‘Ángeles y demonios’ es la prueba patente de que Ron Howard es un blando, de que Tom Hanks es otro blando, y de que David Koepp es un blando más, de los muchos que pululan por el mundo adelante. El libro en el que está basado la película, obra del superventas (lo único que tiene porque como escritor da risa) Dan Brown es anterior al que por su publicación la Iglesia Católica montó un cirio impresionante haciéndose la víctima, proclamándose a los cuatro vientos como el principal objetivo crítico de Brown. Ahora, la película cambia en su guión un par de frases y da a entender que esta aventura de Robert Langdon es posterior, pareciendo que se disculpan por el anterior ataque.
No sé si Howard tuvo algo que ver, su filmografía indica que muy pocas veces ha demostrado tener sangre en las venas; tal vez fue cosa de Koepp, ayudado por Akiva Goldsman, autores del irrisorio guión, el introducir ese elemento en la historia. O tal vez a Tom Hanks, uno de los pocos actores de Hollywood que controlan todo lo que hacen en las películas que protagoniza, le importó cuatro cominos esta bajada de pantalones. Porque el fin y al cabo, ¿alguien con fe puso en duda sus creencias tras haber visto la película? ¿Y quién con dos dedos de frente no se dio cuenta de que estábamos ante una simple y llana obra de ficción que buscaba el entretenimiento?
Esta vez Robert Langdon es reclamado por el Vaticano para ayudarles en su enfrentamiento con una antigua hermandad secreta que se creía muerta: Los Illuminati. Éstos se han hecho con un recipiente que contiene antimateria, y amenazan con liberarla, lo que supondría el final de la eterna lucha entre religión y ciencia, decantándose la balanza hacia la segunda. Langdon, que siempre parece dispuesto a descubrir la verdad, acepta el reto de ayudar al Vaticano, enfrentándose a acertijos varios, descubriendo rutas secretas, luchando contra asesinos despiadados, y corriendo más que Madonna en uno de sus conciertos noventeros.
‘Angeles y demonios’ es una repetición de las mejores jugadas de ‘El código Da Vinci’, película a la que le sobra la mitad de metraje. Esta vez se ha decidido suprimir toda verborrea innecesaria, e incluirla mientras los personajes están en movimiento, consiguiendo en cierta medida un film más ágil que el anterior. No hay lugar para el aburrimiento en la película de Ron Howard, aunque tampoco puedo decir que me he entretenido como nunca. Esta vez, no me había leído la obra literaria en cuestión (a mí Brown sólo me engaña una vez), por lo que desconocía a priori las posibles sorpresas del relato. No obstante hay que estar muy dormido o ser muy lelo para que a uno le pille desprevenido el giro final de la película en el que se descubre la identidad del villano. Cualquiera con un mínimo de cultura cinematográfica sabrá al poco de comenzar el film, cómo acabará éste.
Howard se esfuerza por no dar respiro al espectador, al que marea con un montón de carreras de coches por toda Roma, dando la sensación de que nos encontramos no ante una película, sino ante una guía turística de Roma a toda pastilla. El director de ‘El desafío: Frost contra Nixon’ (¿qué pasa, qué Howard sólo dirige bien cuando tiene un buen guión?) filma dichas secuencias, que se suponen de acción, con total apatía, miles de planos y las cosas poco claras, más bien confusas. El hecho de que Langdon y compañía lleguen a todos los sitios siempre a tiempo, es tan increíble y delirante como la secuencia del helicóptero que alcanza el surrealismo. Todo de forma muy atropellada para que no dé tiempo a pensar, aunque si uno se detiene un momento se dará cuenta de que el plan del villano es una solemne estupidez.
En el plano interpretativo, Tom Hanks da vida a un Langdon aburrido e inexpresivo, no aportando nada a la carrera del actor. Es evidente que su estratosférico sueldo era el único aliciente por el que Hanks perdiese el tiempo participando en la película. ‘Ángeles y demonios’ puede presumir de tener un elenco conocido, al que desgraciadamente no le saca todo el partido que debiera. Ayelet Zurer, actriz israelí a la que podemos recordar por ‘Munich’ o ‘En el punto de mira’, parece querer competir en sosería con Hanks con el que no tiene ni la más mínima química. Stellan Skarsgård realiza uno de esos personajes bobos, el típico jefe de seguridad al que nada le gusta, e incluso parece sospechoso de todo. Armin Mueller-Stahl es probablemente el que más convence, teniendo en su haber las frases más interesantes y útiles de los acelerados diálogos. Ewan McGregor merecería una mención aparte por lo atrevido de su personaje, el más loco de toda la historia, tanto que parece una parodia. El actor escocés parece haber disfrutado de lo lindo con su rol, aunque no transmita dicha diversión.
Al final uno sale con la sensación de haberlo pasado un poco mejor que en ‘El código Da Vinci’, lo cual no es decir demasiado. No es tan tediosa como la citada, y Hans Zimmer mejora lo ya hecho, animando un poco la función, vistiendo musicalmente muchas de las secuencias para que parezcan mejor de lo que son. El film no ha sido tan taquillero como la anterior entrega; al fin y al cabo la polémica siempre vende mucho más, y esta vez nadie ha movido un pelo para ponerse en contra del film, con lo cual mucha gente habrá preferido esperar a que el film salga al mercado doméstico.
Mientras rezo tres padrenuestros, medio ave maría y una frase del credo, me retiro a mis aposentos a escribir sobre sabe Dios qué.