Tom Hanks, quien ha confesado haber tenido problemas con la soledad años atrás, afirma, no con poca razón, que "El cine tiene el poder de hacer que no te sientas solo, incluso cuando lo estás"; una observación tremendamente acertada si tenemos en cuenta cómo enfrentarse a la gran pantalla en la oscuridad de un patio de butacas nos sumerge en un mundo inexplorado del que pasamos a formar parte y que compartimos con sus habitantes durante un par de horas que pueden llegar a ser bálsamo para el alma.
No obstante, el séptimo arte puede llegar a mostrarse como un arma de doble filo. Por una parte, una vez se encienden las luces y se nos obliga a volver a la cruda realidad, es casi imposible no paladear el amargor; por otra, en casos concretos, el propio largometraje al que nos exponemos puede evocar la soledad con la mayor de las purezas, siendo esto último algo que sólo está en mano de los mejores narradores.
Con 'Almas en pena de Inisherin', el dos veces oscarizado Martin McDonagh —'Tres anuncios en las afueras'— logra impregnar con la más visceral sensación de melancolía y desamparo 115 minutos que, más que a una película, dan forma a un estado de ánimo. Uno que se mete poco a poco bajo la piel a base de tristeza, un turbio sentido del humor y ese existencialismo capaz de doblegar el ánimo del ser humano más optimista.
Sonrisas y lágrimas
Es harto complicado argumentar una opinión sobre un título tan rico, complejo y repleto de capas como el que nos ocupa sin caer en la tentación de desviarse una y otra vez del camino marcado. Por ello, antes que centrarse en sus múltiples lecturas y bondades formales, artísticas y narrativas, lo más adecuado es hacerlo en el componente emocional y, como puede deducirse llegados a este punto, 'Almas en pena de Inisherin' deslumbra en ese aspecto.
Durante los perfectamente medidos tres actos que apuntalan su sólida estructura he tenido tiempo para experimentar desconcierto, para divertirme y reír sin tapujos, para llorar a lágrima viva y para concluir la función sintiendo un vacío inmenso que permanece intacto mientras tecleo estas líneas. Un cúmulo de sensaciones que, en cierto modo, evolucionan progresivamente como lo hacen los arcos de unos personajes redondos y dibujados a la perfección.
Mediante este cóctel imposible en el que llanto y carcajada dejan de ser términos antagónicos y que se ve impulsado por un McDonagh que saca a relucir su faceta de dramaturgo con un uso magistral del diálogo, la cinta despliega un abanico discursivo en el que la mencionada soledad, la amistad, la impronta humana, las idea de trascendencia y la convulsa historia de la Irlanda del siglo XX son examinadas con cinismo y acidez.
Para obrar este pequeño milagro fílmico y transformar con éxito todos estos elementos en una atmósfera tan densa como única, el cineasta, además de en su pulido dominio narrativo, se ha escudado en un diseño de producción y una dirección de fotografía soberbios —el manejo de la paleta de colores es digno de elogio y convierte la costa irlandesa en una suerte de purgatorio— y, sobre todo, en un reparto impecable en el que destacan Brendan Gleeson y un Colin Farrell que ha tocado techo en su carrera interpretativa.
Todo lo que pueda escribirse sobre 'Almas en pena de Inisherin' no hará la más mínima justicia a su brillantez. Este relato con alma de fábula y rebosante de simbolismos y tintes folk trasciende a su medio y a su naturaleza para alzarse como una de las experiencias más especiales que vamos a poder disfrutar en un curso cinematográfico 2023 que está empezando con una fuerza inusitada.
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