Hacía tiempo que un director no se lo ponía tan fácil —o tan difícil— a la crítica como Mel Gibson. Con el estreno de su última película, ‘Apocalypto’, parece que, de una forma u otra, a todos los críticos nos han dado un papel con lo que se puede decir a favor o en contra. Por supuesto, con ese papelito parece que viene incluida una lista para descalificar tu opinión según vaya en un sentido u otro.
Principalmente, parece ser que no existe el derecho a cuestionar al Mel Gibson es su faceta de “genial director”, de “gran creador de imágenes”, “maestro de la emoción” o, lo que más risa me causa “el gran independiente que decide, porque es así de chulo, rodar películas en lenguas muertas, lo cual le convierte en un genio”. Si lo haces, es porque no te gustan sus ideas políticas. Lo siento señores, pero no estoy de acuerdo. Dejando aparte las desafortunadas declaraciones públicas de Mel Gibson o sus extremistas posturas religiosas o políticas, mi opinión es que ‘Apocalypto’ es una oda a la simpleza mental, un guión de derribo, un aburrimiento supino de más de dos horas y un producto cinematográfico sin apenas interés. Hala, ya me he quedado tranquila.
El primer problema de ‘Apocalypto’ es querer estar en misa y, a la vez, repicando. El film se presenta como una película de aventuras, de emoción, en el contexto histórico del declive de la civilización maya. Según eso, la película debería ser entretenida, espectacular y trepidante, pero no es sino un inacabable rosario de escenas tediosas, de un paseo que no termina nunca, de unos planos inacabables en las minas de cal, de una escena ridícula, increíble y patética con la niña leprosa que debería haber caído en la sala de montaje, de diálogos recitados con pasmosa lentitud —una cosa es hablar en una lengua muerta y otra hablar más despacio que un muerto, cómo se notaba que no sabían lo que estaban diciendo—.
De ese cine de entretenimiento, Mel Gibson sólo se queda con la peor parte: la alucinante simpleza de su argumento. Un argumento digno de un film de Chuck Norris: “Mataron a mi padre. Busco venganza” o de un film paródico: “Mi nombre es Íñigo de Montoya, mataste a mi padre, prepárate a morir”. Por si eso fuese poco, contiene varios de los trucos de guión más risibles que he visto en mi vida. El único momento que me intrigó porque no se me ocurría cómo lo iba a resolver, lo despacha de un plumazo con el Deus Ex Machina más descarado de la historia del cine. Ese truco se podría utilizar si el protagonista conociese lo que iba a ocurrir y lo utilizase con ingenio para engañar a los más supersticiosos, pero colocado como una casualidad, clama al cielo. La excesiva suerte que tiene el protagonista es inverosímil. No sé si con ello Gibson quiere dotarlo de un halo de divinidad, pero para mí eso no cuela. SPOILER No digamos ya lo de llegar al rescate justo en el último segundo como en las peores series de dibujos animados. FIN DEL SPOILER No pasaría nada por ser tan simple si al menos fuese entretenida, pero es de lo más aburrida. O al menos a mí me lo pareció, pues sé que esto puede ser subjetivo.
Como decía: en misa y repicando. Pues, mientras el guión de la película es lo más simple que se ha hecho en años, al mismo tiempo Gibson le pide a espectadores que jamás irían a ver una película en inglés (un idioma del que al menos sabrán unas cuantas palabras) con subtítulos, que se trague dos horas y pico en maya. Lo que más me extraña de todo es que la gente, efectivamente, va a verla. Aunque de cine profundo sólo tiene las ínfulas, pues ni por asomo muestra el declive de ninguna civilización ni tampoco aquello que anuncian en el tagline: “cuando llegue el fin, no todos estarán preparados”. Nos pone el ejemplo de un sacrificio, pero no hay ninguna trama política que nos demuestre cómo se comportaban en la cúpula aquellos dictadores tan despiadados. Aparte de las imágenes que fingen criticar una crueldad de la que el propio Gibson se alimenta para dar morbo a sus películas, no sabemos nada más sobre el pueblo maya. Y no es que yo le exija la profundidad a la película, pues no me importaría que no la tuviese si fuese sobre otros temas, es que se ha vendido como un gran retrato de una civilización.
Una vez el protagonista logra huir, comienza el famoso tercer acto de la película, la tan alabada persecución considerada como una “cumbre del cine”. Si bien es cierto que es, con diferencia, lo mejor de la película, creo que no hay nada en todo ese bloque que eleve a Mel Gibson por encima de la categoría de realizador solvente. Si hacer planos en steadycam por la jungla, viendo pasar rápidamente las hojas en primer término te convierte en “Dios”, entonces no sé qué debería pensar cuando veo el bosque de bambú en ‘La casa de las dagas voladoras’. Si el talento de Gibson está en sostener la acción cuarenta minutos, entonces no sé que hay de genial en la vez número veinticinco que veo el mismo plano de un indio a cámara lenta rodado en plano frontal con teleobjetivo. Asusta ver que apludan a Gibson por planos o efectos de montaje que son rechazados si los hiciesen Kevin Reynolds o Michael Bay. Al final, todo se reduce a dejarse sorprender por cierto gusto gore heredado de la plúmbea ‘Pasión de Cristo’ (y que tanto sorprendió a los que desconocían los sangrientos pasos procesionales castellanos) y por una truculencia bastante tonta.
En definitiva, que más que enojarme por haber visto una mala película y haberme aburrido durante todo el metraje, lo que me ocurre es que me quedo sorprendida por cómo se venden los productos cinematográficos. Está claro que hay algo que aún no he comprendido bien. Ya no son ganas de criticar lo que me mueve a escribir esto, sino más bien la perplejidad.
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