Visto y olvidado. ¿A cuántos filmes, de los incontables a los que nos hemos asomado a lo largo de nuestras vidas, cabría colgarles tal etiqueta? No hace falta que respondáis, a muchos, lo sé. Y no estamos hablando aquí de esos que, por salud mental, uno intenta borrar de su memoria. No, lo hacemos de aquellos que en su momento "ni fú ni fá" y que, con el transcurrir del tiempo, han quedado relegado a un recóndito rincón de nuestro banco de recuerdos.
Tan recóndito, que puede que incluso os haya pasado alguna vez lo que este redactor experimentaba hace unos días con 'Ferngully, las aventuras de Zak y Crysta' ('Ferngully, the Last Rainforest', Bill Kroyer, 1992): que, plenamente convencido de no haberla visto hace dos décadas, todo fue empezar a reproducirla y asaltarme una oleada de familiaridad tremebunda que evidenciaba, más que cualquier recuerdo, que ya había visto esta producción animada australiana.
Ante tamaña jugarreta de mi memoria cinematográfica, y no logrando transformar la citada sensación de familiaridad en recuerdos tangibles que me situaran, al menos, en el cine en que dí cuenta de ella, aproximarme de nuevo a 'Ferngully' ha sido como hacerlo por primera vez, sin que las sensaciones que me ha logrado transmitir el filme hayan podido verse empañadas por la dichosa nostalgia o por disquisiciones de otra índole.
'Ferngully', a medias
Varios son los detalles que deberían haber hecho de 'Ferngully' un filme que ofreciera algo que se hubiera distanciado bastante más de lo que la animación en general, y la animación Disney en particular, venía desarrollando en un momento en el que, recordemos, la compañía del ratón Mickey había recuperado el trono indiscutible de reina del cine de "dibujitos" tras encadenar títulos como 'La sirenita' ('The Little Mermaid', 1989), 'La bella y la bestia' ('Beauty and the Beast', 1991) o, en el mismo año que la cinta que nos ocupa, 'Aladdin' (id, 1992).
De hecho, es en relación a ésta última que 'Ferngully' encuentra uno de esos detalles que la podrían haber separado —y la separan, aunque sólo sea puntualmente— de la irregularidad que abraza de forma mayoritaria. Me refiero, cómo no, a Robin Williams. El actor, que en 'Aladdin' daría voz y vida al genio de la lámpara, se metía de forma previa en 'Ferngully' en la piel del alocado murciélago que, habiendo escapado de un laboratorio donde se había experimentado con él, llega al bosque habitado por hadas y seres fantásticos en el que se desarrolla la acción.
El quiróptero al que Williams otorga su feroz verborrea más que un claro precedente del Genio, es la antesala en la que el fallecido actor pudo ensayar mucho del humor que después haría tan grande al personaje del filme de Disney, y lo alocado del discurso del mamífero, que carece de sentido en no pocas ocasiones, es sin duda fuente de la que mana lo mejor que puede ofrecer 'Ferngully'.
En un segundo plano se queda una animación que, bajo la supervisión del antiguo empleado de Disney que fuera Bill Kroyer, bebe tanto de la compañía que lo acogió hasta que decidió irse, como de lo que Don Bluth desarrolló por su cuenta durante los años ochenta en esos tres clásicos del cine de dibujos que conforman las cintas de la Sra.Brisby, Fievel y Piecito. Tanto es así, que en ese olvido parcial acerca de la cinta al que me refería antes, cada vez que la había visto referenciada en los últimos años, creía que se trataba de un filme amparado de alguna manera por el inmenso talento de Bluth.
Obviamente no es así, pero resulta obvio a ojos vistas que todo el diseño de la cinta, tanto en entornos como en personajes —de nuevo, el murciélago es un ejemplo muy evidente de las influencias de las que estamos hablando—, no pretende ocultar en ningún momento la fuente de la que se nutre. Una fuente que también es determinante en la inclusión de unos números musicales cogidos con pinzas y que, unidos a lo predecible de todo el conjunto, se posicionan como la peor faceta de 'Ferngully', y la que en última instancia más peso adquiere a la hora de valorar el filme.
Así, y aún alabando en lo que cabe el esfuerzo puntual por hacer algo diferente, que la cinta caiga en todos los tópicos asociados al cine Disney y que lo haga además sin ocultarlo, resta considerables enteros a sus posibilidades, dejando a Krista y sus amigos en una incómoda tierra de nadie, esa a la que tantos filmes han ido a parar y que, no cabe duda, es directa responsable de ese insólito olvido del que hablaba al comienzo del texto. Cosas que pasan, supongo.
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