Si has vivido en un pueblo muy pequeño, sabes que todo se articula en torno a pequeñas rutinas, y las amistades se cimentan en torno al momento de tomar algo en el bar, jugar al mus o dar un paseo por los alrededores. A Martin McDonagh estas rutinas no le importan lo más mínimo al contar la historia de una amistad truncada unilateralmente y llevada hasta las últimas consecuencias. Desde el inicio, 'Almas en pena de Inisherin' solo busca la destrucción absoluta sin ninguna intención de reconstruir después.
¿Cómo va la desesperación?
McDonagh no nos permite saber nada de la amistad entre Pádraic y Colm porque no es necesario: lo que importa es la ruptura, la desazón y la amargura de ese momento en el que sabes (pero no aceptas) que has perdido a alguien que quieres para siempre. Normalmente el cine nos lo ha contado referido a un amor, pero en el fondo hay pocas sensaciones tan duras (y reales) como la de perder de la noche a la mañana a un amigo por quien lo habrías dado todo sin recibir ninguna explicación. Quizá por ello, como espectadores, es imposible no estar de primeras de lado de Pádraic. Pero luego, el guion es tan inteligente que hace que nuestra propia percepción cambie... imperceptiblemente.
La película, aparentemente pequeña, abre todos los frentes que puede hasta convertirse en un monstruo inabarcable, un monumento a la tristeza paradójicamente repleto de comedia que plantea dos maneras de ver la vida: una cree que es mejor pasar a la historia como alguien reconocido. Otra, que lo suyo es vivir una existencia feliz al lado de la gente que te quiere. En ningún momento ambas ideas intentan confluir, sin darse cuenta de que son absolutamente insignificantes al lado de la guerra civil que, a unos kilómetros de distancia, no para de sonar. De que las diatribas sobre su amistad (o su enemistad) nacen de una egolatría absurda.
Pero nada de esto está narrado con pomposidad, lentitud ni altivez: 'Almas en pena de Inisherin' tiene un ritmo magnífico y un sentido del humor intrínseco que incluso en los momentos más oscuros acompaña a sus personajes y convierte un drama formado por enemistades in crescendo en una tragicomedia en la que cuando estás triste, metes a tu burro en casa. Es puro Martin McDonagh de inicio a fin, tan punzante como depresivo, tan hilarante como humano.
Alfredo Irlanda
Una cosa que siempre he odiado en las críticas de cine es ese momento de "Nueva York es el personaje más importante de la película", pero en algún momento hay que traicionarse a uno mismo y decir que Irlanda es un personaje más de la película. Si habéis paseado por los acantilados de Irlanda del Norte, disfrutado de unas vistas sin igual y se os ha quitado el aliento al ver una de las zonas más peligrosas, inclementes, frías y al mismo tiempo bellas de Europa, entenderéis mejor el tono de la cinta, que se cimenta en torno a una geografía única.
Y es que sus personajes se adhieren al lugar en el que viven: Inisherin se revela como una especie de limbo, de lugar que llama a la tristeza, tan bello por fuera como profundamente desesperante por dentro, en el que las inquietudes artísticas nunca irán más allá de una serenata en el pub y una vida se reduce a la pequeñez de tu propia existencia. Y es en este momento, una vez comprendemos la lenta agonía de vivir en un lugar tan bello como inhóspito cuando, por fin, comprendemos el sinsabor vital de Colm, que lejos de poder expresarlo (al fin y al cabo, se cree mucho más sabio de lo que realmente es), decide representarlo con un golpe en la mesa que nunca llega a dar frutos.
Porque Colm realmente no quiere pasar el resto de su vida buscando perpetuar su música: ante la vejez y la cárcel que le supone Inisherin (ojo al encuadre de las puertas y los marcos de las ventanas que le encierran aún más), solo busca un cambio. El que sea. Romper con todo para tratar de reformar su vida desde cero. Y al final es esta ruptura la que se convierte en su nuevo objetivo vital, hasta el punto de abandonar sus sueños y ambiciones por dejar claro su punto de vista. Colm nunca quiso pasar a la historia: solo que se escuchara su desesperación.
El burro se queda
Efectivamente, 'Almas en pena de Inisherin' es una gran película consciente de su grandeza, pero en su fantástica sutileza cae en el problema de una excesiva teatralidad y en su tendencia a la destrucción acaba resultando algo inverosímil. No es un gran problema, claro, pero a nadie le gusta entender el truco del mago mientras aún está intentando hacer que creas en la ilusión. Quizá por eso el espectador, que bascula entre su apoyo a uno o al otro, acabe tomando, de manera inconsciente, la posición de la hermana de Pádraic.
En la escalada de eventos nunca dejamos de comprender a ambos, pero llegados a un punto ni siquiera están luchando por su amistad, su punto de vista o la venganza, sino por sentir algo. En un estado de soledad, depresión y frialdad absolutas, la verdadera búsqueda es la de un sentimiento, sea el que sea, en la forma que venga. No es difícil entender a estos dos personajes protagonistas de la relación más potente de los últimos años en el cine: viven entre las cenizas de una amistad que quizá nunca fue fuego, y solo quieren volver a quemarse. Aunque haya que llevarlo hasta las últimas consecuencias.
Creo que a estas alturas de la carrera de los Óscar sobra decir lo grandioso del trabajo de Brendan Gleeson y Colin Farrell, que con su expresión facial logra evocar los sentimientos que su personaje no es capaz de unir con palabras. En 'Almas en pena de Inisherin' todo encaja y está cuidado hasta el extremo por un McDonagh más heredero de 'Escondidos en Brujas' que de 'Tres anuncios en las afueras' que conoce hasta el último detalle de dos personajes tan complementarios que no les queda otra que destruirse mutuamente.
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