‘Acto de valor’ (‘Act of Valor’, Mike McCoy, Scott Waugh, 2012) ha sido número uno en la taquilla estadounidense en el momento de su estreno, y a tenor de su ajustado presupuesto —alrededor de 12 millones de dólares— la cosa se ha saldado con sustanciosos beneficios para su productora, que llenará sus arcas tanto en su explotación en cines como en DVD —la película es perfecta para ser carne de videoclub— gracias al espectacular recibimiento que ha tenido entre el público. Un público ávido de batallitas a cargo de los Navy Seals, un cuerpo especial estadounidense que cubre misiones por todo el planeta y al que la película rinde pleitesía hasta límites casi vergonzosos.
(Spoilers) Kurt Johnstad, que dejó boquiabierto a medio mundo con su libreto de la maja ‘300’ (id, Zack Snyder, 2006), es el guionista ideal para realizar un guión de lo más simple que narra las aventuras y desventuras de un grupo de los Navy Seals por medio mundo con la intención de parar los pies a un terrorista al que se le ha ido la cabeza —¿a cuál no se le va?—, y que quiere llevarse por delante a la sociedad estadounidense. Los encargados de poner en imágenes tan original trama son los debutantes Mike McCoy y Scott Waugh, cuya labor son lo poco mínimamente decente de un film que hace aguas por todos lados y que ni siquiera supone el digno entretenimiento que debería haber sido. La sombra de series como la trepidante ‘24’ o incluso el cine de Michael Bay, pulula por cada fotograma de ‘Acto de valor’.
La película aplica de forma más o menos correcta el lenguaje de los videojuegos, tomando por momentos —las consabidas escenas de acción— decisiones visuales al estilo de un shooter, algo que ya se había hecho en films como ‘Doom’ (id, Andrzej Bartkowiak, 2005), no en vano la adaptación del famoso videojuego. El acierto está en no abusar de ello, y juguetear, nunca mejor dicho, con el punto de vista cada vez que el supergrupo de soldados de los Estados Unidos de América realizan una incursión en territorio enemigo. Así los realizadores —quienes probablemente tengan mucho más que decir en futuras realizaciones que no estén supervisadas como en este caso por los propio Navy Seals— nos regalan varias set pieces de acción, algunas más inspiradas que otras pero todas con cierta sensación de dèjá vu y sin la esperada emoción que debiera.
El problema es que tal vez por esa supervisión militar comentada, la película pone a los Navy Seals como un grupo prácticamente indestructible, y las pocas muertes que hay en el mismo se retratan de forma falsamente heroica, cargando las tintas todo lo que se pueda, subiendo el volumen de la música, y mostrando un atardecer que envidiaría Bay y sus filtros. En ningún momento, y a pesar de los planes del terrorista de turno, uno tiene la sensación de que el equipo de supersoldados vaya a fracasar en su misión, apenas existen situaciones que den algo de juego o supongan un punto de inflexión con un mínimo de dramatismo. Acción, sí, pero no para absoluto beneficio de los presumiblemente buenos del relato. Que ya sabemos que los terroristas están locos, que son un peligro muy real, pero esto es una película y podría haber sido más dura al respecto.
‘Acto de valor’ entretiene un mínimo —en realidad ni eso, desgraciadamente— en sus secuencias de acción, que son mayoría, pero se vuelve insufriblemente insoportable en sus escenas calmadas, por así llamarlas. La vida privada de los soldados, llenas de casas al lado del mar, esposas hermosas y fieles, hijos lindos como sus progenitores y tablas de surf, parece retratada por Michael Bay —tercera vez que lo cito en el texto, malo— lleno de azúcar; y el ritmo decae peligrosamente en la conversaciones entre soldados o entre terroristas, tal vez por los ridículos diálogos, o porque el equipo actoral está lleno de caras nuevas que no son más que soldados reales que prestaron sus servicios al film. Quitando algún que otro actor veterano, el resto de intérpretes demuestran que lo suyo no es interpretar. Y ahí se produce una de las grandes ironías del film, los personajes no resultan creíbles a pesar de estar interpretados por soldados de verdad.
La operación podría haber salido redonda si sus directores se hubieran ocupado un poco más de sus actores, a los que dejan libres, y centrarse menos en las secuencias de acción, que al final terminan resultando de lo más anodinas, con la sana excepción de la primera incursión para rescatar a una agente de la CIA que está prisionera. El resto es más bien olvidable a pesar de las buenas intenciones, que como siempre no llega con tenerlas. Eso sí, como publicidad de los Navy Seals no tiene desperdicio, cualquier joven con menos de una neurona no podrá el resistir alistarse en el equipo tras visionar el film. Algo parecido a lo que pasó en los 80 con ‘Top Gun’ (id, Tony Scott, 1986).