Ya hay dos críticas rigurosas de esta película, 'Noé' (Noah, 2014) escritas por mis compañeros. Sergio Benítez y Mikel Zorrilla se han mostrado positivos y receptivos a la última película de Darren Aronofsky, un proyecto en el que volvemos a encontrar el ya ciertamente clásico ejemplar de director de proyectos más o menos pequeños y personales al frente de un gigantesco presupuesto con reparto de rostros conocidos. Así que estas notas esperan ser una reflexión sobre la marcha después de unas semanas digiriendo y rumiando la película. Cuento, por supuesto, con vuestros comentarios para extender la conversación. *
El inicio de la película es muy poco persuasivo. Como si se tratara de una versión involuntaria y paródica de lo bíblico, las letras parecen indicar una suerte de versión seria de 'Transformers' (id, 2007) de Michael Bay sin las dosis de auto-conciencia implicadas. Los diálogos, obra de Aronofsky y su colaborador Ari Handel, tampoco ayudan: siguen la dinámica de las nuevas superproducciones, siendo obviedades, frases lapidarias, escritura perezosa.
En esos diálogos iniciales, se pretende situar la historia de Noé como superviviente y miembro de una estirpe legendaria de los mismos. Pero la grandilocuencia entorpece la fluidez narrativa. Que aparezcan The Watchers (ignoro como lo ha traducido el doblaje, supongo que como Los Vigilantes) como una suerte de transformers prehistóricos de la era Harryhausen desconcierta, en gran medida.
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Aronofsky no es un director precisamente sutil, ni demasiado dúctil en sus texturas. Desde su primera película, el efectismo forma parte de su talento. A veces es capaz de sitiarlo y dejarlo aislado. Aronofsky empezó a estar interesado en el cine mientras estudiaba en la universidad de Harvard; terminó sus estudios en el American Film Institute cursando un máster. Su trabajo fue premiado y su primera película, 'Pi' (id, 1999) obtuvo un recibimiento unánime: fue considerada película de culto. Curiosamente, que toda la prensa la considerara al acto película de culto era un síntoma de que era muy posible que tal cine - en su sentido riguroso - hubiera dejado de existir para siempre.
* Cuando 'La fuente de la vida' (The Fountain, 2006) fue su más palpable fracaso, Aronofsky demostró la firmeza del brillante estudiante que fue. Su siguiente película, 'El luchador' (The Wrestler, 2008) era un caso evidente de estudio formal exhaustivo: montada y compuesta tras una importante mirada al cine de los hermanos Dardenne, proponía una réplica, con actores de Hollywood, a una textura vívida, más visceral y menos efectiva. Ante su primer fracaso, Aronofsky buscó en Europa un nuevo estilo. Y, podemos decir, lo encontró con otros. Su siguiente película, la mejor todavía, es 'Cisne Negro' (Black Swan, 2011) donde su textura de los Dardenne se da la mano con otra, en apariencia, antagónica o cuanto menos radicalmente distinta: la de un Roman Polanski obsesivo y circular.
** Aronofsky no es un buen guionista. Sus películas más eficientes e interesantes no las escribió él; son el díptico de luchador-bailarina dedicado al cuerpo. Aunque su estilo y temas son igual de personales, los resultados son mejores. Los guiones están bien articulados, y no recurren a sus concentraciones temáticas. 'Noé' (Noah, 2014) es una película dividida en dos mitades. Como la propia carrera de Aronofsky, pienso. Ha costado ciento treinta y cinco millones de dólares, el presupuesto más elevado de toda su carrera. Su buen resultado en taquilla puede facilitar la entrada del cineasta en proyectos de mayor calado, si así lo desea. En una de sus habituales y deleznables hipérboles, Scott Foundas, el reseñista de Variety, decía que Aronofsky mezclaba el cine de Robert Bresson y Jerry Bruckheimer como nadie. Tal mezcla, improbable e ilógica, esconde un atisbo, muy pequeño, de acercamiento a su obra.
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Una vez ha arrancado, al cabo de cincuenta minutos, la película, en un gesto noble, ha gastado todas las típicas y monótonas imágenes del tráiler. Entonces comienza otra película. Más oscura, dedicada al castigo de un hombre. Más valiente. El Noé que encarna un soportable y recuperado Russell Crowe no es un santo, ni un héroe. De hecho, es un mal padre, pues solamente a uno de sus hijos, en aras de una incomprensible voluntad divina, permite la reproducción y el placer. El villano de la película reivindica la voluntad humana: el hijo resentido salva al padre, pese a todo. Lo hace usando la voluntad: la voluntad para el asesinato. Esa es la libertad. La voluntad es decisión propia, y se opone a la idea elevada, el mandato. En el lenguaje sagrado, la palabra es acción recuerda Maria Zambrano. Noé no tiene voluntad: cumple un mandato, alcanza un ideal.
Durante gran parte del metraje, Noé es un cuerpo castigado. Un cuerpo castigado por todos los sentidos. Por la locura, por la soledad, por el testimonio. En la escena más brillante y admirable, Aronofsky lo presenta en la penumbra, en un plano medio. Está sentado y oye los gritos de los miles de inocentes morir, solicitando ayuda. La voluntad de Dios, dice Noé. Pero no todos son culpables, le reprenden sus familiares.
*** La película puede ser leída de muchas maneras. Como fábula ecológica o como radical vindicación de la integridad religiosa, en su vertiente protestante o católica. El texto del Antiguo Testamento se presta a interpretaciones, pero no es eso.: el cine del Hollywood reciente es, con aisladas excepciones, estratégicamente ambiguo. En este sentido, Aronofsky no busca polemizar con los creyentes, ni tampoco lanzar una versión atea. Su película admite todas las lecturas que se quiera, pero esto no es necesariamente malo esta vez. Sus personajes tienen valor, vida dramática; a fin de cuentas, esta sigue siendo una de las mayores razones para leer la Biblia, más allá de la creencia. El lenguaje de la Biblia sigue siendo importante, pues por Antiguo tuvo que poner nombre y dar sintaxis a las cosas. La Biblia, además, creó a un sinfín de memorables personajes y situaciones; fue, en esencia, la primera gran novela para unos tiempos donde la palabra no podía ser novelística (porque era sagrada) y el verso estaba siempre por encima de la prosa.
El lenguaje de la Biblia es el más sorprendente hallazgo del irregular libreto del film. En un interludio, la historia de Adán y Eva es representada siguiendo el inglés mítico y ancestral del Rey Jaime, el gran traductor del texto bíblico al inglés. En ese momento, Aronofsky se demuestra osado: usa unas palabras, cuyo valor ha hecho temblar más audiencia y cuyo poder simbólico parece imposible a asociar a una sola imagen, y les da forma con aparente naturalidad y una textura alucinada, deudora de Jean Giraud "Moebius". Y acierta.
Representa el director la borrachera de Noé, otro acierto inesperado al final. Puede parecer que triunfa la voluntad de Dios, según asegura el personaje de Emma Watson, la fértil redescubierta, indudablemente lo peor de la película - en gran medida por su descoordinada y poco convincente interpretación, con un modo poco o nada adecuado de recitar las frases.
La película no es enteramente satisfactoria, pero tampoco importa. Es meritorio el modo en el que alcanza y brinda a la pantalla una oscuridad genuina - la que proviene de los Hombres, que siempre toman aquí todas las decisiones frente a dos mujeres preocupadas por entenderlos o por hacerlos entrar en razón- y como esta se va apoderando de la película, hasta que cuando llega el final todo lo que hemos visto es un relato sobre como el mundo arroja a las personas a la acción, al sacrificio, a la traición, a la derrota.
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