Si hemos de fiarnos de la información que en filmaffinity viene recogida acerca de los estrenos de este próximo fin de semana, mañana llegarán a nuestras pantallas —a muy, pero que muy pocas de ellas, me temo— las dos últimas producciones que Ghibli puso en circulación antes de entrar en ese proceso de reevaluación y reestructuración al que la compañía casi se vio abocada con el anuncio del retiro de Hayao Miyazaki en 2013 durante el Festival de Cine de Venecia.
Y en este ciclo de animación no podíamos dejar la oportunidad de aproximarnos de forma muy anticipada a dos títulos sublimes que, nominados ambos al Oscar, ponen de manifiesto de forma categórica y en muy diferentes modos, la enorme pérdida que sería para esta forma de contar historias en particular y para el séptimo arte en general que, toda vez concluya este impasse, el estudio nipón decidiera no volver a producir un filme de una forma de hacer cine que ellos han elevado a categorías estratosféricas.
Una leyenda nos cuenta otra
Sería absurdo que, a estas alturas, nos pusiéramos a debatir sobre la relevancia de Hayao Miyazaki dentro de la historia del cine —así, sin acotar— cuando gracias en parte a él y al impulso de las producciones que firmó, es que la animación ha perdido parte, si bien no toda, de su consideración de "cine para niños". Y si sería absurdo hacerlo con Miyazaki, también atendería a ese mismo talante realizar dicha disquisición sobre Isao Takahata, responsable de cinco de los veinte títulos que Ghibli estrenó entre 1986 y 2014.
De Takahata ya hablamos cuando recalábamos hace poco más de un mes en esa demoledora obra maestra del cine que es 'La tumba de las luciérnagas'('Hotaru no haka', Isao Takahata, 1988). Y si de su puesta de largo podíamos dialogar en términos tan elevados, cuando de lo que tenemos que departir es acerca de 'El cuento de la princesa Kaguya' ('Kaguya-hime no Monogatari', 2013), los calificativos que acuden raudos al pensamiento se mueven en similares términos de maestría por más que, más allá de la coincidencia en su máximo responsable, sea un mundo lo que las separa.
Si bien ambas cintas adaptan obras previamente escritas, la realista y descarnada novela de Akiyuki Nosaka nada tiene que ver con el más antiguo relato escrito en japonés del que se tiene constancia, 'El cortador de bambú', un cuento lleno de magia que en manos de Takahata y Riko Sakaguchi se convierte en una suerte de lectura multidisciplinar que dispara en multitud de direcciones, pudiendo encontrar en la cinta desde ciertas metáforas críticas hacia la sociedad hasta reflexiones sobre el recorrido de Ghibli y su futuro.
Y todo ello en torno, por supuesto, a esa figura femenina de fuerte determinación que ha sido constante en un considerable número de las cintas producidas por el estudio japonés y que en Kaguya, la mujer nacida de una rama de bambú y convertida en princesa por el antojo del hombre que la recogerá y se convertirá en su padre, encuentra quizás la exclamación más rotunda de cuántas hemos visto desde que conociéramos a Nausicäa hace algo más de tres décadas.
BELLEZA
En constante comunión con cómo se traslada su historia, es en la espectacular forma de animar el relato por la que opta Takahata donde reside una considerable parte de la fuerza que arrastra el personaje de Kaguya: en términos similares a los que ya había utilizado en 'Mis vecinos los Yamada' ('Hôhokekyo tonari no Yamada-kun', 1999), esto es, con un trazo artesanal alejado de forma radical de la era digital, el estilo de la animación del filme pretende acercar la narrativa a las láminas de un libro.
Sumado a ese desdibujado hacia el "blanco del papel" en el que se enmarcan todos los fotogramas, el nivel de abstracción al que llega en muchos instantes el pausado metraje orienta sus miras a establecer un íntimo diálogo entre lo que se ve en pantalla y lo que la protagonista está sintiendo en esos momentos. Y ningún ejemplo hay mejor de ello que aquel en el que Kaguya sale corriendo de su "palacio" en plena noche y fondo y figura se fusionan en un todo de sobrecogedora belleza plástica.
Huyendo de esta manera de cualquier posible comparación con cualquier otro producto de Ghibli, 'El cuento de la princesa Kaguya' se alza en lo visual como un hito en el recorrido de la compañía, una pieza de orfebrería animada que es una desaforada declaración de amor de un cineasta hacia un medio que tiempo ha rechazó, en su acepción más comercial y extendida, la técnica tradicional de la mano y el papel en favor del ordenador y las herramientas digitales.
'El cuento de la princesa Kaguya', pura poesía
Subrayado con enorme sutileza por el exquisito trabajo en los pentagramas de Joe Hisaishi en una banda sonora que se aleja decidida de los terrenos más espectaculares que el compositor ha explorado en otras producciones de Ghibli, todo en 'El cuento de la princesa Kaguya' exuda una magia especial que dimana, y algo apuntábamos antes, de un ritmo narrativo lento y pausado, casi letánico en algunos instantes, que nos transporta indefectiblemente a otro tiempo.
Un tiempo en el que la vida no transcurría presa del frenesí del que lo hace en la actualidad y en el que contemplar la naturaleza y escuchar el sonido del mundo era suficiente. Un mundo al que la cinta mira desde su propio discurrir con una enorme carga de nostalgia y que, imbuido a la perfección en el sintoismo que siempre ha asomado de una forma u otra en los filmes de Ghibli, encuentra aquí en incontables instantes muestras de un lirismo sin par.
'El cuento de la princesa Kaguya' no es una cinta para todos los públicos. De hecho, es muy probable que alguien que se acerque a ella por aquello de que "es una película de dibujitos" sea incapaz de aguantar más allá de sus veinte minutos iniciales. Pero lo cierto es que no concibo un vehículo más hermoso e incomparable para el regocijo de los amantes del cine de animación.
Si eres de ellos, de los que creen que el medio no se ciñe a las fronteras de Estados Unidos ni a duraciones por debajo de los noventa minutos. De los que piensa que la animación es un medio tan válido como la imagen real para narrar historias de profundo calado. De los que adora de principio a fin el universo creado por Ghibli. No lo dudes, lánzate de cabeza a este bellísimo hito cinematográfico. No te arrepentirás.
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