Lo peor que le ha podido pasar a M. Night Shyamalan es obtener un tremendo éxito con su tercera película, ‘El sexto sentido’ (‘The Sixth Sense’, 1999), un film que si observamos bien es extraño que haya alcanzado la fama que tiene. Esa obra maestra se apartaba considerablemente de los blockbusters que se estrenaban por aquel entonces —recordemos que es el año de ‘Matrix’, película que para bien o para mal cambió la forma de consumo cinematográfico por parte del espectador—. La respuesta puede estar en una campaña de marketing perfecta, Bruce Willis, y sobre todo un boca oreja que acentuaba la famosa sorpresa final. Un drama de horror íntimo con tema de interés universal.
Prácticamente todo el mundo quedó encantado con la película, y a partir de ahí las cosas fueron cuesta abajo, unas veces más pronunciada, otras no tanto, para Shyamalan. Sus siguientes trabajos pusieron de relieve a un director de personalidad única e inimitable, que sin embargo tuvo que lidiar con un número de detractores que ha ido creciendo con el paso de los años. Desde ‘El protegido’ (‘Unbreakable’, 2000) —para quien esto firma su mejor película— sus trabajos han sido cada vez más atacados y la fama de Shyamalan iba aún más en aumento.
Tanto es así que Shyamalan es uno de los apellidos de directores más famosos a nivel popular, al lado de ilustres como Hitchcock, Spielberg o Cameron. La gente conoce sus películas y al igual que la crítica estadounidense parecen tenérsela jurada al director hindú, sobre todo desde los estrenos de ‘La joven del agua’ (‘The Lady in the Water’, 2006) y ‘El incidente’ (‘The Happening’, 2008), para el que suscribe dos de las películas más atrevidas e inteligentes salidas del reciente cine norteamericano. Con ‘Airbender: El último guerrero’ (‘The Last Airbender’, 2010) el ataque y desprecio hacia Shyamalan parece una caza de brujas digna de la época McCarthy. Está de moda meterse con él, es cool, como en su momento la moda fue darle caña a otros ilustres realizadores.
Erich Von Stroheim recibió lo suyo, sobre todo con ‘Avaricia’ (‘Greed’, 1924) —hoy día un título fundamental en el cine—. Alfred Hitchcock fue duramente atacado a lo largo y ancho de su hoy imprescindible filmografía. Charles Laughton nunca quiso ponerse a dirigir después de las malas críticas recibidas por ‘La noche del cazador’ (‘The Night of the Hunter, 1955) en el momentos de su estreno —hoy es un film isla único que se alza como una de las historias más terroríficamente bellas que se hayan filmado—. Y de ahí podríamos saltar a Steven Spielberg, a quien le fue negado el reconocimiento —una buena parte del público sigue sin creer el gran cineasta que es— durante años y años. Es el turno de Shyamalan, otro gran incomprendido por el que tendrá que pasar el tiempo para que la gente reconozca el genio que hay en él, cosa que probablemente ocurrirá después de muerto.
Cuando me acerqué a ver ‘Airbender: El último guerrero’ las pedradas que ya había recibido Shyamalan eran históricas, el odio vertido hacia su último trabajo, el primero que es una adaptación, parecía hacer creer a todo el mundo que nos encontrábamos ante una falta de respeto hacia el espectador del tamaño de ‘Dragonball: Evolution’ (id, 2009, James Wong). Hete aquí que me he encontrado con un producto mejor de lo esperado cuyas virtudes superan a los defectos. ¿Estamos ante la peor película de Shyamalan? Sí. ¿Es por ello una basura que merece se quemen todas las copias para arder en el infierno, tal y como parece desear el público? No ¿Ha bajado el listón el director con este film? Indudablemente, y considerando que para muchos sus dos últimas películas eran pestiños, no queda nada para la crucifixión artística de este hombre.
Coherencia y puesta en escena
A Shyamalan no se le puede negar la coherencia consigo mismo, con su obra. No se trata de uno de esos directores al estilo de William Wyler, en el cine clásico, o Ang Lee, en el moderno, que le pegan a todo y no tienen estilo, algo que nada tiene que ver con ser buen o mal director. El protagonista de ‘Airbender: El último guerrero’ tiene mucho que ver con los personajes centrales de sus films: alguien especial que no quiere enfrentarse a su destino. El niño que ve muertos en ‘El sexto sentido’, el hombre llano que en realidad es un superhéroe en ‘El protegido’, el cura y su fe que ha de enfrentarse a una fuerza extraterrestre en ‘Señales’ (‘Signs’, 2002), la chica ciega que ha de ir más allá de su particular mundo para conseguir ayuda en ‘El bosque’ (‘The Village’, 2004), el portero de una comunidad que ha de salvar la vida de una criatura del agua en ‘La joven del agua’, y la humanidad enfrentada a la naturaleza con la que convive en ‘El incidente’.
Y así llegamos a Aang, el niño congelado que intenta escapar a su destino: devolver el equilibrio a un mundo en el que la Nación del Fuego tiene controladas a las del Agua y la Tierra, tras aniquilar a la del Aire. Aang es el último maestro del Aire vivo pero también es algo más, es el Avatar de una profecía sobre un maestro que domina los cuatro elementos. La historia es una adaptación de la popular serie televisiva ‘Avatar: The Last Airbender’ que cuenta con muchos fans, los cuales han debido llevarse las manos a la cabeza al ver cómo Shyamalan resume la primera temporada de la serie en unos cien minutos de película. Tratándose de una trilogía destinada al público infantil, Shyamalan ha optado por no ofrecer lo típico hoy día: un film cuya duración llegue a las dos horas y media y así correr el riesgo de que los niños se aburran como ostras.
Decisión cuestionable, por supuesto, al fin y al cabo la película adolece de elipsis demasiado bruscas, de narrar al espectador hechos que no vemos mediante diálogos de los personajes, en resumidas cuentas, de abreviar. Pero curiosamente no rompe el ritmo interno del film por muchas cosas que pasen. A su favor juega la extraordinaria puesta en escena del director —apoyada por un sensacional trabajo de James Newton Howard, el hombre que mejor entiende a Shyamalan— que nos hace creíble el mundo de fantasía expuesto en pantalla, con unos impresionantes efectos visuales que están al servicio de una historia que lejos de ser simple sí posee un marcado tono infantil, pero no por ello atacable. Otra cosa es que algunos pidan mayor madurez a la historia, tal y como poseen las cintas de Disney/Pixar, que nunca fueron exclusivamente para niños como sí lo son otras producciones.
Shyamalan ha decidido hacer un film única y exclusivamente para niños, otra decisión tan cuestionable como respetable, y para el que esto firma acertada hasta cierto punto. Se trata de un cuento para niños puro y duro ensalzado con la mencionada puesta en escena, de inusitado brillo en las secuencias de acción en las que el espectador se entera de absolutamente todo, consiguiendo además momentos poderosos como los del levantamiento de los maestros de la Tierra —instante en el que Shyamalan aprovecha para realizar un cameo—, o la portentosa batalla final que da paso al plano en el que Aang toma conciencia de sí mismo y acepta su destino, unos de los encuadres más bellos de su director. Luego nos cuela ese previsible epílogo que proporciona el consabido to be continued.
Y bravo por Noah Ringer y Dev Patel, entregados a sus papeles. Otro cantar son los hermanitos esos…
Otra crítica en Blogdecine:
‘Airbender: El último guerrero’, lo peor de Shyamalan (Juan Luis Caviaro)