Leos Carax ha necesitado casi diez años para presentar un nuevo largometraje tras la amada/odiada 'Holy Motors', pero nunca una espera ha resultado tan gratificante. 'Annette', con libreto de Sparks, es un imponente ejercicio cinematográfico que agarra por los cuernos al musical y lo zarandea hasta convertirlo en una fábula de horror inolvidable.
Puppet Master
'Annette' es un cuento. Uno de terror. Y como tal, está poblado por personajes de todo tipo de naturaleza. Un cuento que nos hace partícipes desde el primer minuto, recibiéndonos con los brazos abiertos en una obertura inolvidable que nos recuerda, antes que nada, que estamos ante una representación. En el estudio angelino de los Mael nos espera una increíble secuencia que nos prepara para el viaje y nos da la bienvenida. Escasos segundos antes, Russell Mael nos advierte: aguantemos la respiración.
Aunque sea imposible dejar de respirar durante los 140 minutos que dura la película, cuando se acaban los créditos finales de 'Annette', obligatorios hasta el último segundo para sentirse doblemente recompensado, uno tiene la sensación de haber dejado de inhalar y exhalar a lo largo de una película que va golpeándonos con la misma virulencia con la que la tempestad castiga al yate de los protagonistas durante la tormenta. Llámalo alivio, llámalo aceptación. El final de la historia es un respiro para todos. Para quienes la representan y quienes somos testigos de semejante pirueta narrativa.
Porque, a pesar de ser un musical "puro", todo aquí está expuesto de una manera tan poco habitual que se beneficia de la oscuridad de una historia llena de héroes y villanos. No sé si hay algún personaje noble aquí. Como suele pasar, el cineasta francés se siente cómodo entre la tragedia, amplificando unos sentimientos ya de por sí excesivos (recuerda, estás viendo una película de Leos Carax) a través de sobreimpresiones mortuorias, visiones, subrayados grotescos y, sobre todo, un Adam Driver extraordinario. Al ¿mejor actor del momento? le sienta de maravilla la impresionante dirección de un Carax en plena forma.
La fotografía de Caroline Champetier, que repite con el director tras 'Holy Motors', pinta a todo color un decorado en constante movimiento para que Carax mueva más y mejor que nunca la cámara. Las transiciones nocturnas motorizadas de los protagonistas nos brindan, además, uno de los planos más alucinantes que hayamos visto en una pantalla de cine recientemente. Ambos cantando, aún en un número musical que parece no tener fin.
Eso se debe al bestial trabajo en la edición de la habitual colaboradora del director, Nelly Quettier, también responsable de parte de la magia de 'Lazzaro feliz'. Entre todos consiguen que la experiencia 'Annette' funcione casi como un show en directo, fluido y orgánico. Sin interrupciones. Una ilusión que solo es posible cuando todos los elementos están perfectamente integrados. Más que una película, parece que estemos asistiendo a una ópera, a una obra de teatro experimental y nocturna, a una fábula callejera que se mueve con el mismo sentido del tiempo que tú.
Carax, que dedica la película a su hija, presente también en el estupendo inicio con (casi) todo el equipo, tiene tiempo a lo largo de la historia para preocuparse por la actualidad. Habrá quien vea su momento #metoo como algo forzado y "de agenda", pero el libreto está tan bien definido que encaja perfectamente. 'Annette' es la historia de un juguete roto convertido, curiosamente, en titiritero.
Pero como no solo de denuncia vive el cine, 'Annette' también se muestra fresca en su retrato de horror acerca de la paternidad. La descomposición del hombre libre con la llegada de su primogénita acentúa la bajeza moral de un personaje despreciable al que Adam Driver, a la postre productor de la función, se entrega en cuerpo y alma. En las distancias cortas y en las aún más cortas.
'Annette' funciona en perfecta sincronía. Driver y Marion Cotillard se sacrifican con unas interpretaciones portentosas, exigentes al máximo física y emocionalmente. El tercero en discordia, Simon Helberg, que aprendió a dirigir orquesta, a manipular títeres y se nacionalizó francés para cumplir con la cuota necesaria para que la película fuera considerada como producción europea, brilla y disfruta de una set piece orquestal inolvidable. Ahora sí, la obra maestra de Leos Carax.
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