Andrei Tarkovski: 'Solaris'

Andrei Tarkovski: 'Solaris'

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Andrei Tarkovski: 'Solaris'

“Amas a aquello que puedes perder: a tí mismo, a tu mujer, a tu país”

- Kelvin

Con ‘Andrei Rublev’ (‘Andrey Rublyov’, 1966) posponiendo su estreno ruso hasta el infinito, y sin previsión de que las autoridades soviéticas le permitieran soñar con un estreno internacional, Andrei Tarkovski necesitaba trabajo urgente a finales de los años sesenta. Convertido en una celebridad cinematográfica, enseguida se supo de su admiración por el escritor Stanislaw Lem, y de su intención de filmar la novela ‘Solaris’, que el autor polaco había conseguido publicar en 1961. A pesar de los muchos problemas de su anterior película con la administración de su país, ‘Solaris’ encontró poca dificultad para ser aprobada, y mientras Tarkovski, Fridrikh Gorenshtein y el propio Lem comenzaban la redacción de los sucesivos borradores en 1969, la película comenzaba el rodaje a mediados de 1970. Sin duda, los soviéticos ya pensaban en proponer ‘Solaris’ como la respuesta “rusa” a ‘2001, una odisea del espacio’ (‘2001, A Space Odyssey, Stanley Kubrick, 1968), ya que se situaban en plena época de la absurda “carrera espacial”.

Pero en realidad todo eso no le interesaba a Tarkovski lo más mínimo, como tampoco le interesaba la sci-fi, ni las aventuras espaciales. De hecho, todo aquel que se acerque a ‘Solaris’ (‘Solyaris’, 1972) esperando acontecimientos espectaculares, escenarios grandilocuentes y operísticos, o secuencias pasmosas de efectos visuales, va a aborrecer esta película, que sólo emplea algunos elementos del género como mera excusa para desarrollar un discurso filosófico y moral de gran complejidad, sin olvidar muchas de las obsesiones de Tarkovski en cuanto a la vida y a la relación del hombre con Dios. Para el cineasta ruso, esta es su película menos conseguida, ya que no logró, pese a sus esfuerzos, trascender los lugares comunes de este género en particular (él renegaba de todos ellos, como ya hemos advertido, por considerarlos meras etiquetas comerciales), sus ideas y preocupaciones en parte fagocitadas por el aparato escenográfico. Personalmente, pienso que podría ser su película menos inspirada, pero no por ello carece de una gran fascinación.

El guión final (algunos borradores fueron despreciados por el Mosfilm) se aleja bastante de la novela de Lem sobre todo en la peripecia íntima del protagonista Kris Kelvin, e inventa todas las secuencias que tienen lugar en la Tierra. Años después Lem aseguraría que nunca llegó a gustarle la famosa película, mientras que Andrei Tarkovski alegaba que Lem sólo quería una película que ilustrara su novela, sin gozar de autonomía artística propia. Lo que está claro es que para Tarkovski, aunque respetaba enormemente el talento del escritor, la novela sólo era un punto de partida, y nada más. Los supuestos problemas de comunicación del ser humano con inteligencias superiores o de otro planeta eran triviales especulaciones para él, en comparación con los problemas de comunicación del hombre con el hombre o consigo mismo. Sorprende también que los dirigentes soviéticos tuvieran la esperanza de que ‘Solaris’ fuera la expresión artística de la superioridad tecnológica espacial de la URSS, cuando en la película se pone en duda, de forma tan obvia, la necesidad y hasta las ventajas de explorar el universo. Principalmente por nuestra trágica imperfección espiritual.

