La relación entre Ricky Gervais y Hollywood siempre ha sido un tanto incómoda. Su talento, aunque unas veces esté más inspirados que otras, es indiscutible, como lo es el hecho de no se contenta con intentar encajar con el resto y tener una imagen pulcra. De hecho, su inconfundible sentido del humor siempre ha tendido a la misantropía, sin cortarse para señalar tanto los defectos ajenos como los propios.
Hace tiempo que Gervais comenzó una fructífera relación profesional con Netflix que hasta ahora le había llevado a realizar su primer stand-up en varios años y ‘Special Correspondents’, una película en la que volvió a demostrar que el séptimo arte no se le da demasiado bien. Ahora regresa a la plataforma con ‘After Life’, una serie de seis episodios en la que une con solvencia el humor con el dolor posterior a la pérdida de un ser querido.
Reencontrando su lugar en la vida
‘After Life’ no es una serie especialmente divertida. Hay momentos puntuales en los que te puede arrancar una carcajada, pero Gervais apuesta en ella por un tono más melancólico que primero incide en lo cansado de la vida que está su protagonista para poco a poco ir dando con un motivo para que haga las paces con el universo tras la muerte de su esposa.
De entrada, uno podría esperar que esa falta de filtro debería dar pie a situaciones más cómicas, pero Gervais no quiere incidir aquí en el patetismo de la situación o limitarse a plantear pequeños gags a partir de la situación del personaje que él mismo interpreta -aunque algo de eso sí que hay en las visitas que hace a las personas que quieren aparecer en alguna noticia del periódico en el que trabaja-. Busca algo más.
De hecho, durante sus primeros episodios sabe cómo dar con el punto exacto para que uno pueda sentir cierta empatía con su dolor -algo apoyado en la mayor presencia de los vídeos de su mujer durante esos capítulos-, pero también para que veamos que se está pasando de la raya y que tiene que llegar un punto en el que alguien le cante las cuarenta. Hay un límite a lo que se puede tolerar.
Es entonces cuando la serie da un giro que en el fondo encaja con lo visto previamente, ya que está claro que si Gervais planteaba de entrada que no compensa ser gentil y amable con el mundo, solamente lo hacía para acabar encontrando algo que, por así decirlo, lo lleve en dirección a la luz.
Por qué funciona ‘After Life’
Eso no quiere decir que todo fluya de forma clara, ya que hay diversos altibajos a lo largo del camino y el final del cuarto episodio te deja con muy mal cuerpo. En el fondo no deja de ser una progresión hacia la amabilidad, pero se plantea de tal forma que no deja de hundir aún más al personaje antes de ver qué si tiene cosas por las que pueda merecer la pena seguir vivo.
Ahí es probable que algunos vean en ‘After Life’ una moraleja un tanto obvia y echen en falta un mayor uso del cinismo habitual de Gervais, pero aquí estamos ante una serie que busca más reflejar la calidez de la vida, aunque para ello recurra a situaciones bastante complicadas. Era muy fácil pasarse de frenada -y hay momentos que se prestaban mucho a ello- o simplemente quedarse corto, pero ahí la serie sale triunfante.
Sí que es cierto que algunos personajes secundarios quedan un poco desdibujados, pero a cambio sí que aportan lo que se necesita para que el dibujo d su protagonista sea el adecuado. Además, cuando realmente clava el instante emocional por el que está pasando resulta una propuesta muy diferente a la mayoría de series dramáticas, sintiéndose como algo genuino en lugar de una representación mejor o peor llevada.
A cambio, hay otros momentos en los que uno es consciente de lo que Gervais está buscando, pero simplemente algo falla. Puede ser algún tópico manido, un par de diálogos poco inspirados -aunque no es lo habitual- o simplemente que se le vean demasiado las costuras al relato, pero también es importante aclarar lo que no hace tan bien la serie.
Al final lo que realmente importa es que Gervais ha sabido ir reflejando los pasos necesarios para que transmitir en ‘After Life’ el duelo del protagonista y la llegada de esa sensación reconfortante que solamente podemos comparar con recibir un abrazo cuando más lo necesitamos. Los baches por el camino siguen ahí, pero se diluyen en beneficio de un bien mayor.
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