El 13 de noviembre de 2015 iba a ser un día de fiesta para 1500 fans de Eagles of Death Metal, que tocaban en la sala Bataclan de París. La noche acabó con ochenta muertos en una noche fatídica para Francia, que unos meses antes había sufrido el atentado a la sede de Charlie Hebdo. Ahora, siete años después de la tragedia, Isaki Lacuesta se aleja del morbo y narra las consecuencias del atentado en una pareja que se descompone poco a poco... como su salud mental.
Ambulancias y recuerdos
Lo mejor de 'Un año, una noche' está en sus primeros compases. Una pareja, Ramón y Celine, despierta después de haber vivido en primera persona un ataque terrorista en la sala Bataclán. Tratan de reponerse y volver a la rutina de sábado: él toca la guitarra, ambos ríen, ven la televisión y contestan a quien pueden, tratando de quitar importancia al suceso traumático. Pero si algo hace bien Isaki Lacuesta en esta película es cocinar a fuego lento el deterioro mental de ambos y su crisis de pareja que parece insalvable.
Ramón no puede seguir con su vida después de tener esa experiencia. Todo le sabe a poco, a fracaso, a imposibilidad, a absurdo. Trabajar es una debacle, vivir es un agobio y nada es capaz de llenarle o de quitarle la incertidumbre y el peligro de la cabeza. Celine, por su lado, reacciona de la manera contraria: sobreponiéndose (o haciendo que se sobrepone) y tratando de encontrar la felicidad tras haber estado en un contacto tan directo con la muerte y vivir los peores momentos de su vida junto a Ramón. La brecha entre ambos solo puede hacerse más y más grande: ambos están juntos en esto, sí, pero al mismo tiempo no podrían estar más separados.
Durante buena parte del metraje de 'Un año, una noche', Lacuesta nos hace creer que toda la película tratará del estrés postraumático de la pareja y en ningún momento veremos los atentados en sí mismos. Craso error: mediante flashbacks, incluidos en los momentos más apropiados e impidiendo que la película pierda ritmo e interés, vemos una recreación fabulosa de lo que pasó aquella noche desde el punto de vista de las víctimas. Sin recrearse en el morbo, sin mostrar la cara de los asesinos, sin darles el toque de empatía que no merecen.
El terror que no se ve
En manos de otro director con más ganas de llamar la atención, 'Un año, una noche' podría haber sido un absoluto desastre, pero Lacuesta sabe perfectamente que la situación no pide virguerías ni morbo, sino comprensión, cariño hacia las víctimas y objetividad. La cinta, incluso en las escenas en las que muestra el ataque, tiene un tono cercano al documental, tratando de no añadir drama con elementos extradiegéticos. El tono está medido al milímetro y acierta de pleno.
El problema es que la película termina por perderse y a medida que se acerca el final va teniendo menos que contar. Sin embargo, le cuesta terminar y se alarga en el tiempo añadiendo incertidumbres innecesarias, peleas de pareja anticlimáticas y veranos en el pueblo con C. Tangana. Entiendo que la aparición de Pucho es una maniobra publicitaria, pero acaba distrayendo y quitando más que aportando. El espectador está metido en el drama y acaba pensando, de manera inexorable durante todas sus escenas, "¿Pero ese no es C. Tangana? ¿Qué hace ahí?".
El tercer acto de 'Un año, una noche' termina por ser tedioso: todo está ya dicho y el alargamiento de las tramas para tratar de dar una conclusión satisfactoria termina lastrando a una obra que empieza por todo lo alto (esa imagen de los dos vagando perdidos por las calles de París) pero no sabe cuándo ni cómo poner una rúbrica a la altura. A Lacuesta le gustan demasiado estos personajes y no está preparado para verlos partir.
El fantasma de la ansiedad
'Un año, una noche' es un puzzle en el que la cronología narrativa no tendría sentido, porque todo se mezcla en la cabeza de sus personajes al igual que lo haría en la nuestra: el día del atentado, las reuniones con amigos, reencontrarse un año después. Un montaje cronológico habría dañado, y mucho, una película que se vale de la edición para ir hacia atrás y hacia delante, en dos vidas que se ponen patas arriba después de un evento transformativo.
Hay tantas maneras de sobreponerse a un trauma como personas en el mundo. Ramón supedita cada momento vital a aquel, es incapaz de pasar por alto la mirada del que le apuntaba con un arma. Celine se niega a dejar que los terroristas venzan también en su cabeza y se obliga a seguir adelante. Y como ellos, miles de personas tuvieron que sobrevivir a Bataclán como pudieron. Si es que pudieron.
'Un año, una noche' no es una película perfecta, pero sí es el trabajo más redondo (y al mismo tiempo el más ambicioso) de Isaki Lacuesta: una obra que no desdeña hablar del dolor, de las consecuencias, del trauma, de la vida que queda cuando es invadida por el terror. De los resquicios del amor entre los que se cuelan el dolor y la incertidumbre.
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