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Imágenes y sombras de recuerdos

Antes que nada quizá conviene llamar la atención sobre el hecho de que Tarkovski cambia de compositor musical a partir de este largometraje. Hasta ahora, había contado con el músico de Voronezh Vyacheslav Ovchinnikov, y para su tercera realización llama al moscovita Eduard Artemiev , en quien encontrará un colaborador muy brillante y una complicidad total en sus tres largometrajes de los años setenta. A menudo Tarkovski, tanto en conferencias, entrevistas, o en su propio libro ‘Esculpir en el tiempo’, hablaba apasionadamente de la importancia capital del sonido y la música en el cine. Y para él la música electrónica tenía un potencial enorme. Comenzó a utilizarla de forma muy notable en ‘Solaris’, pero quién sabe hasta dónde podría haber llegado si hubiera podido filmar más películas. Sin el trabajo de Artemiev el alcance estético de esta película hubiera sido mucho menor.

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Kris Kelvin es un hombre perdido, sin rumbo, desde la muerte de su mujer, diez años atrás. Pero es enviado a una estación espacial en la órbita del misterioso planeta Solaris, formado sólo por agua, ya que los pilotos y científicos que allí viajan parecen entrar en profundas crisis emocionales y mentales. Cuando llegue allí descubrirá que el océano inmenso que es Solaris indaga en las mentes de los seres vivos cercanos para crear, a base de neutrinos, seres que no deberían existir o que ya han muerto. Así, no pasará mucho tiempo hasta que aparezca Hari, su mujer muerta hace tantos años. Poco a poco, Kelvin irá enloqueciendo, mientras intenta escapar de una pesadilla interminable. Este es el punto de partida para que Tarkovski hable con singular lucidez acerca de los recuerdos, de las imágenes veneradas del pasado, o de la relatividad de los propios sentimientos, entre otros temas. Desgraciadamente, se trata de su película más envarada, y se nota que Tarkovski no se siente del todo cómodo, pues se tarda mucho en llegar a algo. Eso sí: cuando por fin se llega, el filme se convierte en una experiencia verdaderamente hipnótica.

Eduard Artemiev empleó el sintetizador ANS, creado entre 1955 y 1958 por Yevgeny Murzin, uno de los primeros de ese tipo en el mundo, con el que los rangos sonoros se multiplican, pudiendo lograr con él armonías muy estimulantes y creativas. Los sonidos creados para ‘Solaris’ por Artemiev se ajustaban además al movimiento visual, por lo que estamos hablando de un elaboradísimo fondo sonoro. La sensación de amenaza y de soledad se ven así enfatizados, sobre todo después del sosiego de las primeras imágenes en la dacha, con la naturaleza en todo su esplendor, y el sonido muy naturalista, pues podemos oir aves, el correr del agua, la brisa e incluso a los insectos). Tarkovski inventó la introducción como auténtico (y no siempre visto como tal) homenaje a la belleza de la Tierra, en clara oposición a la desazón, la gelidez, de la estación espacial. De igual manera, el uso del ‘Preludio coral en Fa Menor’ de Bach se identifica con los sentimientos, la fragilidad y la vida del hombre. Si el sonido en ‘Andrei Rublev’ era brillante, en ‘Solaris’ alcanza la jerarquía de creación artística.

Tarkovski posee el suficiente talento como para zafarse de lo que podría esperarse de un relato de estas características, y a la superficialidad de un hombre que reencuentra a su amor perdido, por mucho que sea una imagen falsa, sabe aportarle muchísimas lecturas morales: el amor como una imagen pero también como un concepto de deseo y debilidad, los recuerdos como salvación a un presente gris pero también como condena para un futuro libre, la mujer como remanso de paz pero también como fuente de todo problema. La dualidad está presente en cada idea y en cada emoción, sin poder separar jamás lo positivo de lo negativo, formando un todo trágico. Resulta tentador fijar a esta proyección de la mujer como la visión tarkovskiana del otro sexo, ya que es el personaje femenino más importante de su filmografía hasta la fecha, pero tal tentación es mejor rechazarla porque de la verdadera Hari sólo obtenemos ecos de verdad, y la infausta criatura que aparece ante Kelvin en la estación es poco menos que una broma cósmica.

