Con 'El futuro' (2013) el director murciano Luis López Carrasco reflexionaba acerca de la Movida madrileña y el entusiasmo (quizás inocente y puede que finalmente frustrado) de toda una generación que dejaba atrás la dictadura franquista y abrazaba la democracia, el desarrollo económico y el progreso sin límites.
Para ello recreaba una fiesta en un piso de la capital española en 1982, justo cuando el socialista Felipe González tomaba el poder. 67 minutos de cine político y sensorial, filmado en 16 milímetros y con ingeniosos efectos con la imagen y el sonido. Ahora, con 'El año del descubrimiento' (2020), López Carrasco sitúa la historia una década después.
Una obra política que sacude al espectador
1992, el año en que España parecía consolidar su apertura al mundo y era escaparate internacional, como símbolo de prosperidad gracias a los JJ.OO. de Barcelona y la Expo de Sevilla. Sin embargo, se evidenciaban hondas fisuras que, aunque mayormente silenciadas por el Gobierno y los medios de comunicación, estallaban en algunos puntos del país como es el caso de Cartagena, escenario del filme, en donde una de las protestas obreras originadas por la grave crisis de la industria (que provoca el cierre de fábricas y cientos de despidos) finaliza con el Parlamento murciano ardiendo.
"La reconversión industrial es un asunto muy desconocido pese a la cantidad de ciudades a las que afectó", sostiene López Carrasco. "Recuerdo de niño haber visto en televisión el Parlamento en llamas pero al preguntar a amigos y conocidos me doy cuenta de que pocas personas lo recuerdan. Esto me estimula para realizar una película que rastreara qué fue lo que realmente sucedió". Sobre el año clave en el que sitúa la historia, el cineasta apunta que "en 1992 la sociedad española vive grandes contradicciones, las cuales probablemente no se han resuelto todavía".
'El año del descubrimiento' es cine en mayúsculas, una película arrolladora, transgresora, que interpela de forma directa, agresiva al espectador. Imposible permanecer impertérrito ante la autenticidad de sus imágenes y los corrosivos comentarios que se vierten. Se obliga al receptor a tomar partido, a reflexionar constantemente sobre lo visto y oído, a posicionarse.
Luis López Carrasco (miembro del colectivo de cine Los Hijos) compone una obra política de gran altura que dialoga con 'El desencanto' (1976) de Jaime Chávarri y con la filmografía de Pere Portabella. A través de entrevistas, realizadas en su mayoría en una cafetería, y material de archivo, el director realiza un juego temporal que no conviene desvelar y que paulatinamente se irá descubriendo.
"Quería generar ambigüedad temporal durante buena parte de la película en la medida en que yo quería grabar el documental que nadie grabó y sacar a la luz todas esas imágenes del pasado", cuenta el realizador. "La intención era conectar dos crisis, la del 2008 y la de 1992, y así mostrar cómo las experiencias de las crisis al final son siempre las mismas, que los efectos que producen en las personas son equivalentes. También existe una cuestión cíclica, circular, la idea de que ambas épocas se reflejan la una a la otra".
Uno de los elementos formales más llamativos del filme es el uso de la pantalla partida, utilizado casi en la totalidad del metraje. "La idea de la doble pantalla surge en la sala de montaje", reconoce López Carrasco. "Habíamos grabado con dos cámaras y el montador colocó todo el material en dos pantallas para poder verlo de manera sincrónica y fue entonces cuando nos pareció que mi apuesta de grabar con primeros planos y poca profundidad de campo ganaba con este formato, creando así una experiencia más abierta, donde el espectador decide dónde quiere poner el foco".
'El año del descubrimiento', una película absolutamente imprescindible
Otro de los elementos a destacar de 'El año del descubrimiento' es su duración, ideal para contribuir a que su visionado se convierta en una experiencia artística inolvidable. 200 minutos que se dividen en tres capítulos ("Aunque no lo recuerde, sí que lo he vivido", "Y el mundo te come a ti", "Quemar un parlamento") y un epílogo.
200 minutos en los que se repasa nuestra historia reciente y en donde diferentes debates sociales y políticos de España (antiguos y actuales) entran en discusión, desde el paro juvenil a la inmersión lingüística, pasando por el auge de la extrema derecha, la migración o el papel vigente del sindicalismo.
En su tercio final, las discusiones de bar y argumentos de taberna quedan por momentos al margen para plantear algunas posibles respuestas y/o soluciones a temas como el inconformismo actual de la sociedad española (o mundial), la incesante precariedad laboral, el desclasamiento o el poder del capitalismo.
Al preguntarle por esta cuestión, López Carrasco responde que "la película no deja de ser un depósito de memoria que tiene que perdurar y poseer cierta claridad expositiva, y en la parte final, sobre todo en el epílogo, sí hay un reajuste acerca de cómo es la situación actual, la cual está atravesada por la desolación". "Yo no sé si se ofrecen respuestas pero es posible que sí se muestre un posible itinerario de hacia dónde tenemos que dirigirnos para no ser aplastados por una dinámica que nos va desproveyendo de derechos cada vez de manera más acusada".
A pesar de ser una radiografía social a nivel nacional, que hurga en asuntos específicos españoles, el filme puede admirarse sin límites geográficos. Así lo corroboran las excelentes críticas y numerosos premios que ha cosechado la obra en los muchos festivales internacionales en donde se ha exhibido, como Rotterdam, Bogotá o París.
"Quería ser tremendamente detallista y minucioso desde el punto de vista local de la historia pero a la vez sabía que la película tenía una dimensión que apelaba a lo internacional, ya que aborda cuestiones que atraviesan muy diversas sociedades. En Rotterdam me hablaron espectadores asiáticos que me decían que ellos se encontraban en idénticas situaciones, con problemas como el empleo o el precio de la vivienda", comenta el cineasta.
Con 'El año del descubrimiento', López Carrasco firma uno de los títulos más importantes realizados en nuestro país en lo que llevamos de siglo, un mastodóntico ejercicio cinematográfico que urge a actuar, que sugiere salidas y que pone cierto orden en muchos de los problemas de nuestra sociedad contemporánea, urdido a través de un original dispositivo de carácter incendiario, tan salvaje como certero. Tan necesario como hiriente.
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