Aún, entre las cavernas, hay algunos que van de iluminados y siguen afirmando que el cine español solo tiene tetas y guerra civil. A esos que se esconden entre las sombras les invitaría a ver alguna de las producciones cinematográficas que se han realizado en España durante este año.
Haría especial hincapié en nuestra preseleccionada a los premios Oscar, ‘Verano 1993’, pero también le daría una larga lista de títulos interesantes: ‘Pieles’, ‘La llamada’, ‘Julia Ist’, ‘Abracadabra’, ‘Mimosas’, ‘Selfie’, ‘Fe de etarras’, ‘Los del túnel’, ‘El bar’, ‘Musa’, ‘Verónica’, ‘La librería’, ‘El secreto de Marrowbone’, ‘La película de nuestra vida’, ‘Oro’, ‘Incierta gloria’… Y podría seguir un buen rato.
Entre todas estas películas de nuestro cine, a pesar de las dificultades que entraña la realización de un largometraje, encontramos una propuesta muy peculiar. Es un título que empezó a forjarse con un curioso cartel lanzado en la vigésima edición del Festival de Cine de Málaga, en el que Berto Romero aparecía bastante deformado, convertido en una especie de niño con problemas serios de peso. El título rezaba ‘Algo muy gordo’, y, efectivamente, era algo muy gordo.
Con Carlo Padial, un director al que conocían los acérrimos al cine independiente español de nueva ola y pocos más, al frente del buque, y Berto Romero como protagonista, esperar cualquier cosa de ‘Algo muy gordo’ era casi imposible. Porque de aquellas dos mentes podía salir cualquier cosa, de forma literal. Y empezó la gamberrada.
Cine sobre cine
La sinopsis inicial de la película rezaba lo siguiente: “Dani Tomás, un guionista de televisión, recibe una noticia inesperada. Por un error jurídico tiene que repetir octavo de EGB para poder aprobar bachillerato. De esta forma regresa a un mundo ya olvidado, viviendo nuevas experiencias, situaciones inexplicables y divertidos sucesos”. Pero cuando se empezaron a filtrar imágenes de la película, sólo veíamos a Berto sobre fondo verde con traje de croma.
Y es que toda la película es el proceso de creación de la producción cuya sinopsis leemos. Es decir, que ni guionista ni repetir octavo de EGB: ‘Algo muy gordo’ es cine sobre cine. Para más inri, el formato de falso documental apoya esta extrañeza que pasa de ser una comedia de tinte alternativo a un experimento sobre el humor.
La reflexión más evidente que podemos sacar de la película es sobre el cine comercial de nuestro tiempo. Los efectos especiales, que han infectado todas las capas de los blockbusters contemporáneos, se han convertido en una premisa básica a seguir en muchas producciones. Y el relato de ‘Algo muy gordo’ nos enseña qué ocurre en una película que abusa del CGI antes de la postproducción, haciendo cómicas las surrealistas situaciones del set de rodaje en una película con aspiraciones cruzadas.
Las trayectorias de Berto y Carlo se contraponen: el primero es un cómico asentado en el éxito con la participación en comedias comerciales que quiere granjearse a la crítica con un proyecto diferente, mientras que el segundo es un director independiente que quiere financiación para sus obras nuevas, aun teniendo que renunciar a su aura alternativa. Los dos entes contrapuestos se fagocitan en una simbiosis pos-cómica de la que resulta una descripción de la proeza de hacer cine y fallar.
'Algo muy gordo' es mucho más que un falso documental cómico
‘Algo muy gordo’, en realidad, es una broma de ochenta y siete minutos de duración en los que asistimos a un ejercicio cinematográfico difícilmente descriptible. También es un metarrelato sobre el cine, la vida y la frustración. Asimismo, es un acto de reivindicación: la aparición de Javier Botet y Miguel Noguera, dos verdaderos portentos, no es casual; mucho menos la inclusión de un tema de Pimp Flaco en la banda sonora que cubre uno de los momentos más emotivos de la película.
Concebida como comedia a modo de falso documental, ‘Algo muy gordo’ está llena de post-humor. Y es en esa deriva extraña que ha tornado lo cómico en nuestros días, donde la incomodidad e incluso el terror se ha convertido en objeto risible, donde la película aprovecha para reflexionar sobre la trascendencia de la creación artística.
Otro de los puntos más interesantes de la cinta es que en ‘Algo muy gordo’ el propio fracaso se describe como el verdadero triunfo. Desenmascarando y diseccionando a sus personajes, que son deformaciones de los actores que los interpretan, explora entre sus sueños y anhelos para hacernos conscientes de que los proyectos son difícilmente alcanzables. Y nunca en tono triste: ‘Algo muy gordo’ es una mirada optimista que asume la realidad y se ríe en su cara.
La obra de Carlo Padial y Berto Romero es eso que le gusta decir a la crítica sobre las comedias que ha disfrutado: fresca, sin complejos e innovadora. Y no andan faltos de razón, porque ‘Algo muy gordo’ nos ha dado una bofetada -sin ánimo de herir- de reflexión. Porque ha buscado desde el inicio la incomprensión del público, de la gente que ha ido a verla y no ha sabido describirla al salir de la sala.
El gran acierto de ‘Algo muy gordo’ es la subversión total. Porque no es fácil tomarse el drama con humor ni lo cómico de forma seria. Para ser una comedia, puede que no arranque demasiadas risas. Pero entre los posos que la película deja, hay verdad, hay certeza. Y muchas veces hay que quedarse mirando al fondo del vaso para saber lo que acabamos de bebernos.
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