“En los días del “todo o nada”, los días de ‘Vanishing Point’, los días de ‘Dirty Mary , Crazy Larry’, de ‘White Line Fever’... Los coches de verdad se estrellaban contra los coches de verdad. Sin efectos de ordenador. Y gente realmente loca los conducía”.
Con estas líneas de diálogo, Tarantino nos muestra todas sus cartas boca arriba. Su cine siempre ha sido postmoderno, referencial... Un cine que se mueve entre esa fina línea que separa lo que unos llaman homenaje y otros plagio. En este caso, su ‘Death Proof’ – la otra parte de un “programa doble” que en España el propio Quentin nos ha obligado a ver por separado – es un homenaje a todas esas películas de persecuciones de coche que tanto proliferaron los primeros años ‘70. El resultado es a la vez brillante y desastroso. El problema radica no tanto en el tipo de subproducto imitado como la forma en la que Tarantino lo imita. En efecto, las películas de partida son, cinematográficamente hablando, malas de solemnidad. Para hacerles un juicio sumarísimo a todos sus responsables comenzando por los guionistas, vaya. Sin embargo, tienen sus valores: por una parte, tenemos la belleza estética de los coches y las carreteras de esa época. Por otra parte, está la actitud de regodearse en una historia sencilla donde la persecución lo es prácticamente todo. Y, tal vez por encima de todo esto, tenemos el encanto de una actitud de macarra setentero frente a la autoridad, la sociedad y todo lo que haga falta.
Viendo ese punto de partida, la sensación tras ver ‘Death Proof’ es que Tarantino se ha dedicado a imitar demasiadas cosas malas de ese tipo de cine y muy pocas de las buenas. Por una parte, está el empeño, absolutamente estúpido, de imitar los defectos de las copias cutres que se proyectaban en una Grindhouse: todos los saltos de plano, cambios de color en la fotografía (realizada, bastante mal y estúpidamente por el propio Tarantino), y defectos de sonido son de una artificialidad bochornosa. No se puede lograr la “fuerza” del cine cutre gastando millones de dólares. Todos los que hemos visto una proyección en un cineclub aficionado podemos entender lo “entrañable” de algunos defectos, pero ver esos mismos defectos, por ejemplo, en el Kinepolis causa risa.
He dicho “fuerza del cine cutre” y no me arrepiento de estas palabras. Si ese cine tiene su razón de ser y sus fans (más de los que se imagina) es porque es un cine que cree en sí mismo: actores como Franco Nero o Chuck Norris, directores como Uwe Boll no son conscientes de “Uh, que cool es esta cutrez que estoy haciendo”. Simplemente creen que hacen lo correcto, y ahí está su discutible grandeza. Cuando Tarantino – o, como ya expliqué, Rodríguez – imitan esos recursos visuales o narrativos están simplemente rodando mal, sin ningún otro tipo de valor añadido.
Por otra parte, esa actitud de los personajes de los años setenta pertenece sólo a esa época: nunca volverá. Querer que Kurt Russell recuerde al Kowalski de ‘Vanishing Point’ es como cuando José Luís Garci quiere que sus melodramas te recuerden al Hollywood clásico: simplemente, no es posible. En los dos casos lo que tenemos son ejercicios absurdos de cinefilia que no van a ningún sitio.
Pero no todo es malo en ‘Death Proof’, por supuesto. Los momentos de acción están magníficamente resueltos y, en el terreno de las persecuciones, Tarantino rueda impresionantemente bien toda la secuencia final de la película. Mucho mejor que las obras que él dice homenajear. Igualmente, hay más de un diálogo donde Tarantino muestra toda su maestría a la hora de escribir frases memorables y de dirigir estupendamente a los actores. Incluso me atrevo a decir que el final de la película me parece sublime: de una sencillez y desfachatez tal que me hizo aplaudir en la sala. Y salir con una sonrisa de oreja a oreja, consiguiendo que casi olvidase los diez mil defectos de la película.
Pero, una vez sentada a escribir esta crítica, los defectos son demasiado evidentes. El principal, sin duda, es todo el nuevo metraje que se le ha añadido a ‘Death Proof’ para distribuirla como película independiente. Sus casi dos desmesuradas horas de duración (frente a los 90 minutos del montaje de ‘Grindhouse’) sólo subrayan su tontería y defectuosa estructura. Y es que la pequeñita historia de psycho-killer que Tarantino nos cuenta da, como mucho, para una hora. Y hubiese sido una simpática historia con esa duración. Con dos horas, el resultado es una película donde el primer acto (todo cháchara – y no toda ella brillante— hasta que llega un momento de violencia) ocupa media película. No sólo eso, sino que, además, pasado ese momento de violencia, la película “empieza otra vez” perdiendo como otra media hora en caracterizar a los nuevos – e insustanciales – personajes. La brillante, como ya he dicho, sencillez del desenlace, hace que nos demos cuenta de que para una historia tan pequeña no necesitábamos dos horas.
En resumidas cuentas, ‘Death Proof’ hubiese podido ser una buena película de haber sido estrenada DENTRO del programa doble y con sólo una hora de duración. Aún diría más: me parece un formato interesantísimo. ¿Por qué no contar historias más pequeñas pero igual de eficaces en formatos reducidos? En España, la feliz idea de las “Películas para no dormir” dio lugar a las dos mejores obras de, por ejemplo, Paco Plaza (‘Cuento de Navidad’) o Jaume Balagueró (‘Para entrar a vivir’).
El día que Tarantino vuelva a utilizar su talento para “homenajer” lo bueno del cine que le gusta en vez de lo malo, estaremos de enhorabuena. Mientras tanto, mi recomendación es que se hagan con el DVD de ‘Grindhouse’ para ver un montaje más lógico de ‘Death Proof’. Salvo, claro está, que sean de los que piensan que Tarantino no puede escribir ni una coma mal. Pero, en ese caso, tampoco necesitarían una crítica que les dijese que un director con mucho talento no siempre sabe tener el mejor criterio.