Con dos películas en su haber, la muy divertida 'El castillo de Cagliostro' (''Rupan Sansei: Kariosutoro no Shiro', Hayao Miyazaki, 1979) y la magistral 'Nausicaä del valle del viento' ('Kaze no Tani no Naushika', 1984), Hayao Miyazaki encaraba con su tercer largometraje el que se convertiría en el primero producido bajo ese sello que durante las tres últimas décadas ha sido sinónimo inequívoco de calidad inigualable en el cine de animación. Ghibli, cuyo nombre se debe a la pasión del cineasta por la aviación, nacía en junio de 1985 tras el gran éxito que había cosechado la adaptación de 'Nausicaä' e iba a demostrar con su primer filme que el talento de Miyazaki no era de este mundo.
Prefigurada de forma inequívoca por el humor alocado de las aventuras de Lupin, y elementos provenientes de la historia situada en el mundo post-apocalíptico en el que vive la princesa Nausicaä, 'El castillo en el cielo' ('Tenkū no Shiro Rapyuta', 1986) es, al igual que su directa predecesora, una película por la que el tiempo ha pasado desapercibido y que, hoy, casi treinta años después de su estreno, mantiene incólumes TODOS los valores que la hicieron grande entonces. Unos valores que pasan por su animación, sus personajes, su guión, su dirección, su música...en definitiva, por todo aquello que cabría considerar a la hora de analizar una película.
El sonido de la magia
Y como por alguno de ellos hay que comenzar, me váis a permitir que lo haga por la banda sonora de Joe Hisaishi. De hecho, habría que precisar que por la DOBLE banda sonora que el músico nipón compuso para la versión japonesa original de la cinta y aquella que escribió, una década más tarde, cuando Disney preparó el estreno estadounidense de la misma con un doblaje más apropiado que el que había conocido años atrás y con someros cambios en los diálogos para "adaptarlos" más a los gustos de los yanquis. Entre ellos, como digo, se encargó a Hisaishi que volviera a acercarse a su segunda colaboración con Miyazaki, algo a lo que el genio de los pentagramas se refirió afirmando:
De acuerdo a lo que afirmaban los responsables de Disney, los extranjeros (no japoneses) se sienten incómodos si no hay música durante más de tres minutos (risas). Ésto es observable en el cine occidental, musicado de forma exhaustiva. Es más, el estado natural de un filme de animación de fuera de nuestras fronteras es tener música todo el tiempo. Sin embargo, en la versión original de 'Laputa' sólo había una media hora de música para las dos horas y cuatro minutos de metraje y hay momentos que no tenían acompañamiento durante siete u ocho minutos; así que decidimos rehacerla ya que la existente no era adecuada para el mercado fuera de Japón.
A lo anterior habría que añadir el "detalle" de que, como también pasara en 'Nausicaä', la banda sonora de la versión original de 'El castillo en el cielo' tuviera una fuerte base de sonidos sintéticos que superaban con mucho a los limitados aportes de la orquesta, un hecho éste que también se trastocaría de forma radical con el trabajo que Hisaishi llevaría a cabo al reimaginar el tejido sonoro del filme, añadiendo casi el doble de acompañamiento —el filme pasó de los 40 a los 60 minutos de score—, haciendo que la totalidad de éste se apoyara en la orquesta tradicional y acercándose además a modos compositivos que hasta entonces nunca había practicado.
La forma americana de musicar una película es muy simple: la emparejan con los personajes. Por ejemplo, cuando el ejército hace aparición, escuchas el tema del ejército. La música explica así las imágenes, así es como funciona la música en Hollywood. Hasta este momento siempre había evitado tal aproximación, ya que sentía que haría que el score fuera aburrido por mucho que pudiera entender dicha forma de componer. Pero cuando rehice 'Laputa' de esta manera, aprendí muchísimo.
Con las claras diferencias que las palabras del compositor establecen entre una y otra banda sonora, lo que se hace evidente escuchando ambas es que un filme de Hayao Miyazaki —cualquiera de ellos— nunca hubiera sido lo mismo de no haber contado con el desbordante talento de Hisaishi: compleja, variada y llena de matices, la música del japonés para 'El castillo en el cielo' es directa responsable de aumentar, ya el tono más ligero de la acción cuando ésta se centra en las tropelías de los piratas; ya el más poético del mismo, el que atañe a Sheeta y Pazu o aquellos en los que la épica se apodera de la narración cinematográfica.
