El actor Dylan O'Brien se convirtió en una estrella juvenil gracias a las películas de la franquicia ‘El corredor del laberinto’ (The Maze Runner,2015) y la serie ‘Teen Wolf’, por lo que quizá los alérgicos a ese tipo de producto piensen que ‘De amor y monstruos’ (Love and Monsters, 2020) tiene que ver con las anteriores, pero en realidad, pese a tener un tono de adaptación young adult, supone una de las primeras piezas de un cine dedicado a público joven con otras preocupaciones.
Quizá tenga que ver que su guionista es Brian Duffield, precisamente surgido de la saga ‘Divergente’, que está destacando en Hollywood por un acercamiento emocional a los géneros que ha dejado ya su huella en ‘The Babysitter’ (2017), ‘Underwater’ (2020) o ‘Espontánea’ (Spontaneous, 2020), su debut como director un brutal coming of age que se postula como una metáfora sobre crecer con síndrome post-traumático por tiroteos en institutos de Estados Unidos a través de un salvaje fenómeno en el que los adolescentes explotan sin venir a cuento.
Un blockbuster competente relegado a plataformas
Duffield demuestra un conocimiento de los resortes del género y los va adaptando a las ansiedades del cine adolescente o juvenil heredero de John Hughes, que aquí tiene mucha presencia, no tanto de intereses románticos funcionales como con planteamientos de pérdida, ausencia, trauma y otros elementos que no trata de forma tremebunda, sino como forma de colorear los conflictos de sus personajes y hacer más interesante el espectro de films de género puro como ‘De amor y monstruos’ que fluye con comedia, aventura y muchos, muchos monstruos.
Y es una pena que esta ‘De amor y monstruos’ se lanzara directamente a vod o stream por causa de la pandemia, puesto que es uno de esos casos en los que no conviene confundirla como uno de los estrenos de la semana de producción propia de Netflix. Un planteamiento en panorámico, un buen presupuesto y planteamiento para la gran pantalla y no para un móvil la separan a años luz frente a productos del mismo calado en la plataforma.
En su argumento no hay nada nuevo, tras la amenaza de un asteroide, las secuelas de los compuestos químicos que salvan a la tierra crea criaturas mutantes a los animales de sangre fría. Reptiles y anfibios enormes, sedientos de sangre hacen que los supervivientes humanos deban vivir bajo tierra en búnkeres, saqueando suministros en misiones de alto riesgo. Un poco la premisa de los cómics ‘Superviviente’ de la colección ‘Ultramundo’ (1987), pero con un protagonista, Joel, bastante limitado en su función de cocinero de su Búnker.
Monstruos y apocalipsis
Un protagonista que reflexiona sobre su mortalidad que sale en busca de su novia de instituto, Aimee (Jessica Henwick), mientras se enfrenta sus miedos y emprende un viaje emocionante en el que se encuentra con un perro solitario, algunos supervivientes y montones de monstruos. Una especie de cruce amable de ‘Un muchacho y su perro’ (A Boy and His Dog, 1975) y ‘Callejón infernal’ (Damnation Alley, 1977) con cine de los ochenta, un poco la versión 2.0 de ‘La noche del cometa’ (Night of the Comet, 1975) para el público Gen Z.
No faltarán las comparaciones con ‘Zombieland’ (2009), con su héroe inseguro y neurótico, pero es mucho menos una comedia gamberra dirigida a público adulto (en aquella no faltaba el gore), y no trata de buscar ser edgy a toda costa, entregándose a un sentimentalismo sin cinismo, sincero pero tampoco demasiado cargante, logrando un tono ligero en el que no faltan momentos de tensión y terror de monstruos, pero opuesto al nihilismo de ‘The Walking Dead’.
El director Michael Matthews, se divierte con su mundo de monstruos guardando un buen puñado de sorpresas, con todo tipo de seres, con cierto espíritu de aventura de cine de pipas Verniana, como si actualizara el cine de Kevin Connor de viajes a mundos perdidos, con seres de muy buen CGI, que se han ganado una nominación al óscar a mejores efectos visuales, que parecen en ocasiones herederos de la película ‘Temblores’ (Tremors, 1990) y en otras de la artesanía de Ray Harryhausen.
Espíritu de aventura clásica sin ironía
De hecho, ese espíritu se refleja claramente en la recreación de uno de los momentos míticos de una de las grandes adaptaciones de Verne, ‘La isla misteriosa’ (Mysterious Island, 1962), en la que el mago del stop motion componía una deliciosa escena con cangrejo gigante en una playa que es aquí replicada con una voluntad de sentido de la maravilla que hacen que los efectos sean lo de menos, captando la magia de una aparición monstruosa con un sentido clásico que se echa de menos en los blockbusters actuales.
Pero ‘De amor y monstruos’ tiene un corazón de ‘Isla del tesoro’ y el viaje del personaje principal supone un crecimiento para Joel que pasa de estar aterrado al ver monstruos a lanzar granadas a las boca de ciempiés gigantes, perdiendo la ingenuidad gracias a personajes como Michael Rooker y Ariana Greenblatt que pasan menos tiempo del deseable en pantalla, pero que está geniales como pareja de aventuras improbable, con reglas para sobrevivir en una tierra llena de criaturas que dan para hacer una serie con ellos de protagonistas.
‘De amor y monstruos’ es divertida, ligera y muy bien realizada, que ofrece suficientes monstruos y acción para que los temerosos por la parte romántica y emocional salgan con los bolsillos llenos, pero al mismo tiempo, es suficientemente honesta como para que su mirada a los temas del perdón y, sí, el amor, no sean una etiqueta para atraer adolescentes, sino una aproximación de interés a sus personajes, con la medida justa para añadir emoción sin ironía y una mirada pura al cine de aventuras, terror y monstruos que no ve la candidez como algo negativo.
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