Alfred Hitchcock: 'Yo confieso', la polémica

‘Yo confieso’ (I Confess’, Alfred Hitchcock, 1953) es otra de esas películas con las que el maestro del suspense no estaba contento, incluso llegó a declarar que nunca debió filmarse. Fueron muchos los problemas con los que tuvo que lidiar en la producción de un film que adapta la obra teatral de Paul Anthelme de principios de siglo, obra que no interesaba demasiado a Hitchcock y que alguien le vendió con la idea de que tendría buen material para una de sus películas.

El film pretendía ser mucho más atrevido de lo que finalmente vimos en pantalla. Debido a la historia de un cura implicado en un asesinato por secreto de confesión, éste pasa a ser el principal sospechoso, descubriéndose ciertos factores de su vida privada pasada en la que consta un hijo con una mujer casada. La censura logró meter la mano para anular dicho detalle, que sin duda habría sido muy polémico en la trama. Hitchcok era católico y con razón, eso le habría dado igual. Sus preocupaciones eran otras.

Para empezar quería que el papel principal, el del cura, recayese en manos de actores como Cary Grant o James Stewart, pero ambos lo rechazaron, no llevándose muy bien con Montgomery Clift, ya que no le gustaban los actores de método. El actor se pasó buena parte del rodaje borracho —en alguna secuencia incluso puede apreciarse, como la del ferry—, y Hitchcock, que no era amigo de los enfrentamientos, pedía a otros que hablasen con Clift al respecto de su estado.

Perfectos antagonistas

Con todo hay que decir que Clift, uno de los actores de moda en aquel entonces, está fantástico en el personaje de cura que conoce la identidad de un asesino cuyo nombre no puede desvelar por el secreto de confesión. El rostro del actor refleja a la perfección el estado de ánimo de un personaje recto, justo y que prefiere sufrir un calvario antes que traicionar sus principios y creencias. Son dos los instantes en los que Hitchcock enlaza a Clift con una imagen de Jesucristo, comparando ambos sufrimientos.

Para el papel femenino de Ruth, la única persona que puede demostrar la inocencia del padre Logan (Clift), el director británico quería a toda costa a la actriz sueca Anita Björk, pues le había impresionado mucho con su interpretación en ‘La señorita Julie’ (‘Fröken Julie’, Alf Sjöberg, 1951), pero el estudio no estaba dispuesto a respaldar a una madre soltera —eran otros tiempos, y cierta historia con Roberto Rossellini e Ingrid Bergman ya había sido un sonado escándalo—, así que Hitchcock tuvo que conformarse con Anne Baxter, aprovechando el reciente éxito de ‘Eva al desnudo’ (‘All About Eve’, Joseph L. Mankiewicz, 1950).

Tal vez la actriz no esté a la altura de Clift, quien no necesita un solo diálogo para transmitir, pero al menos posee cierto feeling. Al lado brilla como el asesino que se esconde tras una confesión, O.E. Hasse, alguien de quien en un principio uno se apiada, pero poco a poco, remordido por la conciencia y por la sospecha de que el padre Logan contará todo a la policía, va envenenándose como ser humano hasta terminar siendo maldad pura. Karl Malden, otro actor muy de moda en aquellos años, es el policía que sospecha de Logan y hace todo lo posible por inculparlo; un personaje ciertamente tópico, pero que gracias al gran actor logra apartarse del cliché.

Un relato oscuro

Toda la película navega alrededor de un hecho que para muchos, incluido el propio director, es insostenible: el padre Logan aguantando ser acusado y juzgado de asesinato cuando sabe perfectamente quién es el asesino. El público no católico de la época, por razones obvias, no se creyó lo del secreto de confesión, y si lo pensamos bien es un poco ridículo. Pero ahí está la película más de cincuenta años después, ganando con el paso del tiempo y fortaleciéndose en muchos aspectos.

Para empezar, el relato es de lo más oscuro, aunque por el medio nos introduzcan un largo flashback —filmado con claro tono onírico en alguno de sus momentos— que supone la historia de amor entre Logan y Ruth. El inicio, de claro carácter espresionista, con una impecable fotografía de Robert Burks, que desde el trabajo anterior de Hitchcock se convertiría en habitual de éste, con un marcado blanco y negro adelanta lo terrible de la premisa y cómo se precipitarán los acontecimientos hasta un punto en el que no parece haber salida.

En ‘Yo confieso’ la máxima del suspense que practicaba el orondo director es llevada hasta sus últimas consecuencias. Un asesinato, un asesino y un falso culpable que lo pasará muy mal, el espectador sabe desde el inicio lo sucedido, pero por una vez va por detrás de los personajes al desconocer su pasado y relación. Este tratamiento del suspense fue explotado hasta la extenuación en series de televisión como ‘Lost’ (2004-2010), y que aquí alcanza el paroxismo a raíz del silencio del padre Logan.

Rostros serios

La puesta en escena de Hitchcock esta vez se centra en las reacciones de los personajes. Abundan los primeros planos de los rostros de los actores, sobre todo Clift, y consigue momentos prodigiosos con la cámara, la composición del plano y los rostros. Por ejemplo, el instante en el que la mujer del asesino sirve el desayuno al padre Logan y dos curas más, sin quitarle ojo al hombre que ha oído en confesión a su marido y que desconoce su posible reacción ante tal secreto. O sin ir más lejos, ese instante de Karl Malden mirando por encima del hombro para ver al padre Logan cerca y empezar a sospechar —años más tarde Steven Spielberg rindió un sentido homenaje en ‘Tiburón’ (‘Jaws’, 1975)—,

Hitchcok siempre se quejó de que esta película tuviese muy poco humor, más bien nada —salvo por el personaje del fiscal, interpretado por Brian Aherne, que en sociedad aparece jugando con tenedores y vasos, siempre riendo y divirtiéndose, y en la sala de juicios no muestra la más mínima piedad ni con sus amigos más cercanos—, pero creo precisamente que ese es otro de sus puntos fuertes. Además existe una granironía, muy típica de su director, en el hecho del padre Logan confesando al asesino que le librará de un chantajista. Una coincidencia de lo más malsana e incluso divertida sobre el papel, pero trágica y triste en imágenes.

Ese mismo año Alfred Hitchcock nos regalaría otra de sus grandes obras, atreviéndose incluso con el formato 3D.

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