Y en Roma pasan cuatro relatos. El de un arquitecto (Alec Baldwin) cuya pretensión de ángel de la guarda de otro joven arquitecto (Jesse Eisenberg) tal vez oculte secretos sobre sí mismo, al ver la atracción que éste siente por la mejor amiga (Ellen Page) de su novia (Greta Gerwig).
También está el choque de culturas que se producirá cuando una joven norteamericana (Allison Pill) presente a sus padres (Woody Allen y Judy Davis) a su prometido y su família, que oculta más de un don. Y un hombre corriente (Roberto Benignini) que despertará lleno de una fama insólita e inexplicable. Y también, una pareja de recién casados (Alessandra Mastronardi y Alessandro Tiberi) cuyos secretos sexuales estén, tal vez, relacionados con enredos con el hampa o una prostituta (Penélope Cruz).
Como el mejor Woody Allen cómico, que estos años ha permanecido felizmente recluído en las páginas del New Yorker al tiempo que, solamente al desenterrar un viejo guión de los setenta, daba muestras de ser todavía un gran cómico en muy buena forma.
No se me malinterprete.: disfruté de sus incursiones últimas en el Londres cargado de seres repugnantes (con Hopkins y Banderas liderando el cásting) o el París de referencias a la alta cultura que, para mi asombro, fue muy bien recibido por un público al que no imaginaba, y lo digo sin condescendencia alguna, ocupado en reír los chistes de la generación perdida norteamericana y de ese país, una fiesta, de bohemios de vanguardia.
Pero, al margen de su película setentera rescatada con un gran Larry David, a Woody Allen no le sucedía la comedia con tanta frecuencia ni gracia como antaño y por eso, al sentarme a ver esta película, he asistido a un reencuentro con el mejor Allen, uno que ya no se estila, que por parecer, parece un enormísimo regalo y se saborea como la mejor de sus comedias que, tratándose de un hombre de un cerebro tan elástico, puede haber sido rodada en los setenta, ochenta o noventa, mal que pese a sus detractores.
Es cierto.: es un director acaso más descuidado, menos cauteloso en su puesta en escena, ahora que está en este tour financiado por gobiernos y Mediaset pero en esta película amaña Allen un brillantísimo comentario sobre como la fama es una prisión aparatosa pero en el fondo embriagadora, ya que engorda la vanidad con esa cantidad abrumadora de atenciones que colman cualquier idiotez que haga uno, por minúscula que sea, y también nos concede una voluntad total en nuestro espacio ya que se convierte uno en el centro mismo de su propia vida, acaso la quimera a la que nos enfrentamos cuando, día a día, nos sentimos desplazados incluso de lo que pensamos, estudiamos, trabajamos o sentimos.
Y qué me dicen del amor. Reaparece, por supuesto, la consabida neurótica alleniana, pero Allen se guarda un as en la manga al proporcionar en forma de inverosímil ángel de la guarda, en realidad es el recuerdo de quien ha envejecido ya el que habla pero el público no detecta esto hasta el final de dicho relato, un comentario sobre esas cosas que preferimos no ver cuando somos seducidos.
¿Por qué no es la seducción la mejor de todas las mentiras posibles? No somos más que posibilidades, vamos en el viento en la siguiente frase, dejamos que el deseo, propio y ajeno, intervenga en nuestras vidas y durante un momento, breve pero feliz, olvidamos esas necesidades que, al final de la historia de Baldwin, reaparecen para recordarnos que no somos solamente lo que deseamos, sino también lo que necesitamos, el pacto que hacemos con la realidad, por así decirlo.
Y esa pareja de recién casados, venidos de la provincia, convencidos de las bondades de la alta sociedad, pero necesitados, en realidad, de llenar sus instintos más bajos y saber amarse, no de manera leal solamente, sino de manera sucia, obscena, finalmente animal. Y es con esa prostituta feliz que encarna Penélope Cruz que lo aprendemos esto.
¿Y la historia del Allen actor, felizmente reencontrado? Un hombre que no se resigna al descubrir a otro hombre que, canto en ducha, es, en realidad, un Caruso contemporáneo, así lo van a definir los titulares, capaz de iluminar al mundo, eso sí, desde la ducha.
¿No es maravilloso el cine de Woody Allen?
Vaya si lo es.
Caviaro está de acuerdo, vaya si lo está, y Maldivia dice que Allen está salvado, de nuevo, por el surraelismo. En cambio, Mikel asegura que es demasiado larga e irregular.
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