Un viernes por la noche de mi primer año de universitario en Sevilla, acudí en compañía de mi novia —hoy esposa— al cineclub de su facultad para ver 'Tesis' (id, Alejandro Amenábar, 1996), una cinta que no había llegado a proyectarse en los cines de mi ciudad natal —y si lo había hecho yo ni me había enterado...cosa rara— y que pocos meses después de su estreno estaba en boca de todo el mundo tanto por el inesperado éxito que había supuesto como porque lo mucho que se hablaba de ella apuntaba al nacimiento de un cineasta como pocos había conocido la industria española hasta el momento.
Algo escéptico ante tales afirmaciones, tomé asiento en la comodidad del salón de la facultad de Biología con la esperanza de, al menos, no aburrirme durante las dos horas de proyección. Huelga decir que a lo último que aquellos 125 minutos dejaron espacio fue al tedio y que, toda vez hubo finalizado la cinta, no tuve más remedio que hacerme partícipe de aquellas voces que aseveraban que con ésta su ópera prima Alejandro Amenábar se había alzado de forma categórica como una de las voces más interesantes con las que iba a contar el cine de nuestro país. Poco tiempo después siete Goyas terminaban avalando dichos comentarios más allá de cualquier duda razonable.
Otro modelo era posible
Y es que, ante todo, y sin entrar a apuntar a algunas de sus debilidades, 'Tesis' fue un descubrimiento con mayúsculas, un título que se alejaba de forma consciente y radical de los palos más comunes y explorados del cine español y que miraba bajo una óptica arraigada en nuestras idiosincrasias hacia el otro lado del charco para construir un thriller modélico, pletórico en una inmensidad de recursos narrativos y visuales que, a los veinteañeros de entonces nos hacía creer con fuerza que otro tipo de cine era posible más allá de la terna conformada por el de talante social, la comedia y aquél que volvía una y otra vez sobre la Guerra Civil y la posguerra.
La puerta que abría 'Tesis' era una que descansaba sobre un "chaval imberbe" de veinticuatro años —sólo tres más de los que yo contaba por aquél entonces— que había mamado el mismo cine desde su infancia que todos aquellos los que nacimos durante la década de los setenta. Un cine que, sin rendirse ni un sólo momento ante la concepción del séptimo arte como espectáculo, guardaba ciertos intereses que iban más allá del mero vehículo de palomitas y que, en 'Tesis', se iban a encaminar a la nada velada crítica hacia lo mediatizado de nuestra sociedad y hacia el morbo fácil en el que, día sí, día también, incurren los medios de comunicación de masas.
Acompañada de una reflexión secundaria acerca de nuestra primitiva fascinación por la violencia —una fascinación con la que cuentan los mass media para "engacharnos" delante de la caja tonta— los momentos en los que 'Tesis' habla al espectador de tales cuestiones comienzan desde la concepción misma del filme como vehículo para esa ¿leyenda urbana? que son las películas snuff y siguen en la escena inicial en el metro y, de forma muy elocuente, tanto en la charla que el personaje de Xabier Elorriaga da a los alumnos sobre lo que es el cine, como en esa secuencia final en el hospital con los ancianos compañeros de habitación de Fele Martínez hipnotizados por el tubo catódico.
'Tesis', brillante arranque
Inserto todo lo anterior en un metraje pleno de ritmo y carente por completo de tiempos muertos o momentos de escaso interés, lo preciso de 'Tesis' y lo brillante de su discurrir es puesto en valor de forma constante por lo que Amenábar plantea tras el objetivo: ya sea en su vertiente más física —esa persecución por los pasillos de la madrileña facultad de Imagen— ya en la que mejor imprime el horror y la tensión en el respetable, con incontables momentos a los que acudir como ejemplo, la dirección del cineasta hispano-chileno es la baza más sólida con la que contaba y sigue contando 'Tesis' para ser considerada por muchos como la MEJOR cinta del realizador.
Si bien dicha posición queda reservada a mi entender para otro de sus cinco títulos, es incuestionable que un muy alto porcentaje de lo que vemos aquí se sitúa a un nivel que afirma, con categórica rotundidad, aquello que apuntaba algunos párrafos más arriba, que Amenábar era sin duda un cineasta como pocos había conocido nuestro cine hasta el momento: la cercanía con la que plantea su discurso, manantial de la fuerte implicación del espectador con todo lo que sucede, no es óbice para que aquél se formule a través de soluciones simples o acomodaticias, buscando siempre el cineasta la sorpresa constante a través de cómo se cuenta la historia.
Acompañada además por una composición de la que también es responsable y que hace gala de un ajuste asombroso y de una puntual brillantez —de nuevo, la citada escena de la persecución o los créditos finales— uno de los puntos de apoyo más sólidos de las maneras de Amenábar reside en la forma en la que se acerca —nos acerca— a sus personajes, un trío de universitarios envueltos en una oscura trama de entre los que destaca, no cabe duda, un espectacular Fele Martínez: su Chema, ese "friki" amante de la pornografía y el gore extremo se merienda tanto a una muy escueta Ana Torrent —peor elección de reparto— como a un muy bisoño Eduardo Noriega.
La escena en la cafetería de la Universidad que sigue al primer acercamiento de Ángela (Torrent) a Chema es, entre otras, una muestra clara de la inventiva que Amenábar pone en esa fortaleza que son los protagonistas de su acción, una fuerza sobre la que se insiste a través de los chispeantes diálogos entre ambos personajes —todo lo que escuchamos en el túnel a oscuras, las constantes puyas entre tan opuestas personalidades— y que, no obstante, queda algo disminuida por la ineficacia de ciertos careos entre la actriz principal y Elorriaga o Noriega.
La conversación en el despacho del primero o aquella que tiene lugar en la habitación de la joven con el atractivo y misterioso personaje encarnado por el "guaperas" de Noriega ponen en entredicho la suma eficacia con la que Amenábar trata el resto del conjunto —especialmente brillante es el juego con los arquetipos para engañar al espectador—, una ineficacia a la que viene a sumarse la inclusión de Nieves Herranz como la insulsa y estúpida hermana de la protagonista, un personaje sin relevancia alguna en el devenir de la trama que sólo se entiende desde la relación que el cineasta mantenía con la actriz por aquél entonces.
Eso sí, estas incuestionables debilidades no consiguen hacer suficiente mella en la percepción final de que es 'Tesis' uno de los mejores filmes españoles de los últimos veinte años. Un filme que es terrorífico cuando así lo desea, que sabe como subir la producción de adrenalina en el respetable con suma facilidad, que cuenta con innumerables momentos de auténtico genio cinematográfico y que resiste incólume el paso del tiempo bastante mejor de lo que, hasta cierto punto, lo hará su siguiente incursión en la gran pantalla.
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