El prestigioso (en Europa) cineasta surcoreano Kim Ki-duk posee una interesante filmografía, forjada con gran fuerza visual e historias duras de personas torturadas, y cuya poética presentación siempre deja al espectador las múltiples interpretaciones. En 'Aliento' plantea una trama de lo más inquietante y prometedora, presentada en los primeros minutos con enorme talento, pero pierde su habitual poderío narrativo y riqueza de matices para patinar en la ambigüedad y el desconcierto con un guión con demasiadas lagunas que acaba siendo lo más mediocre del director hasta la fecha.
Ki-duk, sin embargo, vuelve a desplegar su habitual dominio visual, con imágenes impactantes, y su enorme capacidad para administrar los silencios. Son marca de la casa que vuelven a quedar patentes en 'Aliento'. Al igual que con la presentación de nuevos personajes ambiguos, descarnados con el alma torturada y que rozan la locura, pero que, a excepción de la protagonista, se conforman demasiado unidimensionales, con escasa progresión que demuestran la flojedad de su definición en la escritura del guión, haciendo que el mensaje se diluya.
'Aliento', de título tan ambiguo como sus personajes, nos cuenta como la noticia de los intentos de suicidio de un preso condenado a muerte impactan a una joven escultora y ama de casa, que soporta una monótona situación en su vida, junto a su hija y la infidelidad evidente de su esposo. Llevada por un impulso se lanza a conocer al preso, con el que va teniendo distintos encuentros en los que intenta quitarle la idea del suicidio y le ofrece un respiro de vida, mostrándole su amor hacia él.
El dolor, la incomunicación, la reclusión y la opresión de la vacía vida cotidiana son algunos de los temas que se van deduciendo en los sorprendentes encuentros de la protagonista con el preso. Pero, conforme avanza la historia, con la, de nuevo recurrente, espléndida sucesión de las cuatro estaciones (que acaban siendo una especie de catarsis para ella, una venganza a la infidelidad sufrida), los personajes no terminan de definir sus objetivos, se estancan en la ambigüedad, resultando planos por momentos y, en ocasiones, demasiado forzados.
El preso, privado del habla, por las heridas autoproducidas en su garganta, sólo puede mostrar sus sentimientos con los gestos y la mirada, lo que ya reduce considerablemente su expresión (esforzadamente interpretado por el actor taiwanes Chang Chen, visto en 'Tigre y Dragón', que curiosamente no habla coreano). Y su relación con Yeon, en los sucesivos encuentros, se va convirtiendo en una especie de enamoramiento, como vía de escape a su recluída y opresiva vida en una pequeña celda que comparte con otros tres presos. Pero a la vez, tiene una relación indefinida con uno de sus compañeros de celda, que le profesa un extraño sentimiento homoerótico. Acaba resultado el personaje menos creíble, y cuyas motivaciones quedan poco definidas.
Otros personajes también resultan bastante fallidos, desde el marido infiel, absolutamente idiota y cuyas intervenciones y comportamiento son previsibles al máximo. Al igual que la hija de la pareja, una verdadera figurante, de relleno, que no aporta absolutamente nada. Y, por otro lado, el enigmático director de la prisión (interpretado por el propio realizador), al que intuimos como el voyeur que vigila con las cámaras de seguridad los encuentros.
Y es que Kim Ki-duk, al que se le acusa de dirigir películas exclusivamente para festivales y para la crítica europea que tan bien le trata, filma su película menos lograda (por cierto rodada en apenas dos semanas). Carece de emociones reales y renuncia a la verdadera capacidad de conmover que había logrado con 'Primavera, verano, otoño, invierno... y primavera' o con la sensacional 'Hierro 3'.