Por más que uno dedique gran parte de su tiempo a escribir sobre cine, y pudiera llegar a pensarse que la mirada analítica que dicha labor comporta termina por eliminar la componente mágica que acompaña al visionado de una película en una gran pantalla, de cuando en cuando hay títulos que hacen que uno se reconcilie con esa magia que el séptimo arte lleva regalándonos desde principios del siglo pasado. Una magia intermitente, sí, que en no pocas ocasiones se muestra esquiva y en otras traicionera, pero que, al final, siempre termina dando la cara, emocionándote sin que puedas esperarlo y dejándote en el paladar un regusto inmejorable.
Y si bien su temática es de las que siempre terminan acercando posturas entre aquellos que se cierran en banda a la hora de valorar el cine comercial y los que lo abrazan de forma irremisible semana tras semana, al acercarse a la trastienda de la fábrica de sueños que es Hollywood, he de admitir que esperaba poco de 'Al encuentro del Sr.Banks' ('Saving Mr. Banks', John Lee Hancock, 2013), por mucho que la propuesta viniera envuelta en el inmejorable lazo que siempre aportan a cualquier producción que engalanen con su presencia esos dos monstruos de la gran pantalla que son Tom Hanks y Emma Thompson. Huelga decir que, a tenor de lo afirmado antes, no podía haber errado más en mis apreciaciones iniciales.
Vaya por delante que 'Al encuentro del Sr. Banks' es un reloj de precisión no ya construido a la medida de sus dos intérpretes principales, que también, sino montado y pensado para ir llevando de la mano al espectador por el carrusel de emociones que alberga la historia de Pamela Travers —la autora de 'Mary Poppins'— en sus dos vertientes: de una parte, aquella que nos acerca a cómo ésta controló de forma férrea la pre-producción de la adaptación que los estudios Disney llevaron a cabo de su querida obra hace 50 años; de la otra, las vivencias que la marcaron de forma temprana en su Australia natal convirtiéndola, según lo que la cinta da a entender, en una mujer fría e incapaz de sentir, hecho éste último que parecen venir a confirmar las afirmaciones de su nieto al afirmar, después de su muerte, que la escritora murió "sin querer a nadie ni ser querida por nadie".
En esa maquinaria de precisión que construye el guión firmado a cuatro manos por Sue Smith y Kelly Marcel, el edulcorado al que se somete la historia real que terminó con el estreno en 1964 de 'Mary Poppins' (id, Robert Stevenson) suaviza sobremanera la hipotética evolución en la relación entre Travers y Walt Disney, dando a entender que la primera terminó acercando posturas con el segundo por más que las leoninas condiciones que estableció para el traslado de su novela a la gran pantalla terminaran siendo ignoradas en gran medida por el visionario artista. Entre ellas se encontraba, por ejemplo, la negativa de la autora a que el filme incluyera animación, algo que en la vida real terminó siendo la gota que colmó el vaso e impidió que los estudios pudieran llevar a cabo las deseadas secuelas del éxito que fue la cinta protagonizada por Julie Andrews y Dick Van Dyke.
Aceptando pues de partida que lo que vamos a ver es, hasta cierto punto, una ficción basada en hechos reales —y no una fiel reproducción de dichos hechos— lo que el espectador va a encontrar en esta cálida producción es una mirada candorosa, amable y llena de encanto sobre los bastidores de cómo se construían las películas de la Disney cuando su creador aún vivía, residiendo uno de los máximos atractivos del filme en las muchas escenas que nos acompañan a esa sala en la que Don DaGradi y Richard y Bob Sherman pasaron incontables horas tratando de conseguir cumplir los estrictos deseos de Travers y las exigencias de su jefe.
Tan bien funcionan los momentos en los que la cinta se centra en el momento presente, y tan espléndida es la química de la que se contagian todos los intérpretes, que el único escollo contra el que el metraje tiene que pelear viene de la mano de unos flashbacks que, si bien resultan del todo necesarios para la correcta definición del carácter de Travers, lastran el conjunto durante buena parte de sus dos primeros tercios, ya sea por las constantes interrupciones a las que someten a ese sesgo de la narración que transcurre en Los Ángeles, ya porque su lento devenir y la irregular labor de Colin Farrell y Ruth Wilson no ayudan a su mejor apreciación.
En singular aumento de dicho contraste, y considerando que la dirección de Hancock es tan impersonal y efectiva como podría esperarse del responsable de 'The blind side (Un sueño posible)' ('The Blind Side', 2009), vienen esos dos nombres que, junto a las gratas presencias de Paul Giamatti, Jason Schwartzman, B.J. Novak y Bradley Whitford, conforman el mayor atractivo y el punto de apoyo más sólido de la función: demostrando ambos sus muchos fuertes e inexistentes fallas, tanto Emma Thompson como Tom Hanks componen aquí dos personajes para los que la palabra carisma se queda corta, sorprendiendo, y cómo, lo mucho que el actor llega a hacer suyo a ese genio fabricante de sueños que fue Walt Disney. Un genio cuya magia, tantos años después de desaparecido, aún se deja notar cuando se apagan las luces de la sala.
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