‘Animal Kingdom’ (id, David Michôd, 2010) se estrena en nuestras salas precedida de un montón de nominaciones. Los AFI —algo así como los Oscars australianos—, y también una nominación en los inminentes globos de oro a mejor actriz secundaria, Jacki Wever, sin duda lo mejor de la película. También recibió el premio del jurado en la última edición del Festival de Sundance, ese festival fundado por don Robert Redford —el nombre del mismo hace referencia a uno de sus personajes más famosos—, y en el que suelen hacerse eco de film de índole independiente y similares. La ópera prima de David Michôd encandiló al público en el festival, y ahora llega a nuestras carteleras intentando hacerse un hueco entre tanta cinta vacía y fácil de olvidar.
El problema es que ‘Animal Kingdom’ no se diferencia en demasía de productos aparentemente más fáciles de consumir e incluso diría que no es trigo limpio. A diferencia de los blockbsuters que inundan las carteleras cada dos por tres, y que no engañan a nadie, independientemente de su calidad —el no engaño no es síntoma de calidad, aunque algunos piensan que sí—, el presente film viene con disfraz incorporado. Su etiqueta dice película australiana diferente, distinta y original. Una vez vista, evidentemente la nacionalidad no se la podemos cambiar, pero el resto no es más que una falacia. Su preciosista envoltorio esconde un film endeble y enormemente aburrido.
‘Animal Kingdom’ está ambientada en Melbourne. Hasta allí llega el protagonista del relato: Joshua “J” Cody, cuya madre ha muerto por sobredosis —resulta interesante la escena en la que J espera a los enfermeros mientras absorto mira un concurso en la televisión—, por lo que se va a vivir con sus tíos. Pronto descubrirá que su familia es en realidad una banda de delincuentes, enfrentados a muerte con la policía. J tardará en comprender las terribles consecuencias de llevar una vida fuera de la ley, y que dicha decisión no sólo afecta a quien la toma, sino a todo lo que le rodea. Así pues, Michôd, en calidad de guionista y director nos mete en el mismo saco drama social, drama familiar, thriller y hasta western urbano. Demasiado para un principiante y aunque las intenciones son buenas, éstas nunca llegan.
Todo en ‘Animal Kingdom’ sigue una receta cuidadosamente estudiada. Está claro que Michôd se conoce los resortes del thriller, de todos los géneros que toca, en resumidas cuentas del cine. Como buen estudiante se ha aprendido la lección y su película no parece un refrito de mil cosas ya vistas, puesto que la adorna con cierta aureola visual, con una fotografía llena de tonos apagados, o el uso del ralentí en ciertos instantes presuntamente intensos, y dar la impresión de que su film es algo importante, una de esas crudas historias que hablan sobre los lazos familiares y lo fuertes que éstos son en cualquier situación. Un tema universal siempre lleno de interés, pero que en manos de Michôd se revela insuficiente, vacío y hasta pretencioso.
Es normal que un debutante en su ópera prima, en estos tiempos, quiera abarcar cuanto más mejor. La tan alabada puesta en escena de su director en realidad no oculta errores tan graves como bajones de ritmo, cambios arbitrarios de puntos de vista, o una equivocada atmósfera que evita la credibilidad del relato. Personalmente me importan muy poco las andanzas de una familia que tiene su destino grabado a fuego desde hace tiempo, las dudas de J —aburrido y soso James Fecheville— al cooperar con el agente Leckie —perdido Guy Pearce—, o cómo la abuela de éste, Janine Cody —excelente Jacki Weaver— maneja en realidad los hilos a su antojo, controlando absolutamente todo.
Es precisamente el trabajo de Weaver —actriz australiana aparecida en alguna cinta de culto de Peter Weir— lo que sobresale en medio de tanta mediocridad disfrazada de cine de autor, y además lo hace por méritos propios. Esa abuela controladora, perspicaz, instigadora y falsamente dulce es lo más terrible de un relato que impacta menos de lo que promete. Su previsible final, ese cambio de actitud por parte de J que oculta intenciones más poderosas, no impacta ni emociona, y ya no hablemos del dibujo del tío Pope —un frío Ben Mendelsohn—, ese criminal buscado por todos, cuya oculta y salvaje violencia parece a punto de explotar en todo momento, quizá el punto más interesante de la película —aunque pobremente desarrollado— al lado de la interpretación de Weaver. El resto para olvidar merecidamente.