Mel Gibson llevaba casi ocho años sin ser el principal protagonista de una película, concretamente desde la magistral ‘Señales’ (‘Signs’, M. Night Shyamalan, 2002). Su presencia fue la clave del éxito de muchas películas de los 80 y 90, desde el inicio de su fama con la saga ‘Mad Max’ hasta su encumbre definitivo con otra saga, ‘Arma letal’. A partir de ahí, Gibson ha demostrado ser un actor muy solvente en pantalla, nunca grande pero creo que jamás ha buscado ser el mejor actor de su generación, si acaso alguien que cumple con la dignidad suficiente haciéndose con papeles en los que se ha encontrado muy cómodo. A principios de los 90 nos sorprendió dirigiendo una nada desdeñable película —‘El hombre sin rostro’ (‘The Man Without a Face’, 1993)— para después recibir un puñado de Oscars con su excelente ‘Braveheart’ (id, 1995).
Cuando parecía que tendríamos a un Gibson entregado a un trabajo en el que despliega más conocimiento y pasión —existe un proyecto de una película sobre vikingos dirigida por él e interpretada por Leonardo DiCaprio, que es desde ya una de las películas más esperadas por un servidor— le da por volver al campo de la interpretación. Consciente de que los años no perdonan a nadie, Gibson se hace en ‘Al límite’ (‘Edge of Darkness’, Martin Campbell, 2010) con un papel apropiado para su edad, el de un policía maduro (Thomas Craven) que bien podría ser una versión bastante adulta de su Martin Riggs.
El argumento —tomado de una miniserie de televisión dirigida por el propio Campbell— de ‘Al límite’ es muy simple, aunque en determinados momentos se revele con algunas contradicciones. Thomas Craven es un Inspector de policía de Boston cuya única hija es asesinada delante de él por un disparo que Craven está convencido iba dirigido a él. Pronto iniciará una investigación personal para descubrir al asesino de su hija; sin importarle absolutamente nada más que la verdad de lo acaecido no se detendrá ante nada ni nadie para esclarecer el asunto. Dicha premisa no se diferencia demasiado de algunas películas típicas de los 70 u 80 en las que cierto justiciero encarnado por el temible Charles Bronson repartía justicia a diestro y siniestro no dejando vivo ni al best boy.
Gibson no disimula para nada que ya es mayor, al igual que actores como Robert Redford o Clint Eastwood, y en menor medida, John Wayne en su últimos tiempos, no esconde sus arrugas esperando la eterna juventud que el cine da. Propone uno de esos personajes ya cansados que casi están por retirarse y que a la hora de la verdad ponen sobre la mesa toda su experiencia y demuestran que son los mejores en su campo. Es por eso que esta película parte de un acto que visto desde cierto punto de vista puede provocar hasta risa, matar a la hija de alguien que no se detendrá ante nadie porque no tiene nada que perder es simplemente la decisión que tomaría un idiota. Por no hablar del hecho de que no necesitaban matarla, una de las incongruencias del argumento a la que habría que sumar varias más.
‘Al límite’ no engaña a nadie en su contexto de film de evasión e incluso ofrece algunas de las mejores secuencias de acción de los últimos años, ver para creer. Martin Campbell parece haber aprendido algo con la realización de ‘Casino Royale’ (id, 2006) en lo que se refiere a filmar acción. Los dos os tres momentos violentos del film, Campbell hace gala de una planificación y un sentido del ritmo envidiables, y Gibson da lo mejor de sí mismo en escenas de una gran violencia física. Es imposible no sobresaltarse con el impacto que recibe la hija de Craven, con el “accidente” del coche y posterior tiroteo, o con la parte final en la que el personaje de Gibson completa su ajuste de cuentas. Escenas viscerales, directas, y que sobresalen como lo mejor de una película que hace aguas en el resto.
No voy a decir que ‘Al límite’ es una película aburrida, pero desde luego no proporciona el mismo entretenimiento durante todo su metraje. Sólo las mencionadas escenas de acción hacen recuperar el aliento de una película que se permite hasta connotaciones de sabor religioso de dudoso gusto, por ejemplo, el deplorable final en el hospital. Campbell parece un director dotado —ahora, porque antes ni eso— para la acción, pero cuando pretende ser trascendental cae en el más profundo de los ridículos. Al menos nos deja la agradable sensación de una violencia justificada perfectamente plasmada, algo muy raro de ver en el actual cine de acción. Y cómo no, la presencia de un Mel Gibson sin complejos y muy a gusto con su rol, enfrentado a un Ray Winstone que se pasa toda la película imitando a Robert De Niro, no en vano el primer actor que iba a hacer su personaje y que abandonó el proyecto pocos días antes de comenzar el rodaje.
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