Si la semana pasada recalábamos en el que sin duda alguna es el filme más dramático y descarnado en el que se implicó Ghibli a lo largo de su historia —una historia que, aunque sea sólo una vana esperanza, seguimos soñando con ver reiniciada algún día—, hoy os traemos una de sus producciones más adecuadas para los niños y uno de los títulos más emblemáticos de la compañía, entre otras cosas gracias a ese enorme peluche que es elemento fundamental de la trama.
Pasando a partir de aquí a convertirse en el emblema de la compañía, el Totoro de 'Mi vecino Totoro' ('Tonari no Totoro', Hayao Miyazaki, 1988) es todo un icono cultural que ha traspasado fronteras geográficas y temporales, logrando que la cinta en la que aparece sea reconocida a todo lo ancho del planeta como uno de los mejores filmes de todos los tiempos sin que dicha calificación aluda a su talante animado, un hecho éste que, no obstante, sólo empieza a rayar en la inmensa superficie que es esta maravilla firmada por el genio de Hayao Miyazaki.
Como la vida misma
Haciendo gala de esa concisión que lo convirtió en uno de los críticos más reputados y apreciados de la historia del cine, decía Roger Ebert —uno de los nombres que encumbra esta producción al Olimpo del séptimo arte— que 'Mi vecino Totoro':
...nunca habría llegado a ganarse a las audiencias a nivel mundial sólo por su cálido corazón. Es también rica en comedia por cómo observa a las dos convincentes y realistas niñas protagonistas...Es un poco triste, un poco atemorizante, un poco sorprendente y un poco informativa, como la vida misma. Depende de una situación más que de una trama, y sugiere que lo maravilloso de la vida y los recursos de la imaginación son fuentes más que suficientes de toda la aventura que necesites.
No se puede decir más con menos palabras. De hecho, casi me atrevería a afirmar que fuera de lo que recoge el párrafo anterior poco hay que añadir sobre 'Mi vecino Totoro'. Vamos, que si quisiera, casi que podría dejar aquí la redacción de esta entrada a sabiendas de que el comentario de Ebert es más que suficiente para trasladar la idea que este redactor tiene acerca de tan maravilloso y mágico filme.
Amor por la madre naturaleza
Vehículo que sirve a Miyazaki para introducir una temática y escenarios puramente japoneses alejándose así de las localizaciones europeas o ficcionales que hasta ahora habían sido telón de fondo de las tres producciones que habían precedido a ésta, 'Mi vecino Totoro' arranca con un padre y sus dos niñas trasladándose a una casa en el campo para estar más cerca de su madre hospitalizada.
Si bien dicha revelación no se produce hasta bien empezado el filme, es la felicidad que derrochan las niñas sutil justificación de que no hay un trasfondo trágico —la muerte de la madre— en la decisión del traslado a una casa que será inesperado portal para la toma de contacto de ambas con Totoro, un inmenso espíritu del bosque que se le aparece a las hermanas en los momentos de soledad o ausencia de su padre.
Junto al gatobús, uno de los mayores y más fascinantes hallazgos del filme en términos visuales, y esos simpáticos duendes del polvo cuyas apariciones quedan puntualizadas por un genial motivo musical de Joe Hisaishi —del que hablaremos de nuevo en unos momentos—, Totoro representa a la naturaleza, esa fuerza tan presente en toda la filmografía de Hayao Miyazaki que aquí juega un papel fundamental.
'Mi vecino Totoro' indaga sobre las relaciones entre el hombre y su entorno, su héroe es una personificación de la naturaleza japonesa. Del mismo modo que la Tierra expresa su cólera a través de tormentas y movimientos sísmicos, a veces Totoro se irrita. Pero igualmente sigue sonriente, invita a los espectadores a vivir en armonía con él.
Es pues la relación del hombre con la naturaleza, ese bien tan preciado nuestro y que tanto maltratamos, la que vuelve a servir a Miyazaki, como ya lo hiciera en 'Nausicaä del valle del viento' ('Kaze no Tani no Naushika', 1984) o 'El castillo en el cielo' ('Tenkū no Shiro Rapyuta', 1986), para enhebrar en esta ocasión uno de los cuentos más bellos de cuantos dirigió mientras permaneció en activo.
Un cuento que, como ya apuntaban las palabras de Ebert, no se apoya en una trama al uso, sino que avanza de forma orgánica como si de un juego de niños se tratara, no contando con una estructura clara —las fronteras entre los tres actos se diluyen sobremanera hasta desaparecer casi por completo— y avanzando gracias al ímpetu con el que quedan definidas sus dos potentes protagonistas femeninas, esas niñas llamadas Mei y Satsuki cuya infancia está amenazada por la enfermedad de la madre.
'Mi vecino Totoro', magia a raudales
La figura de Totoro aparece pues como el solaz que las hermanas encuentran para lidiar con la temporal ausencia de su progenitora y, como se nos muestra en una de las secuencias más famosas de la cinta —la de la parada de autobús—, para hacer frente a los miedos puntuales de que algo haya podido sucederle a su padre, siendo la presencia de un espíritu que bien podría haber sido el típico amigo invisible de nuestras infancias, clave en el mantenimiento de la inocencia de ambas niñas.
Real o imaginario, poco importa que Totoro sea una presencia física o el producto de las fantasías de Mei —que es la más pequeña, la que no va a la escuela y la primera en entrar en el mundo del bondadoso espíritu— y Satsuki cuando la magia que dimana de él es el catalizador que permite a las niñas ir copando con los empellones de un mundo, el de los adultos, que intenta abrirse paso en sus vidas.
Una magia que, desde el comienzo de la acción hasta el final, con Totoro o sin él, preña de forma sublime 86 minutos de metraje a cuyos encantos resulta imposible resistirse. Como siempre en el cine de Ghibli en general y en el de Miyazaki en particular, el diseño de personajes es una virtud que aquí queda expuesta de forma precisa y brillante en la cercanía que exudan las pequeñas o el candor que emana el "oso de peluche" que es Totoro.
A ella se añaden, también como ya habíamos visto en la terna de acercamientos que hemos hecho hasta ahora a la filmografía del nipón, la singular belleza con la que quedan caracterizados esos paisajes "reales" del Japón más costumbrista y, por supuesto, la fantástica partitura de Joe Hisaishi, una inyección de optimismo musical del que destaca esa genialidad que es el motivo de tres notas asociado a Totoro, tantas como sílabas tiene el nombre del espíritu del bosque.
'Mi vecino Totoro' logra aludir con lo entrañable de su magia, lo afable de sus personajes y la brillantez de una cercanía que no conoce de localizaciones geográficas, tanto a los más pequeños de la casa —mi hija de cuatro años se ha quedado prendada de la cinta— como a los adultos que a ella quieran acercarse para rescatar parte del niño que una vez fueron. Un doble logro que, más que cualquiera de todas las disquisiciones que aquí hemos hecho, habla de la Obra Maestra que es este clásico imprescindible del cine de todos los tiempos.
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