sección, que recoge estrenos de hace tiempo o echo mano de films que aún no han visto la luz dentro de nuestra ma-ra-vi-llo-sa distribución, nos pararemos en films ambientados en la Segunda Guerra Mundial, sin ningún tipo de orden y siguiendo una muy personal preferencia. ‘Alas y una plegaria’ (‘Wings And a Prayer’, Henry Hathaway, 1944) pertenece a ese innumerable grupo de películas que Hollywood fabricaba con fines propagandísticos.
En manos de un gran director
Muchas de esas películas poseían varios elementos que las caracterizaban. Siempre mostraban, con cierta tendencia al tono documental, la vida en el ejército, ya fuera de tierra, aire o mar. También una historia lo suficientemente entretenida y casi siempre basada en hechos reales —también ficciones contextualizadas en una batalla conocida—. Afortunadamente, muchos de estos films recaían en directores bastante dotados para el bello arte de narrar. Henry Hathaway sin duda es uno de ellos.
‘Alas y una plegaria’ narra la historia de un portaviones estadounidense que, tras el ataque a Pearl Harbour, recibe la misión de despistar al ejército japonés, haciéndose ver en muy diferentes puntos del océano, haciendo creer que la flota americana está desperdigada. Un muy efectivo engaño que tuvo su conclusión en la conocida batalla de Midway, reflejada en el último tramo del film, el más interesante de una película que, hasta ese instante, se cuece a ritmo lento, como un estratega militar preparándose pacientemente para la batalla.
El día a día de los marinos destinados al portaaviones ocupa casi los dos tercios del film, mostrando a todo tipo de personajes que sirven a un buen reparto la oportunidad de lucirse. Charles Bickford como el capitán de la nave, Don Ameche, en un papel atípico en él, el de oficial recto e intransigente, y en grados menores, Dana Andrews —en aquellos años no se perdía una—, Richard Jaeckel y Harry Morgan, entre otros, animan la función logrando una veracidad muy natural.
Intensidad
Con un excelente sentido del ritmo —eran tiempos en los que la buena síntesis campaba a sus anchas, sin necesidad de subrayados o explicaciones para tontos—, y a pesar de algunas convenciones —el retrato grupal camina por lugares demasiado conocidos, aunque con el peculiar toque de Hathaway, como si de un western se tratase— ‘Alas y una plegaria’ deja para su tercio final, sus mejores armas, nunca mejor dicho.
Una de las acciones bélicas es mostrada en off. Los hombres, mediante la radio que está abierta a todos en el portaaviones, son testigos lejanos de las peripecias de uno de sus aviones. Sólo con el sonido y una cuidada planificación y montaje, que no ocupa demasiados planos, Hathaway consigue la máxima tensión, transmitiendo al espectador no el peligro de dicha misión sino la incertidumbre de los que escuchan atentos. Más tarde se le da la vuelta a la situación al mostrar a un avión de vuelta, sin combustible y sin poder encender la radio para no delatar su posición al enemigo.
Así pues contrastes en las acciones del film, del mismo modo que lo hace en la fotografía, obra de Glenn MacWilliams —que venía de filmar con Alfred Hitchcock—, y también en brillantes secuencias como la final, en la que un oficial (Ameche) da un discurso a sus hombres diciendo que en una guerra es preferible dejar morir a dos hombres para salvar a cientos. Un discurso tan certero como inútil que se ve compensado con la noticia de que los dos hombres han sido salvados. ‘Alas y una plegaria’ cumplía con su destino de levantar el ánimo, pero sin negarse a cierta amargura.
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