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Con todo, la sensualidad y la fuerza de la falsa Hari, dan buena fe de la visión de Tarkovski de una mujer idealizada, y la bella actriz Natalya Bondarchuk, que por entonces contaba con veintiún años, clava el personaje y está literalmente impresionante. Como un androide con sentimientos (figura dramática de la que ha abusado el cine durante cuarenta años), o un fantasma sin recuerdos, Hari vagará por la imagen de ‘Solaris’ como un alma en pena, de modo que nos identificamos plenamente con los encontrados sentimientos de Kelvin. En cuanto a Donatas Banionis, que da vida a Kelvin, se trata de un actor muy poco tarkovskiano, al contrario que el resto del reparto. Pese a ello, hace un buen trabajo, pero Banionis era un actor del método para el que cada gesto y cada mirada debían estar muy medidos y pensados, en lugar del estilo del director, mucho más instintivo y espontáneo. Al parecer las peleas entre ambos fueron constantes, pero Tarkovski pudo finalmente llevarle a su terreno.

Por tercera y última vez, Tarkovski contó con el operador Vadim Yusov, que se negaría a participar en ‘El espejo’ (‘Zerkalo’, 1975) por motivos éticos… Yusov plantea una iluminación de los excelentes decorados de Mikhail Romadin muy alejada de lo que podría esperar un habitual de la sci-fi hecha en Hollywood, aunque posteriormente algunas de sus soluciones lumínicas fueran utilizadas en películas del género. No existe el menor rasgo de expresionismo. La luz, una luz dura y muy fría, es constante en toda la película, casi sin sombras, y la puesta en escena acerca la película a una obra de teatro, a una pieza de cámara por los pasillos de una nave espacial. Cuatro personajes hablando y forzados a tomar decisiones mucho más ímportantes que la viabilidad de un proyecto espacial, conjeturando sobre su sitio en el universo, su supuesta y cuestionable condición de seres únicos e indivisibles, o el mutismo de un Dios al que parecen importarle poco nuestros problemas.

Sin embargo, creo que Tarkovski no llega todo lo lejos que a él le hubiera gustado, y las emociones de ‘Solaris’ se quedan a veces más en ideas opacas, en un ensayo para el futuro ‘Stalker’ (id, 1979), con la que, en mi opinión, sí se encontró totalmente cómodo con el material que iba a filmar, y con la que sí pudo llegar hasta el final del camino en todas sus obsesiones existencialistas y metafísicas. Para él, películas como ’2001, una odisea del espacio’, no eran más que una colección de postales de arte gráfico, “y no precisamente arte gráfico de buena calidad”. A él le preocupaban los problemas abstractos del hombre, mientras hacía avanzar muchos años (no creo exagerar) el uso del sonido en el cine. De hecho muy pocos (Coppola o Lynch en el cine americano), están a su altura. Quizá algún artista un día comprenda hasta donde se puede llegar tomando como base narrativa el sonido y la música. Tarkovski fue de los primeros y de los más importantes.

Impacto e imagen favorita

A pesar de que, como no podía ser de otra manera, las autoridades soviéticas y el Goskino recibieron con frialdad y suspicacia el nuevo trabajo de Tarkovski, la película ganó el Premio del Jurado en el Festival de Cannes y el premio FIPRESCI. En la URSS se estrenó solamente en cinco cines, pero su éxito fue fenomenal, y se mantuvo en cartel nada menos que ¡quince años! en sucesivos reestrenos de copias limitadas. Creo que he dejado claro en el texto que no es precisamente mi Tarkovski predilecto, aunque muchos (de forma muy respetable) la consideran su obra maestra. En mi opinión el cineasta aún tendría que superarse. Mi imagen favorita es esa en la que Kelvin despierta de algún oscuro sueño y se encuentra a su difunta mujer sentada frente a él, en una hermosa e hipnótica apariencia. Cada cual, supongo, tendrá la suya, en los ciento sesenta y cinco minutos de su metraje.

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