Animación | 'Kung Fu Panda 2', de Jennifer Yuh

Son las típicas afirmaciones que siempre se hacen cuando de un filme de éxito se anuncia una secuela. Que si "lo va a tener difícil para superar a la originalidad de la primera". Que si "las expectativas que se verterán sobre ella arruinarán sus posibilidades". Que si "segundas partes nunca fueron buenas". En fin, sentencias más que usuales que, obviamente, se escucharon cuando hace cinco años 'Kung Fu Panda 2' (id, Jennifer Yuh, 2011) llegó a nuestros cines.

Cierto es que, a título personal, entré en la sala aquél viernes de junio con sentimientos muy encontrados con respecto a lo que la cinta podría ofrecer. A fin de cuentas, como ya dije ayer, 'Kung Fu Panda' (id, Mark Osborne y John Stevenson, 2008) está entre mis títulos favoritos de animación de la última década, y ya sólo igualar dicha posición no entraba en el terreno de lo que éste redactor consideraba posible. Cuánto me equivocaba.

Y es que, antes de entrar en cualquier tipo de disquisición, creo que esta segunda entrega de las aventuras de Po, Tigresa, Serpiente, Mono, Grulla, Mantis y el maestro Shi Fu supera a su predecesora, tanto por lo que a nivel técnico compete como en lo que a la historia se refiere, ahondando mucho mejor en la definición de los personajes que el soberbio trabajo que en este campo ya realizaba la primera parte.

Mirar hacia el origen

Tras un prólogo asombroso animado a la manera de los típicos teatros de marionetas chinos —unos minutos que ya justificarían por sí sólos acercarse a la cinta—, 'Kung Fu Panda 2' deja claro que va a seguir apostando, al menos en parte, por atrapar la atención del espectador con los mismos argumentos que ya utilizara su predecesora; esto es, mezclar humor físico con un sentido homenaje hacia el cine de artes marciales.

Una apuesta ganadora habida cuenta de los resultados que la entrega inicial de la saga había cosechado y que, como decía más arriba, se sazona con abordar de forma directa la pregunta que todos nos hacíamos ante la imposibilidad de que Po fuera hijo del ganso dueño del restaurante que se nos presentaba como su padre en 'Kung Fu Panda'.

Cargando de "dramatismo" los hechos que se encuentran tras la respuesta a tan obvia pregunta, el apoyo del guión en los mismos para justificar el avance de las habilidades del panda en su manejo de las artes marciales sirve para que, llegado el momento, la cinta nos presente en bandeja de plata un clímax cuya espectacularidad sobrepasa por unas cuantas cabezas cuanto habíamos podido ver en los diversos enfrentamientos entre los héroes del filme y el malvado Tai Lung.

'Kung Fu Panda 2', más espectacular, mejor

Pero cuidado, que nadie se lleve a engaño pensando que 'Kung Fu Panda 2' es de esos filmes que, volcados en ir construyendo los cimientos en los que se asiente su tramo final, deja desatendidos sus dos primeros tramos. Antes bien, como demuestran el asalto al poblado de los músicos, o el hilvanado que se produce entre la persecución en rickshaw, el enfrentamiento en la torre y la posterior lucha en la factoría, si algo no puede achacársele a la cinta es que el transitar hacia la conclusión se quede muy por detrás de ésta.

De hecho, de los momentos citados en el párrafo anterior, pondría a la altura de aquello a lo que asistiremos en la resolución de la historia a la espectacular forma en la que Jennifer Yuh y el equipo de animadores de Dreamworks nos presentan el asalto en la torre, una secuencia que desborda los sentidos y ante la que lo único que cabe hacer es aguantar la mandíbula para que no termine tocando el suelo.

El asombro es, por descontado, la impresión que a partir de dicho momento en el metraje domina por completo el resto de una función que se permite un momento de calma antes de la fuerte tormenta que supondrá el cara a cara final entre Po y Shen, el pavo real que pretende dominar toda China por el poder de sus cañones y al que se le profetizó que un guerrero blanco y negro pondría fin a sus ambiciones.

Dicho duelo, puntualizado de nuevo por la superlativa música de John Powell y Hans Zimmer —que, apoyándose en los magníficos temas compuestos para la primera parte, ofrecen todo un recital de nuevos y espléndidos motivos—, se deja impregnar de lleno por esa voluntad de rendir pleitesía al cine de artes marciales en la que han hecho plena inmersión las dos entregas de la saga hasta ahora estrenadas.

Solo cabe esperar de la tercera que incida en similares valores y que, como decíamos al principio, sea capaz de sobrevivir, para qué negarlo, a las inmensas expectativas que, a nivel personal, descansan sobre ella a pocas horas de su visionado. Lo hagan o no, lo que es seguro que cierta personita de cuatro años y medio disfrutará con ella tanto como lo ha hecho con las dos primeras películas. Y eso, como suele decirse, no tiene precio.

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