Nunca me cansare de reivindicar 'Jackass' como un producto infinitamente más sofisticado de lo que delataba su apariencia como mera recopilación de trompazos y bromas con cámara oculta. Por supuesto, también era eso -y en eso era el mejor-, pero la idea de poner a un montón de adultos a castigarse físicamente solo por las risas, en algunos casos poniendo en serio peligro su integridad física, llevaba implícitas una serie de connotaciones que sus dos principales artífices, Spike Jonze y Johnny Knoxville, supieron explorar a fondo.
Por ejemplo, la propia cuestión, que se iba macerando con el paso de los años, de por qué el grupo se ha atascado en una eterna preadolescencia de castañas pilongas. En la tercera película de 'Jackass', estrenada diez años después del comienzo de la serie, los treintañeros largos que la protagonizaban se preguntaban por qué se habían vuelto a meter en esa espiral de dolor y autocastigo. La historia del clown triste siempre ha sobrevolado 'Jackass' delante y detrás de la cámara, y abundan las historias de adicciones (Steve-O) y muerte (Ryan Dunn). Uno tiende a pensar que buena parte de estas torturas voluntarias tenían una oscura explicación psicológica detrás.
Otro aspecto al que 'Jackass' prestó una atención inaudita en un producto de su naturaleza, es la estética aparentemente casual y desastrada, derivada de la gramática documental que mandaba en el formato. Pero por debajo de esa apariencia temblequeante de textura de vídeo y cámara en mano, en busca del humor absurdo se gestaba una poética del trompazo de muchos quilates. Dicho de otro modo: hundir la cabeza en una montaña de estiercol es gracioso; ser catapultado a una montaña de estiercol vestido de caballero medieval con un petardo en el culo mientras una banda de cheerleaders te jalean es arte bruto en estado puro.
Derivado de ese elemento está otro ingrediente, quizás el que más desapercibido ha pasado en la historia de 'Jackass': el respeto a los orígenes de su filosofía. 'Jackass' nació como una versión actualizada, gamberra y siglo XXI de los VHS de skate piratas en los que Knoxville hacía pequeños sketches, como la prueba en sus carnes de spray de pimienta o pistolas táser. Esos orígenes, sumergidos en la cultura callejera del skate, se mezclaron en el origen de 'Jackass' con los stunts setenteros de series como 'El sheriff chiflado', con el estilo visual de mitos del riesgo como Evel Knievel, y se prolongó más allá de 'Jackass' en series como la tremenda 'Nitro Circus'
Bien, pues todo eso es aplicable a 'Action Point', que ha estrenado en España Movistar+. En muchos sentidos es la primera película de ficción de 'Jackass' -por supuesto, en lo superficial, con la intervención de miembros de la troupe del programa como Knoxville o Chris Pontius-, y contiene los elementos arriba citados. Por una parte, cierta reflexión sobre la inmadurez patológica, casi militante, de unos cuantos devotos de la autolesión, con la historia narrada por un entrañable abuelo (Knoxville) de cómo a finales de los setenta dirigió uno de los parques de atracciones más peligrosos del país.
'Action point': Un parque de atracciones loco, loco, loco
Más interesante aún es la estética de la película, que en cierto sentido conserva el ritmo y la fuerza de los gags documentales de 'Jackass'. Es decir: no hay cortes de edición que permitan manipular los golpes, las caídas o los vuelos (la mayoría de las veces ejecutados por el propio Knoxville, aunque eso es lo de menos). El apagado humor sordo de 'Jackass', que nace de esos segundos en los que se está posando el polvo tras una caída, se subraya muchas veces con la ausencia de banda sonora o por cómo el director Tim Kirkby mantiene el plano después de un impacto.
Esa estética que entronca con la mirada pseudo-documental, de "esa hostia ha sido real" del cine oriental de acción, puede parecer un valor escaso. Y más en una película como esta, orgullosa de su sencillez (no hay complejos arcos de personaje, no hay giros de guión, no hay introspección, solo stunts, trompazos y diversión en estado más o menos puro), pero se complementata perfectamente con el tercer detalle que mencionábamos arriba. La reivindicación de un legado alternativo de riesgo asilvestrado, en este caso la historia de Action Park, un parque de New Jersey considerado altamente peligroso y donde murieron seis personas porque, en fin, lo de menos es la integridad física.
El resultado es una divertidísima, sencilla, apabullantemente honesta reivindicación del humor físico y los profesionales del riesgo (aunque en el contexto argumental más amateur posible). Solo esa reivindicación temática ya estaría muy bien, pero 'Action Point' lo redondea, y tiene la clase y el buen gusto de, además, rodar de forma exquisita sus stunts, sin cables, sin retoque digital. Una película de los setenta en 2019. Un regalo sin civilizar para los sentidos.
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