Hay películas que están destinadas a ser comedias o dramas. Siempre habrá cineastas que consigan dar un buen giro a una historia aparentemente muy restringida a determinado género, consiguiendo así superar sus propias limitaciones y ofrecernos algo que realmente merezca la pena. Sin embargo, hay casos en los que resulta incomprensible que alguien intente ir contra natura, y eso es algo que afecta especialmente a ‘Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros‘ (Abraham Lincoln: Vampire Hunter, Timur Bekmambetov, 2012) y ‘Lincoln‘ (Steven Spielberg, 2012), dos películas aparentemente complementarias, ya que la primera estaría destinada a ofrecer un enfoque rocambolesco, desenfadado a la versión no oficial de la historia, mientras que la segunda se centraría en la vertiente más dramática de la vida de uno de los presidentes más famosos de los que ha gobernado Estados Unidos. El problema es que no ha sido así, ya que la primera ha querido jugar en la misma liga que la segunda, y el resultado dista mucho de resultar satisfactorio.
El timo de ‘Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros’
Ayer mismo me quejaba de que el discreto guión de ‘Las Aventuras de Tadeo Jones‘ (Enrique Gato, 2012) le impedía alcanzar todo su potencial, pero eso es algo que se queda en mera anécdota ante el despropósito que nos encontramos firmado por Seth Grahame-Smith en el caso que nos ocupa. ¿Cuál es el problema? Pues que ‘Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros’ incurre (y se regodea) en todo lo que en una cinta de corteo paródico-humorístico se puede pasar relativamente por alto por las risas que nos proporciona, pero resulta insalvable en el caso de un drama histórico serio. Y es que ahí está el primer cáncer de la función: Quiere ser una cosa pero sin jugar con sus reglas, y el resultado es un cóctel extraño que quiere que te tomes en serio situaciones disparatadas, mal perfiladas y, en general, torpemente desarrolladas.
Es cierto que mi primera reacción al descubrir el tono imprimido a la película fue sentirme completamente estafado, siendo algo de lo que parece que se ha percatado Fox España, ya que ha minimizado al máximo en su campaña publicitaria el hecho de que el protagonista es Abraham Lincoln, quizá sin saber cómo vender algo que nunca está a la altura. La cosa no empieza del todo mal con el protagonista siendo adiestrado por un “misterioso” (las comillas van porque se ve a la legua cuál es la sorpresa que esconde) personaje en su cruzada contra los vampiros. Ya aparecen ciertos toques de puesta en escena (la cámara lenta hace años que perdió su efectividad para recalcar la espectacularidad de ciertos momentos) por parte de Timur Bermambetov que no podrían funcionar peor, pero argumentalmente es todo tan sencillo que, aunque pendiendo de un hilo, la película aún se sostiene.
Los graves problemas llegan cuando la historia tiene que evolucionar, incluir nuevos personajes y crear varias tramas paralelas que sepan mantener el interés del espectador. En el primer caso, la superficialidad es la nota dominante, siendo los actores los encargados de intentar (ojo, he dicho intentar) evitar el descarrilamiento completo de la película, pero es que, pasando al segundo punto, cuenta con unos personajes tan intrascendentes, poco atractivos y carentes de poder empático que a uno le importa tres pimientos a quién maten los vampiros (y eso que hay un asesinato en concreto que debería tener una gran fuerza dramática) y si nuestros héroes logran poner a salvo al pueblo de Norteamérica. Sobre las tramas paralelas, ¿realmente creéis que hay alguna posibilidad de que funcionen si mantienen la tónica del resto de elementos?
No hay redención posible para la película
Un aspecto que podría servir de redención a ojos de unos cuantos es el componente espectacular de ‘Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros’, no ya sólo por la utilización de efectos visuales, sino por el hecho de no renegar del uso abundante del gore para intentar conseguir una catalogación por edades menos restringida en Estados Unidos. La pega es que visualmente está a años luz de resultar estimulante, ya que los grandes momentos en este apartado (la consecución de la venganza por parte del protagonismo y el combate a bordo del tren) tienen un toque que favorece la confusión, limita su espectacularidad y, lo peor de todo, acaban haciéndose muy pesadas para el espectador. Eso es algo que se traslada a los combates cuerpo a cuerpo con vampiros, los cuales tienen cierto atractivo al principio, pero acaban resultando redundantes, y el cansino uso y abuso del ralentí por parte de Bermambetov es el toque de gracia para hundirlo del todo.
El último lugar que podría salvar la película es su reparto, y es cierto que ahí encontramos lo mejor de ‘Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros’ en el trabajo del poco conocido Benjamin Walker, el cual logra resultar creíble en todas las edades por las que pasa su personaje y, además, deja ver cierto carisma que otra película podría explotar mejor. El problema es que es la única luz entre la oscuridad total, ya que sus compañeros de reparto también fracasan de forma estrepitosa, pero mejor vamos de menos a más según el nivel de horrorosidad: Rufus Sewell y Mary Elizabeth Winstead han demostrado en varias ocasiones ser intérpretes competentes, pero eso no les impidió aceptar personajes extraordinariamente planos, excesivamente dependientes del protagonista (su némesis el primero y su esposa la segunda) y que lo único que provocan es indiferencia.
Algo similar a lo anterior pasa en el caso de Dominic Cooper como su mentor, el cual cuenta con la pega añadida de ser el protagonista de un detalle espantoso en el desenlace de la película. Sin embargo, los que peor suerte corren son Marton Csokas como el primer gran enemigo de Lincoln, Anthony Mackie como su mejor amigo y Erin Wasson como la gran aliada de Sewell. Esta última tiene al menos la excusa de ser una modelo con escasa experiencia y que su papel es una basura antológica, pero los dos primeros podrían haber sacado más jugo a sus personajes, el primero a sus excesos y el segundo a su carga positiva. Podría decirse que la primera palabra para definir todas las actuaciones, con la salvedad de Walker (y no en todo momento), es que son sosas, pero también que ellos poco hacen porque esto pase desapercibido.
En definitiva, ‘Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros’ es una tomadura de pelo colosal que reniega de su condición de simpática mamarrachada para intentar jugar en la liga del drama histórico. El resultado es un mejunje superficial en el que, con la excepción del trabajo de su protagonista, nada funciona (y el gran reto es elegir qué es lo peor de todo), el aburrimiento no tarda en hacer acto de presencia y uno está deseando que la película acabe cuanto antes. La peor película que nos ha llegado en lo que va de verano, o al menos la peor de entre las que he tenido la ocasión de ver hasta ahora. Huid de ella y emplead vuestro tiempo en otras cosas más productivas como, por ejemplo, ver volar a una mosca durante una hora o dos.
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