‘Con la muerte en los talones’ (‘North By Northwest’, Alfred Hitchcock, 1959) supuso la única película que el director británico hizo para la Metro Goldwyn Mayer, para la que un principio iba a dirigir ‘Misterio en el barco perdido’ (‘The Wreck of the Mary Deare’, 1959), película que terminaría dirigiendo Michael Anderson, porque Hitchcock y el guionista, Ernest Lehman, consideraron que el impresionante planteamiento inicial no podía ser mejorado en el desarrollo posterior —los que hayáis visto el film con Gary Cooper entenderéis a lo que se refería—, así que enseguida se pusieron con el presente proyecto.
Así pues el director expresó su idea de realizar un thriller con el monte Rushmore como escenario, y Lehman se puso manos a la obra, escribiendo un primer tratamiento inicial de pocas páginas que entusiasmó a Hitchcock. Suele decirse que ‘Con la muerte en los talones’ resume a la perfección los elementos de la etapa americana del maestro del suspense, afirmación nada exagerada a la que hay que añadir que también sentó la base de muchos futuros blockbusters y films de acción modernos, que se inspiraron en ella hasta la saciedad.
‘Con la muerte en los talones’ narra una historia típicamente hitchcockiana, la de un hombre que es confundido con un agente secreto por una red criminal, que le pondrá en más de un aprieto. Así pues, una vez más un falso culpable es el protagonista central de la película, pero en lugar de un hombre confundido con un criminal, tenemos a un hombre normal y corriente que es confundido con un experto agente secreto, y que en realidad no existe. El George Kaplan del relato es una treta para despistar a los criminales, un MacGuffin como combate contra el mal.
Un thriller de acción
Ya en los inolvidables títulos de crédito de Saul Bass —revisados por David Fincher en ‘La habitación del pánico’ (‘Panic Room’, 2001)— se deja claro que ‘Con la muerte en los talones’ estará en continuo movimiento al igual que su sufrido protagonista, al que da vida un pletórico Cary Grant en su cuarta colaboración con Hitchcock, sustituyendo al inicialmente previsto James Stewart. Se trata del film de su director que más acción posee, con los personajes yendo de un lugar para otro a partir de una confusión inicial, narrada por Hitchcock como si fuera algo muy natural.
Es precisamente en esa secuencia donde podemos apreciar que ‘Con la muerte en los talones’ es una película llena de detalles. Además de mostrar muy sutilmente que el personaje central es aficionado a la bebida, se muestra a través de un cuadro, que puede verse al fondo, lo que será su vida a partir del instante de la confusión, una cacería. Un juego de gato y ratón en el que Grant va aceptando su participación en el mismo, tomándoselo con un humor envidiable, algo que se extiende a todos los elementos del film. Es más, Hitchcock logra una mezcla de humor y tensión pocas veces visto.
Secuencias como la de la subasta son un claro ejemplo. Transcurre en la segunda mitad del film, y muestra a un Cary Grant que da todo lo mejor de sí mismo en el aspecto cómico mientras nosotros, como espectadores, tememos su destino. La única forma de salir de allí es llamar la atención para que sea expulsado de la subasta por la policía, a la que por cierto temía Hitchcock con todo su ser en la vida real. Un miedo que quedó muy patente en muchas de sus películas, siendo utilizado en ocasiones como elemento de burla.
Diversión y elegancia
‘Con la muerte en los talones’ tiene puntos en común con el anterior film de su director, ‘Vértigo’ (id, 1958), al menos en sus personajes. Un hombre en peligro se prenda de una misteriosa mujer que acabará descubriendo sus cartas en el tramo final del film. Dejando a un lado los componentes psicológicos de la trama, de enorme importancia en el film protagonizado por Kim Novak, el presente toma el mismo esquema para el thriller puro y duro. Eva Marie Saint, otra rubia que sumar a la filmografía de Hitchcock, está sublime como agente secreto infiltrada en la red de Vandamm, villano de lujo interpretado para la ocasión por un entregado James Mason.
De entre todas las magníficas secuencias de la película yo destaco dos de ellas. Una la muy recordada secuencia de la avioneta, entre siete y ocho minutos sin diálogos, donde el suspense cobra vida a través del uso de los espacios, el resto es montaje y trucos de fotografía. La segunda secuencia sería aquella que la productora quiso obligar al director a quitar del metraje, el primer encuentro de Grant con Saint tras el falso asesinato del primero. Una secuencia esencial que asienta la historia de amor, de todas las de Hitchcock la más llena de referencias sexuales, culminando en ese plano final que Lehman no se atribuye y maldijo no haber tenido él la idea.
Distendida y elegante, ‘Con la muerte en los talones’ supone una de las películas más perfectas de su autor, depurada en sus elementos hasta el límite. Supuso un gran éxito y su influencia sería, y es, enorme, tanto que los futuros productores de la saga de James Bond la tomaron como ejemplo para las aventuras del famoso agente británico, incluso Cary Grant sería el actor predilecto de Ian Fleming para su personaje. Poco imaginaba Hitchcock que con su siguiente trabajo batiría todos los récords previos.
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