No podemos hablar de reinvención, al menos no al 100%, porque, como hemos visto en el desarrollo de este ciclo —sobre todo de mano de cierta productora nipona—, ya había muestras más que sobradas de que el cine de animación podía ser capaz de despegarse la etiqueta de "infantil" para aludir a un espectro mucho más amplio de público que acogiera no sólo a los más peques sino a sus "sufridos" progenitores.
Pero, seamos francos, hace veinte años el cine de Ghibli llegaba, si lo hacía, con cuentagotas, y contar con el respaldo en la distribución de la mismísima Disney fue un tanto muy a favor para que el primer largometraje de Pixar, tras los varios cortos con los que habían sorprendido a quiénes los habían podido ver, supusiera un cambio de rumbo radical en el devenir de esta forma de hacer cine que tanto ha llegado a evolucionar en las dos últimas décadas.
De hecho creo que el argumento que expone de forma más contundente lo mucho que se separó 'Toy Story' (id, John Lasseter, 1995) de lo que podíamos entender cuatro lustros atrás por una película de dibujos animados es compararla con otras producciones que vieron la luz el mismo año como 'Balto' (id, Simon Wells) o la muy olvidable 'Pocahontas' (id, Mike Gabriel y Eric Goldberg), títulos ambos sobre los que el filme de Lasseter pasa cual apisonadora...se le mire por donde se le mire.
Personajes sublimes para un guión PERFECTO
Obra y gracia de Joss Whedon, Joel Cohen, Andrew Stanton y Alec Sokolow partiendo de una idea original de John Lasseter, Pete Docter, Andrew Stanton y Joe Ranft —nombres todos que, poco podíamos imaginar por aquél entonces, nos llegarían a resultar tan tremendamente familiares—; si hay un hito sobre todos los demás a destacar de 'Toy Story' ese es sin duda su guión.
Producto de una obvia labor de amor por el medio que, de principio a fin, es una muestra desaforada de imaginación, es de manos del guión que aquellos que nos acercamos a su estreno en aquel lejano 14 de marzo de 1996, salimos convencidos de que acabábamos de acudir a una película llamada a convertirse en un merecidísimo hito del séptimo arte y a ser mirada bajo el prisma de clásico indiscutible en los años por venir.
'Toy Story' se nos metía en el bolsillo desde su primer minuto con la escena en la que se nos transportaba a esa infancia en la que un Mr.Potato podía ser un bandido del oeste que contaba con un perro extensible cuyos muelles eran un campo de energía que sólo un dinosaurio podía desactivar con su rugido. Bajo la premisa del todo es posible que abraza ya esa secuencia sin remisión, es como se desarrolla una historia que, en el momento que Andy, el niño, desaparece de escena, continua consiguiendo encandilarnos.
Con el telón de fondo que conforman un T-Rex inseguro, un perro lameculos o un señor Potato cuyo concepto de amistad es tan cambiante como su rostro, la exposición que el libreto hace con breves líneas de Woody y Buzz Lightyear es una de las mayores muestras de genio de cuantas componen 'Toy Story': el primero, un muñeco engreído y celoso que hará lo que sea para que el cariño de su dueño no vaya a parar a otro; el segundo, un juguete de última generación cuya candidez sólo es superada por su resolución para enfrentarse a cualquier amenaza...incluída la del malvado emperador Zurg, claro.
La evolución de ambos extremos, surgida de la confrontación de sus opuestos caracteres es, no hay lugar a dudas, logro espectacular de un guión que, dejando a los personajes atrás —y eso que no hemos hablado de Sid— encuentra otro punto álgido en la forma en la que se hilvanan los acontecimientos durante ochenta minutos de metraje que, no por su brevedad sino por su endemoniado ritmo, se pasan en un suspiro.
Desde el terrible instante en que Sid consigue a Woody y a Buzz en el Pizza Planet, hasta que los dos vuelven con Andy, la película es tal montaña rusa que resulta imposible, incluso después de las incontables revisiones, apartar la vista de la pantalla, emocionarse, sufrir y vibrar con lo que va trascendiendo de una acción a la que no se le puede interponer ninguna pega. NINGUNA. Es perfecta, funciona como un reloj y no ha envejecido ni un ápice. NADA.
'Toy Story', (casi) PERFECTA
Ahora bien, ¿cómo se valora una animación que ha quedado algo obsoleta a ojos vistas? ¿Se hace con la mirada de ahora, comparándola con esa muestra de perfección técnica que estrenó la misma productora el pasado noviembre? O, ¿intenta uno colocarse en su yo de hace dos décadas y trata de recoger con palabras el inmenso asombro con el que abandonó la sala "ojiplático"?
Porque creo que no exagero cuando afirmo que, si bien su acabado ya se ve algo anticuado, y uno puede ir señalando aquellos instantes en los que la animación podría mejorar —y mejorará— ostensiblemente —y aquí es bien evidente que Pixar tenía mucho camino que recorrer con sus humanos—, aquel año de 1996 nuestros ojos no se habían asomado a algo ni remotamente parecido con anterioridad.
El salto al que se nos sometió desde el mundo de la animación tradicional a la plenitud de lo digital, ya sería suficiente motivo como para situar a 'Toy Story' a ese nivel de hito indiscutible de la historia del cine que apuntaba antes. Pero es que, para colmo, dicho salto no se quedaba en echar mano de forma torpe y atropellada de la tecnología, sino que se ponía al servicio de una dirección a la que el término prodigioso se le queda corto por momentos.
Los recursos narrativos de que hace gala Lasseter son tan variados y de tal solidez que costaría apuntar a instantes sueltos cuando los ochenta minutos son una sucesión interminable de hallazgos que, por supuesto, serán plagiados y homenajeados hasta la saciedad en los años por venir. Y quizás esto último sea lo que hable de forma más elocuente del alcance real de 'Toy Story' y del impacto que tuvo a finales del siglo pasado: el que, en poco tiempo, todas las productoras, incluída Disney, vieran en la animación generada por ordenador el futuro del medio.
Pero la "obsesión digital" terminaría por evidenciar algo que es obvio a la hora de valorar 'Toy Story' muy por encima de los futuros esfuerzos de sus competidoras: toda la técnica del mundo no es capaz de suplir la ausencia de una historia y unos personajes sobre los que se vuelca todo el cariño, el mimo y el corazón. Y de estas tres cualidades, esta mítica cinta sabe, y sabe tan a manos llenas, que cualquier revisión que se le hace vuelve a sorprender y emocionar como lo hizo el primer día y nos quita, de un plumazo, veinte años de edad.
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