Más allá de Disney, los años 40 no fueron especialmente prolíficos en lo que animación para la gran pantalla se refiere, al menos en occidente —para los que ya se lo están preguntando, tranquilos, llegado el momento echaremos la mirada hacia el lejano oriente—. Es por ello que, salvo esa 'Los viajes de Gulliver' ('Gulliver's Travels', Richard Max Fleischer, 1939) que veíamos la semana pasada, y que ni siquiera pertenecía a la década en cuestión, damos hoy un salto de diez años para situarnos en los dos siguientes lustros a este lado del Atlántico.
Y es que mientras que en Estados Unidos la práctica totalidad de los movimientos en el género seguían polarizados entre los extremos que representaban las producciones de la casa de Mickey Mouse y los incontables cortos que salían de los muy fértiles campos que sembraban nombres como Warner Bros, la Metro Goldwin Mayer —con Hanna Barbera al frente—, la UPA o Walter Lantz y su Pájaro Loco; en esta mitad del planeta comenzaba a despertarse el interés por el mundo animado con tímidas muestras en la Europa del este —concretamente en Checoslovaquia o Estonia—, Rusia o la Inglaterra que va a ocupar hoy nuestro tiempo con dos títulos bien diferentes.
'Rebelión en la granja', vehículo para la Guerra Fría
Nacidos de las necesidades de la propaganda en tiempos de guerra, y después de haber desarrollado una carrera brillante en el mundo de la publicidad toda vez la contienda hubo finalizado, el matrimonio formado por John Halas —un inmigrante húngaro— y Joy Batchelor decidió dar el salto a la gran pantalla adaptando a largometraje animado una de las dos obras maestras de George Orwell, 'Rebelión en la granja'. Era la primera vez que la industria cinematográfica británica iba a parir una producción de "dibujitos" para ser estrenada en cine, y por su especial idiosincrasia, las intenciones de Halas y Batchelor encontraron financiación de una fuente algo insólita.
En plena guerra fría y con las tensiones entre Este y Oeste en curva ascendente en los años previos al levantamiento del Muro de Berlín, la C.I.A quiso aprovechar la temática de la novela de Orwell —que para el que no lo sepa servía de mordaz, cínica y feroz crítica al régimen de Stalin en la Rusia comunista— para construir una suerte de panfleto con el que abundar en la política cultural contra el gobierno de la U.R.S.S y el ideario comunista que se estaba promoviendo con fiereza en Estados Unidos.
Desconocedores de ello, de que iban a ser usados por la inteligencia yanqui, la pareja de cineastas tuvo a bien amoldarse a las indicaciones que sus anónimos productores, ocultos tras las figura de Louis de Rochemont, les dieron antes de comenzar la producción para hacer más evidentes los mensajes del texto orwelliano y alterar de forma radical el final que el escritor británico había redactado en la novela publicada en 1945. Un final que, en lugar de servir como reflexión no exenta de melancolía sobre la condición humana, adquiriría en 'Rebelión en la granja' ('Animal Farm', John Halas y Joy Batchelor, 1954) una marcada personalidad propagandística.
Ahora bien, dejando de lado las consideraciones que rodearon a la producción y centrándonos en ella de forma exclusiva, lo primero que llama poderosamente la atención sobre 'Rebelión en la granja' es la radical separación en cuanto a estilo de animación que se produce con respecto a lo que hasta entonces había podido verse proveniente de la industria hollywoodiense: sin ninguna relación con la misma, los personajes de la cinta —tanto animales como humanos— quedan caracterizados con un tono que tiende hacia una exageración de marcado talante expresionista, algo que queda patente tanto en el granjero como en la evolución que van sufriendo los cerdos.
De ajustada duración, el ritmo de los acontecimientos y lo puntualmente preciso de la adaptación que se hace de la novela original son los mejores valores de una cinta que, en su clara vocación de cine para adultos, se apartaba también de los postulados del cine de dibujos yanqui, mucho más volcado en agradar a los pequeños de la casa que en contentar a sus progenitores. Es por tanto éste último sentido el que hace que 'Rebelión en la granja' sea una pieza fundamental en el entendimiento de la historia del cine de animación como cimiento de una vertiente del género que seguirá siendo cultivada en la siguiente década por una producción cuanto menos peculiar.
'El submarino amarillo', lisérgico viaje
En los ocho años que separan a 'El submarino amarillo' ('The Yellow Submarine', George Dunning, 1968) del momento de la formación del cuarteto musical más famoso de la historia de la música, los cuatro de Liverpool pasaron de ser unos perfectos desconocidos a mover a masas enfervorecidas de fans dispuestas a hacer lo que fuera por John, Paul, George y Ringo. Tal fue el fulgurante arranque de la década en que los Beatles permanecerían juntos, que el mundo del cine pronto llamó a su puerta cuatro años más tarde de su unión para que, a las órdenes de Richard Lester, rodaran ese divertimento llamado '¡Qué noche la de aquél día!' ('A Hard Day's Night, 1964).
Contentos con la experiencia, el cuarteto repetiría un año más tarde con la comedia paródica '¡Socorro!' ('Help!', Richard Lester, 1965) en la que Ringo era objeto de la persecución por un culto parecido al Thug que quiere asesinarlo. Algo por debajo de los resultados obtenidos con su primer filme, los ingleses dejaron saciadas su hambre de cine y decidieron que no era un medio en el que querían repetir. Pero los artistas tenían un contrato con United Artists por tres producciones y, cuando la ocasión se les presentó para escurrir el bulto y aparecer como personajes animados, los chicos no lo dudaron ni un momento y decidieron que este singular producto sería su tercer filme.
Y aunque UA terminaría considerando lo contrario y les obligaría a rodar un tercer título en condiciones —las voces de los personajes no son de los cantantes y éstos sólo aparecen en un minúsculo cameo al final del metraje—, está claro que el mundo de la animación salió enormemente beneficiado por cuanto 'El submarino amarillo' es, sin lugar a dudas, uno de los títulos más revolucionarios con que ha contado el "género" desde que comenzara su andadura a comienzos del siglo pasado. De hecho, por poner un ejemplo claro de su tremenda influencia posterior, es evidente que los Monty Python no habrían sido los mismos sin la existencia del filme.
Ello no implica, ni mucho menos, que 'El submarino amarillo' sea una cinta fácil. Antes bien, hay que "tenerlos muy bien puestos" para aguantar el derroche lisérgico y psicodélico que suponen noventa minutos de metraje que, jalonados por diecisiete temas de la agrupación, divaga sobremanera sobre la esquelética premisa de partida con la que arranca un prólogo en el que se nos presenta una tierra paradisíaca submarina en la que se adora la música y que se ve arrasada por los Blue Meanies, unos desagradables personajes que odian cualquier tonada y a los que tendrán que hacer frente los componentes de la banda.
Bien el vídeo, bien la imagen que hemos incluído habla a la perfección del fascinante y colorista mundo visual que se despliega ante la atónita mirada del espectador desde el primer fotograma de esta rareza que, además, coquetea con diferentes estilos como cabe ver, por ejemplo, en los minutos dedicados a 'Eleanor Rigby', pura experimentación que sirve como claro prefigurador de lo que años después serán los videos musicales. Otra influencia más que añadir a una película rara y, como implicaba antes, bastante dura sin la que, no obstante, no se puede entender la historia del cine de animación.
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