Cuenta la leyenda sobre ‘Casablanca’ (id, Michael Curtiz, 1942) que su rodaje fue totalmente improvisado, con cambios continuos en el guión, día tras día y con un Curtiz que se volvía loco cada vez que los actores acudían a él para aclararse sobre el tema. Pero la obra maestra de Curtiz, que no se resintió ni un ápice de los problemas de filmación, no fue la única que sufrió de retrasos, cambios y falta de seguridad. ‘El proceso Paradine’ (‘The Paradine Case’, Alfred Hitchcock, 1947) fue otra de ellas.
Una de las obras menores de Hitchcock —ya les gustaría a muchos directores que sus obras mayores fueran la mitad de buenas que ésta— costó tanto como ‘Lo que el viento se llevó’ (‘Gone With the Wind, Victor Fleming, 1939), film con el que comparte el mismo productor, el mítico David O. Selznick. Dicho coste fue debido a los continuos retrasos de rodaje y las miles y miles de tomas que se hacían. Productor y director estaban enfrentados por el resultado final del film, y afortunadamente, esta película fue la última colaboración de ambos.
‘El proceso Paradine’ narra la defensa de acusación de asesinato hacia una dama de la alta sociedad de Londres —la europea e increíblemente hermosa Alida Valli, que Selznick quería convertir en la nueva Ingrid Bergman— por un abogado (Gregory Peck) que se queda absolutamente fascinado por ella. Se mezclan entonces una historia criminal con una de amour fou, y el resultado no está siempre a la altura de lo que el maestro inglés es capaz de hacer.
Error de casting, prodigiosa puesta en escena
El error más visible en una película como ‘El proceso Paradine’ es, sin duda, el casting, casi en su totalidad, a excepción quizá de Alida Valli, una de las mejores actrices del cine italiano, ergo de la cinematografía mundial, con una fascinante belleza que desde luego le venía de perlas a un personaje tan misterioso y cubierto de sombras como el de la Sra. Paradine. También es el caso del matrimonio formado por Charles Laughton y Ethel Barrymore, cuyas emotivas incursiones curiosamente afectan al ritmo del film.
Pero por lo que respecta al resto de personajes centrales, tanto Gregory Peck como Louis Jordan, en su primer papel para el cine, y Ann Todd son claros errores de elección de actores. Los dos primeros fueron imposición de Selznick, y aunque el primero cumple sin más, está lejos de dar vida a un distinguido abogado británico; Jordan es el más escandaloso sobre todo por su inexpresividad —Hitchcock quería a alguien tan “sucio” como Robert Newton, que habría sido una elección llena de mala leche—. Todd curiosamente fue elección de Hitchcock, pero termina resultando muy fría.
‘El proceso Paradine’ es ante todo una película de dirección, de puesta en escena, obviando así los fallos de casting, e incluso guión —capricho del propio productor que adaptaba un texto de Alma Reville, la esposa de don Alfredo, que a su vez adaptaba un texto de Robert Hichens—. El asesinato en sí no queda muy claro, hay cierta confusión en las declaraciones de los interrogados a la hora de determinar un encuentro casual en un pasillo. Tampoco el proceso de enamoramiento del abogado defensor está explicado con convicción. El resto es un prodigio.
Algunos de los aciertos más visibles en el film son el oscurecimiento de personajes como el de la Sra. Paradine y el criado, amantes secretos cuya relevación final tendrá dolorosas consecuencias. La primera aparición de Louis Jordan es toda una clase magistral de cómo presentar a un personaje sobre el que se ha estado hablando previamente y no hay nada claro a cerca del mismo. Las sombras bañan su rostro en determinadas ocasiones, hasta que en el juicio la verdad sale a relucir.
Un juicio sorprendente
Es ese juicio, que ocupa la segunda mitad del film, donde se encuentran los mayores logros por parte de un Hitchcock que se pasó el rodaje totalmente despreocupado de lo que hacía y le obligaban a hacer. La entrada y salida del personaje de Louis Jordan es el ejemplo más claro, aquel en el que el director juega con los puntos de vista a través de dificultosas técnicas de rodaje que, cómo no, echaban mano de las transparencias, que por vez primera y sin que sirva de precedente, son las mejores jamás realizadas por el británico. La excepción a la regla.
También podemos observar esa secuencia en plano cenital, enfocando al abogado defensor, totalmente hundido y vencido por los acontecimientos, saliendo de la sala de juicio, casi como si fuera el gran perdedor de una historia que le quedaba demasiado grande, y que se aleja de las dos posibilidades que planteaba el relato: el abogado salvará a la Sra. Paradine o perderá el caso. Lo que jamás se pasó por la cabeza de nadie es una confesión pública de ella por haber perdido al amor de su vida.
Así pues el amor como leit motiv de una película en la que la posición del personaje de sufrida esposa del abogado es ante todo digna de encomio. Ella no desea que la acusada sea ajusticiada, porque entonces su marido la tendrá idolatrada toda su vida, desea que siga en el caso, a pesar de las habladurías, y lo gane, para así poder competir en igualdad de condiciones. Algo típico, tratándose de un personaje femenino de Hitchcock, mucho más interesantes de lo que puedan parecer a simple vista.
‘El proceso Paradine’ fue un fracaso de taquilla y recibió malas críticas. Con el tiempo ha ido revalorizándose, pero el permanecer en la filmografía del maestro entre dos películas como ‘Encadenados’ (‘Notorious’, 1946) y ‘La soga’ (‘Rope’, 1948) es desde luego de una mala suerte increíble.
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