Durante los cinco años que pasaron entre su cortometraje 'Quand on est amoureux c'est merveilleux' y su primer largo, Fabrice Du Welz tuvo tiempo para saber adaptar su bestialismo romántico al nuevo horror francófono que derribó fronteras a principios de la década pasada. Además, con aquel debut titulado 'Calvaire', el cineasta belga inició una trilogía sobre el amor loco que culmina ahora con su último trabajo, 'Adoration', un desgarrador relato adolescente sobre el final de la inocencia, el amor y la locura. Entre ambas reina la que sigue siendo su obra maestra, 'Alléluia'.
Les petits sauvages
Cuatro premios se llevó la película en la última edición del festival de Sitges, incluyendo un Méliès d'Argent, un premio especial del jurado, una mención a sus protagonistas y el más que merecido reconocimiento a la labor fotográfica de Manuel Dacosse, uno de los directores de fotografía más alucinantes del momento.
'Adoration' es un viaje hacia lo desconocido. Una historia cruel narrada como un cuento de horror. Un viaje al corazón de la oscuridad donde fantasía y realidad conviven en una extraña harmonía (en desuso, también armonía) y donde hay dolor en ambas orillas. La película cuenta la historia de Paul, un niño que se volverá loco de amor por Gloria, una adolescente con problemas a la que conocerá en los jardines del hospital mental donde vive con su madre, trabajadora del centro. Paul es un niño dulce y sensible que ama la naturaleza y que vivirá en sus carnes el despertar del amor y el final de la inocencia de la manera más brusca posible a través de la volatilidad de Gloria.
Como el grueso de la obra del cineasta belga, la historia escuece y toma los riesgos habituales en el director (esa banda sonora de su habitual Vincent Cahay), pero es tal la naturalidad de sus dos protagonistas, Thomas Gioria y Fantine Harduin, que cargan todo el peso de la película en su mochila con una facilidad pasmosa. Dos interpretaciones de altísimo nivel que hacen grande una película que, al contrario de lo que suele pasar con el cine del director belga, va de más a menos. Gioria, visto en la aterradora 'Custodia compartida', brilla aguantando las embestidas físicas y emocionales de Harduin, cuya mirada resulta lo más inquietante que ha dado el cine este año. La entrañable aportación de un Benoît Poelvoorde que estaba condenado a aparecer en una película de su vecino, pone la guinda interpretativa (y reflexiva) a la historia.
Malas tierras ardenesas
El amor como monstruo es el punto de partida del cine de Fabrice Du Welz. Como una suerte de precuela de 'Alléluia', sus personajes están condenados a un futuro consistente en devorar o ser devorado. En mantenerse unidos a cualquier precio. En la adoración. Por eso en esta ocasión el punto de partida de la historia se antoja mucho más atractiva que la línea de llegada.
El caserón de las sombras donde nunca se ve a nadie, un caserón que podría estar únicamente habitado por fantasmas (y búhos en el ático) que pululan (y ululan) alrededor de un joven con toda la vida por delante. Una vida que podría ser más corta de lo que él mismo pueda imaginar.
Pero más allá de sus localizaciones increíbles, 'Adoration' es una película de personajes. Sus jóvenes protagonistas están constantemente en el punto de mira de una cámara que nunca los dejará partir. Una cámara orgánica que asfixia a los personajes y los embellece con una áspera fotografía de las que no solemos ver muy a menudo en las salas de cine. Su rodaje en 16mm y su director de fotografía, responsable de algunas de las más hermosas propuestas de los últimos años ('Dejad que los cadáveres se bronceen', 'Évolution' o la misma 'Alléluia'), la elevan muy por encima de la media.
Probable punto y final a sus romances dolorosos, la película de Du Welz es un hermoso y desgarrador epitafio a la locura que empezó hace ya veinte años. Una película sensual y menos violenta de lo habitual que presenta el amor como acto de fe. Por si alguien tenía alguna duda.
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