Mañana se estrena la esperada ‘El viento que agita la cebada’ (‘The Wind that Shakes the Barley’, 2006), de Ken Loach, protagonizada por Cillian Murphy. El film obtuvo la palma de oro en Cannes, donde además, fue ovacionada por el público.
La cinta habla del conflicto de la independencia de Irlanda. Tras la discutida ‘Tierra y libertad’, el director Ken Loach y su guionista Paul Laverty, han regresado a una crónica de guerra. Ahora se han acercado a un problema aún vivo y más cercano para ellos: el proceso de independencia de Irlanda, o, más exactamente, la guerra de principios de los años veinte, aparentemente concluida con el tratado que convirtió Irlanda en un Estado libre... aunque aún dependiente. Muchos guerrilleros irlandeses consideraron insuficiente el acuerdo. Su objetivo final no se había alcanzado aunque el Ejército y la policía fueran ya irlandeses.
La película está rodada de maravilla, con una preciosa fotografía y una estupenda ambientación. La narración está muy humanizada, los acontecimientos contados con una evolución espléndida. Los actores están todos enormes. Sobre el protagonista, Cillian Murphy, nombre que en irlandés se pronuncia Kilian, ya hablamos con motivo de ‘Desayuno en Plutón’, el precioso film de Neil Jordan. Su actuación no tiene tacha, pues respresenta bien el papel de joven que va cambiando con el tiempo y viendo la importancia de lo que le rodea. Los intérpretes que le acompañan son Pádraic Delaney, Liam Cunningham y Orla Fitzgerald y también están impecables.
En cuanto a su mensaje político y social, debo decir que estoy de acuerdo con Loach. Por un lado, creo que tiene razón en hacer ver la pobreza que sufrían los campesinos irlandeses y en que había que luchar contra esa hambruna. Por otro lado, también creo que es necesario dar a conocer al público este tipo de conflictos que, fuera del país donde se producen, suelen ser desconocidos o, al menos, se ignoran sus detalles.
Sin embargo, no creo que los métodos con los que el director transmite sus ideas sean del todo válidos. Para empezar está la cuestión de que conflictos e injusticias los hay en todas partes y a todo momento, así que ¿por qué van a tener más derecho a que nos fijemos en ellos y nos solidaricemos con ellos, aquellos sobre los que un buen director haya decidido hacer un film? Es como si contaran con un buen abogado, al contrario que otros que no tienen ni siquiera al de oficio. Me contestaréis que al menos nos interesamos por los pocos que el buen cine decide reflejar, pero ¿qué ocurre con todos los que no se muestran en películas? Esto lo convierte en una situación de injusticia.
Para continuar está el tema de la manipulación del espectador. Ya comenté cuando hablé sobre ‘Mi mejor enemigo’ que creo que un mensaje como éste no necesita ser tan recalcado y subrayado. A un público relativamente minoritario, como el que tendrán en España películas como ésta, no hay que convencerle con tanto énfasis. Casi hasta podríamos decir que están predicando al converso. Bien, las situaciones eran duras, pues se trataba de una guerra o una guerrilla, según se quiera ver, no digo que se edulcore la realidad para que el cine sea más digerible. Lo que quiero decir es que Loach utiliza muchos trucos para que resulte más dura y dolorosa de lo que tendría que ser. Evitaré contar exactamente cuáles son, pues estaría hablando del final de la película, pero me refiero al parentesco de los protagonistas, que es una especie de cuchillo que Ken Loach utiliza para profundizar en la llaga y luego remover bien. Sobre la escena inicial, con un joven de diecisiete años, diría lo mismo. No hace falta, Ken, no es necesario que nos lo hagas pasar tan mal para que te demos la razón. Te la podemos dar con un film menos demagógico.
Me reitero al tratar de aclarar que no estoy en absoluto poniéndome de parte de la prensa británica que acusó a Loach de “antipatriota”, pues estoy de acuerdo con el mensaje del director. Aunque yo optaría siempre por el diálogo y la paz, comprendo a los que decidieron seguir luchando, pues veían la situación injusta. Y supongo que eso es un poco lo que quiere hacer ver Loach, mostrar las dos caras de la moneda, aunque se posiciona claramente en una. Pero eso no es lo que le critico. Me refiero a utilizar estratagemas para hacernos sentir mucho más y por tanto, hacer que su película parezca algo más grande de lo que es, como ya dije sobre otro film en este post.
Lo que pasa es que existe una especie de mala conciencia —entre la progresía principalmente, aunque también en muchos otros ciudadanos—, que impide que se critique algo así. Por esta mala conciencia, que se asemeja mucho al pecado original, pues consiste en creer que hemos hecho algo malo que en realidad no hemos hecho, sentimos que debemos preocuparnos por cada problema que se desarrolle en el mundo. Y por lo tanto, si una película nos hace sentir mal, parece que tenemos que aguantarnos, pues tenemos esa especie de culpa incomprensible. Así ocurre que no habrá quien se queje de lo dura que es una película como ésta. Simplemente se comentará que es dura, pero se dirá que por eso es buena. Esta idea de la mala conciencia la expresa el filósofo alemán Hans Magnus Enzensberger, Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades - 2002, en su libro ‘Perspectivas de la guerra civil’.
La prensa británica más reaccionaria ha calificado a la película de “antipatriota”. Le achacan una falta de veracidad y en especial se han criticado las escenas de violencia indiscriminada por parte de los Black and Tans, el desprestigiado y ya extinguido batallón del Ejercito Británico que operaba en Irlanda en los años diez y veinte del siglo XX. La escritora irlandesa Ruth Dudley Edwards le ha acusado en el periódico conservador y monárquico ‘The Daily Mail’ de retratar “a los británicos como sádicos y a los irlandeses como luchadores románticos e idealistas”. Desde ‘The Sun’ se quejaban de que “Es el filme más pro-IRA que hemos visto jamás. Su trama está enfocada a hundir en el barro la reputación de nuestra nación”.
La respuesta del cineasta fue que “podía haber incluido escenas aún peores” y que la “brutalidad” de los Black and Tans “es legendaria”. “Nadie puede cuestionar este aspecto”, defendió en una entrevista con la BBC. “La película”, añadió, “trata de un grupo de gente, la mayoría jóvenes, que están luchando para echar de su país a un ejército de ocupación. Se les puede comparar con la Resistencia francesa y los partisanos en Italia”.
Es decir, que como película, ‘El viento que agita la cebada’, me parece grandiosa, y ni siquiera recomiendo que se deje de ver por su dureza, --a lo mejor después de tanto rollo mío os imagináis que es mucho más dura de lo que en realidad es--. Sin embargo, no estoy de acuerdo con que sea necesario que resulte así de dura y con que se utilicen estratagemas concretas para hacer sufrir más de lo necesario a un público que probablemente ya irá entregado.