Alberto Rodríguez no es un director que goce de mis simpatías, precisamente. Sus primeros trabajos, ‘El factor Pilgrim’ y ‘El traje’, no llamaron nada mi interés, y su ‘Siete vírgenes’ me pareció una película muy facilona, sin el menor interés estético o emocional, a pesar de que esa película gozó de gran popularidad durante meses, y fue reconocida con algunos premios, pero me pareció la obra de un director indolente, autocomplaciente sin motivo, mal director de actores, incapaz de sorprender o emocionar con su puesta en escena.
Y de pronto nos llega este ‘After’, cuatro años después, una de las películas españolas más sorprendentes y rotundas de los últimos tiempos, que a pesar de sus defectos, que los tiene y no son pocos ni triviales, posee bastantes virtudes y una incontestable fuerza dramática que la erigen en una rara y poderosa muestra de desesperanza y nihilismo, una historia capaz de atrapar al espectador más desmotivado y de proporcionarle dos horas de imágenes descarnadas pero elegantes.
Lo primero que llama la atención de esta película es el soberbio trabajo de los actores, sin excepción. Eso sí, como es natural brilla con luz propia la luz del trío protagonista, formado por tres actores en carne viva y en estado de gracia: Tristán Ulloa, Blanca Romero y Guillermo Toledo. El primero es un actor siempre interesante, pero pocas veces profundamente cabal, que siempre parece levitar sobre los personajes que interpreta, pero que aquí por fin lo agarra por los cuernos, y no lo suelta jamás. Su atrapado y displicente padre de familia es un dibujo feroz, construido con una verdad absoluta, sin componendas ni falsedades, para cristalizar en una interpretación soberbia.
Blanca Romero, una actriz muy pegadiza a cámara, pero que hasta ahora nunca había demostrado otra cosa diferente que ser una actriz de moda, floja y blanda, borda su papel de treintañera perdida, objeto de deseo perpetuo de sus amigos, liberada de complejos sexuales pero incapaz de encontrar un norte en su vida. Destila belleza y existencialismo un personaje con algunas lagunas (el prescindible episodio del perro…) al que ella sabe otorgar el vacío y la crueldad necesarias.
Y Guillermo Toledo, un intérprete que muy pocas veces está en su sitio, capaz de vivir eternamente de un carisma televisivo que parece inagotable, cuaja aquí su interpretación más difícil y completa, un patético ejecutivo que procura ser implacable y astuto y que no es más que un perdedor solitario, incapaz de deshacerse de una soledad desgarradora que le desquicia. Toledo está formidable, y se merece todos los elogios. Él cierra magistralmente un trío de actores dirigidos por Rodríguez con extrema sutilidad y sin caer jamás en lugares comunes ni vaguedades.
Lo segundo que llama poderosamente la atención es la puesta en escena, muy trabajada y muy hábil de Rodríguez, que sabe sacar partido a un guión, suyo y de Rafael Cobos, repleto de aristas inquietantes y detalles muy ricos, que dotan de vida un relato arisco y que podría haber dado lugar, fácilmente, a un melodrama manipulador, pero que el director sabe llevar a los terrenos del drama más seco y menos enfático, indagando en la existencia sin rumbo de los treintañeros de éxito, en los hijos del estado del bienestar, esas criaturas indolentes que se buscan su propia destrucción.
Y filma todo esto Rodríguez, ayudado por la luz fría, dura, gélida, de Álex Catalán, y por el diseño de producción acerado y crudo de Pepe Domínguez (que firman, quizá, sus mejores trabajos), con pulso firme, narrando con elegancia y poderío, sabiendo bien lo que hace, creando atmósferas con precisión, ordenando los acontecimientos con sensibilidad. Es decir, haciendo todo aquello que yo, hasta ahora, no le había visto hacer, o no le había creído capaz de hacer, en sus trabajos previos. Sin duda este hombre se ha hecho director con ‘After’.
Ahora bien, varios detalles impiden que esta película llegue más lejos. Entre ellos la relación, algo cogida con pinzas, entre los tres personajes protagonistas. Todo comienza, de hecho, con una cena compartida por ellos, y se echa en falta que nos expliquen un poco más cómo se conocieron y qué tipo de relación unen a cada uno de ellos con los otros dos. Todo esto queda flojo e impide que en esta noche loca de drogas, sexo y desilusiones, comprendamos mejor a estos personajes. Por otra parte, dado el alto estatus del que gozan los tres personajes, es difícil establecer una conexión emocional. A fin de cuentas, son niños ricos incapaces de apreciar lo que tienen, y capaces de tirar por la borda su vida debido a una raya o a un polvo. ¿Para cuándo un relato semejante que hable sobre un colectivo más numeroso, ese que no llega a fin de mes más que a base de sacrificios, en trabajos cutres y con apartamentos de 50 m2?
Cualidades que faltan en un relato poderoso que habla sobre drogas, sexo, trabajo y familia, con la necesaria sordidez y con coraje. Sin duda, una de las películas españolas del año.
Ver 11 comentarios