La magia de Miyazaki
Dejando de lado a su primera incursión en la gran pantalla y, por razones que veremos cuando le llegue el momento al filme que sirvió para despedirlo hace un par de años, las otras ocho producciones que han contado con la firma de Hayao Miyazaki tienen algo en común que va más allá del mero estilo de animación. Y ese algo es MAGIA. Una magia que por momentos resulta indescriptible e inaprensible y que, no obstante, siempre está ahí, hipnotizándonos desde el primer al último minuto de metraje y consiguiendo que los adultos podamos muchas veces reconocernos más en los adolescentes protagonistas de sus filmes que aquellos que tienen la misma edad.
De hecho, si hay una cualidad que sobresale junto a esa magia de la totalidad de las cintas de Miyazaki, eso es el haber sabido desde siempre tratar a sus criaturas como vehículos para hondas reflexiones no destinadas, obviamente, a los más pequeños de la casa, orientando así de forma plena sus filmes a unos adultos a los que el mercado estadounidense tiempo ha había perdido de vista en términos generales. No es esto óbice, no obstante, para que niños y adolescentes no puedan disfrutar de ciertas cintas de Ghibli, ni mucho menos, pero está claro que otras de ellas están claramente pensadas para que sólo alguien con experiencia y madurez a sus espaldas pueda entenderlas.
'El castillo en el cielo' se sitúa en un término medio entre ambos mundos de la cinematografía del genio nipón, con elementos destinados a que los jóvenes se lo pasen bomba —todo el sesgo de humor del metraje es el mejor exponente de ello— y con lecturas que encuentran su arraigo desde las derivaciones sintoistas hacia las que se mueve mucho del cine del director japonés, pasando por las referencias a la mitología nórdica presentes en las inequívocas similitudes entre el gran árbol de Laputa y el legendario Yggdrasil, hasta llegar a ciertas constantes que ya estaban presentes en 'Nausicaä' y que volverán a aparecer, de muy diversos modos, en el resto de su filmografía.
Siendo la importancia suma de la naturaleza las más visible de todas ellas junto a la aparición de la figura de la elegida, el contexto semi-futurista de 'El castillo en el cielo' añade también, como ya había hecho 'Nausicaä', la mención a la corrupción de la tecnología por el mal uso que a la misma le ha dado la raza humana. Dichos factores, que como digo, se repetirán con mayor o menor intensidad en casi todos los títulos firmados por Miyazaki, configuran un telón de fondo en el que se mueve una historia sin fisuras, perfectamente hilvanada merced a sus carismáticos personajes, en la que no sobra nada ni nada falta y que, además, se toma su tiempo para contar lo que quiere como quiere.
'El castillo en el cielo', sublime
Asumiendo pues tanto las tonalidades más ligeras del filme como aquellas que encuentran su arraigo en los complejos términos que componen el imaginario del cine de Miyazaki, lo que resulta incuestionable y al alcance de cualquier capacidad de raciocinio, es la asombrosa belleza y la sublime delicadeza con la que todo lo que vemos en 'El castillo en el cielo' es tratado desde un punto de vista meramente técnico. Hablar aquí y ahora de la perfección que ya con su segundo filme había alcanzado la animación de las cintas del cineasta japonés es insistir en algo que ya daremos por sentado en futuras incursiones en su cine en este ciclo.
El tratamiento de los fondos, la febril imaginación que arropa a todos los "cachivaches" —voladores o no—, la precisa construcción del mundo en el que se desarrolla la acción —un personaje de una relevancia extrema en la narración — y el soberbio tratamiento que reciben los personajes gracias a un diseño espléndido son valores que se cuidan y miman con desvelo, y de qué manera, tanto en éste como en el resto de la producción, no ya de los nueve títulos de Miyazaki, sino de los veinte que conforman el legado animado de Ghibli.
Inolvidables resultan aquí los entrañables piratas, la simpatía que desprenden Sheeta y Pazu y la oleada de optimismo que envuelve a ambos —sobre todo al segundo—, la persecución que tiene lugar en el pueblo del chaval, ese segundo acto en el que tan bien quedan fijadas las personalidades de unos y otros —fascinante resulta, por supuesto, la del Coronel Muska— y, qué duda cabe, todo aquello que se desarrolla en los diferentes niveles de Laputa, esa ciudad flotante extraída por Miyazaki de 'Los viajes de Gulliver' que sirve de escenario al asombroso clímax que da cierre a esta obra maestra del cine de animación y, por extensión, del noveno arte.
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