Pocos programas han marcado tanto a la televisión española de manera brutal y al mismo tiempo imperceptible como '¿Quién quiere casarse con mi hijo?'. El programa presentado por Luján Argüelles cambió la forma que en España teníamos de enfrentarnos a los realities: su equipo de montaje era tan bueno que el formato fue mil veces copiado pero nunca igualado.
Las frases sacadas de contexto, los efectos de sonido, la comedia constante, el tono de burla y nihilista se enfrentaba frontalmente al resto de realities: mientras aquellos reivindicaban su puesto en televisión como una alternativa de entretenimiento seria, en Cuatro aceptaban su condición de mamarrachada y la explotaban al máximo hasta convertirse en una de las piezas de comedia claves para entender el devenir del humor televisivo español en el siglo XXI, mucho menos reconocido pero igual de influente que los chanantes.
Unfollows y desamor
Ahora, cinco años después del último episodio de '¿Quién quiere casarse con mi hijo?', Luján Argüelles vuelve en un reality de citas claramente deudor de aquel desde su propio título en forma de pregunta, como una especie de sucesor espiritual pero con mucha menos mala leche y carisma: '¿A quién le gusta mi follower?'.
Como decían en la promo de 'Insiders' (probablemente lo mejor que salió de aquello), los concursantes de hoy en día saben a lo que van. No puede haber sorpresas porque han visto mucha televisión, viven en redes sociales y son conscientes de lo que decir y hacer para conseguir fama y reconocimiento. Las salidas de tono del programa de Cuatro, con la fabulosa Mari Carmen a la cabeza, aquí se transforman en transgresiones muy medidas y sin ninguna gracia.
El equipo de montaje hace lo que puede para intentar traer el espíritu de '¿Quién quiere casarse con mi hijo?', pero, a diferencia de aquel, se le ven las costuras. Más allá de un par de running gags realmente inspirados (el jingle de 'El psicólogo'), el programa, más allá de un buen piloto con mejores intenciones que tono enseguida se embarra. Para cuando llega el episodio final, Netflix hace bien en preguntar "¿Sigues ahí?", porque gran parte de su público se habrá ido.
Una foto borrosa
Vivimos una época en la que hacerse famoso por tu desparpajo más que por tu talento está a la orden del día, y '¿A quién le gusta mi follower?' lo sabe y exacerba: los concursantes del reality, por mucho que afirmen con vehemencia que van a buscar el amor, lo que van es a buscar una pasarela de entrada al mundo del famoseo y rascar unos cuantos likes, sin darse cuenta de que los concursantes de los realities de Netflix, salvo honrosas excepciones, son de usar y tirar.
Donde '¿Quién quiere casarse con mi hijo?' parecía, dentro de lo que cabe, real (ese momentazo al ritmo de 'El tango de Roxanne' de 'Moulin rouge'), el programa de Netflix es una muestra de los tiempos que tocan, con unos protagonistas artificiales que ni siquiera fingen que que están buscando el amor: lo que buscan es la fama a toda costa, y para ello hacen todo lo que haga falta, incluso fingir interés en tres personas que no son capaces de aportar mucho al desastre de casting. Y no lo digo por la diversidad afectivo-sexual de la que hace gala y que echará a los más rancios del lugar: eso es estupendo e, igualmente, un reflejo de la época en que vivimos.
Por suerte, incluso de este reparto formado por influencers wannabe, la peor pesadilla de la sociedad moderna, son capaces de sacar algunas frases que sirven como bromas recurrentes ("Soy perfecto"), pero parece que el equipo del programa tiene miedo de hacer daño a los concursantes y se corta en la edición. Tanto, que al final queda un café descafeinado con mucho azúcar cuando lo que queríamos era volver al café bien cargado del programa original. Sabes lo que quiere hacer, pero también que alguien está diciendo todo el rato "Ay, pobrecillo" y eliminando las bromas más dolorosas.
Una flor sin olor
No nos llamemos a engaño: '¿A quién le gusta mi follower?' tiene mejores intenciones y acabado que la abrumadora mayoría de programas que se emiten en la televisión tradicional ahora mismo. Tiene un montaje, un guion, una manera de unir lo grabado sorprendente y única: pudiendo hacer un trasunto de 'La isla de las tentaciones' o 'Love island', en Netflix han preferido irse a un programa de mucho más nicho. Es, en el fondo, una carta de amor a los fans que pedían el regreso de '¿Quién quiere casarse con mi hijo?'.
Y casi lo consiguen. Tan solo le hacía falta tener un mejor cast, redactores con más mala leche y un equipo de edición experto que supiera sacar los mejores running gags. El primer episodio, eso sí, es una fantasía, sobre todo si nunca has visto el programa original: aunque le faltan señas de identidad (los cortes abruptos, los efectos de sonido, los grafismos locos) se nota que tiene el ADN de una televisión que existía hace unos años y a la que otros formatos más pobres en todos los sentidos terminaron por comerse.
No puedo recomendar, siendo honesto, '¿A quién le gusta mi follower?' ni como último reducto de un tipo de telerrealidad que ya no se hace: el programa se quema muy pronto, dura demasiado y ninguno de los personajes que pulula por él es lo suficientemente interesante o carismático como para sostener cada episodio en sus manos. En la Gran N han querido coger un formato perfecto y rehacerlo, pero sin la inocencia de las madres y el montaje salvaje, esto no es lo mismo y termina sintiéndose raro e incómodo. Ojalá tomen nota y lo mejoren en caso de una segunda edición. Potencial tiene.
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