Tom Ripley (Alain Delon), es un cazafortunas que llega a Europa para convencer al hijo de un millonario, el playboy Philip (Maurice Ronet) de que debe retornar para dirigir los negocios de su padre. Pronto, se verá sumergido en una telaraña de engaños y conocerá a la seductora esposa de Philip (Marie Laforet) y comenzará a desear lo que el niño rico posee.
René Clément no tiene lo que llamamos una gran obra. De su primera etapa, destaca el tremendo melodrama ‘Juegos Prohibidos’ (Jeux Interdits, 1951) que, visto hoy, es toda una lección de como rodar una historia de amistad infantil en tiempos de guerra, alejada del trazo grueso y la manipulación sentimentaloide de niños en pijamas de rayas y es todo un ejemplo de inteligencia. Director por encargo, hacedor de adaptaciones literarias, Clément llega a los sesenta con un éxito de taquilla, esta ‘A pleno sol’ (Plein Soleil, 1960) que adapta una novela de Patricia Highsmith, cinco años más tarde.
Patricia Highsmith (1921-1995) era una escritora de novela negra estadounidense que contó con el fervor de la crítica, algo extraño, debido al tono existencial de sus obras.: al fin y al cabo ¿no eran sus héroes unos perturbadores trepas sociales que encajaban en el clima de sinsentido moral dibujado por Sartre y que funcionaban como versión primaria de algunos dilemas contenidos en novelistas rusos como Dostoievski?
Homosexual reprimida y de vida tumultosa, se encontró con el éxito de su primera novela, Strangers on a train, rápidamente adaptada por otro titán, Raymond Chandler, y dirigida por Alfred Hitchcock y encontró en Tom Ripley, y sus relaciones homoeróticas con formas del poder una forma perfecta de desarrollar una visión de su pesimismo más desatado. ‘Extraños en un tren’ (Strangers on a Train, 1951) era una historia de suplantaciones entre dos personas, de asesinatos cruzados, de la necesidad de basar el status quo en la muerte y en el desplazamiento de la culpa.: en esta historia de deseos y de un hombre suplantando a otro, Hitchcock logró una de sus más respetadas e irreprochables obras maestras.
A Clément no había sido nunca ajeno al talento de los demás. Una de sus primeras colaboraciones fue con Jean Cocteau, en ‘La bella y la bestia’ (La belle et la bete, 1946) y en los cincuenta había dirigido ya adaptaciones literarias, como decía, de prestigio, en este caso de Émile Zola. Adaptando el material de Highsmith, el guionista Paul Gégauff se encontró a un cineasta en estado de gracia y a una adaptación cuyo éxito internacional permitiría soñar, por un tiempo breve, por la consagración de euro-noir cuyas muestras demuestran talentos extraños y también añorados, por qué no decirlo.
¿Pero quién era Gégauff? Estamos hablando del colaborador clave de Claude Chabrol, el gran maestro de la intriga y el suspense, como una de las bellas y sensuales artes, del cine europeo. Llegaron a colaborar en ¡catorce! películas juntos con lo cual la inspiración es colectiva.: cometemos, a veces, yo también, el descuido de ignorar la cantidad de talentos que permiten una película, una gran película, suceder, no siempre debidos a una visión unitaria del director.
Comenta Jonathan Rosenbaum que Gégauff y Clément logran una adaptación tan hitchockiana como lo fue la que el propio maestro realizó ya que se comparte el tema de la suplantación de personalidad y de la relación homoerótica entre caracteres. Para mi, la espectacular banda sonora de Nino Rota y la impresionante fotografía de Henri Decae hacen el resto, proporcionando un aspecto suntuoso y tentador a las localizaciones mediterráneas. Decae apuesta por unos colores vivos, arrebatadores, Clément abandona el trípode en algunas secuencias, pero se mantiene en planos abigarrados en color, sin descuidar lumínicamente su propuesta ni su escenario. Todo un ejemplo de grandeza técnica y estilista bien combinados.
El protagonista es el magnético y hermoso Alain Delon, criatura diabólica que brinda una interpretación insuperable, haciendo que su propia belleza física sea tan expresiva que en sus gestos notamos un aire luciferino, discreto, posesivo.: son tantos los matices que imprime a su actuación que son difíciles de ignorar. No menos hermosa y seductora está Marie Laforet como el objeto de deseo de Ripley, contrastando su belleza frágil con la posesión total y suplantación que ejerce el Ripley de Delon. Muy notable está Maurice Ronet en un papel menos amable para el espectador (ya que ejerce de mimado y de víctima al mismo tiempo).
En definitiva, esta película es tan buena como pueden ser los mejores thrillers y es una de las piezas clave del cine negro más reciente. Es mucho más conocida la segunda adaptación de la novela, ‘El talento de Mr. Ripley’ (The Talented Mr. Ripley, 1999) que para mi resulta bastante más académica y menos sexy, incluso hasta cierto punto predecible en sus apuestas y ambiciones, sin obtener notables resultados y apostando por interpretaciones correctas antes que sensuales y por una fotografía también paradisíaca antes que, directamente, lujuriosa. La sensibilidad estética de los hacedores de la versión de los sesenta convierte en conservadores a los de la nueva versión, más ocupados de seguir una línea argumental, sin entender las ambiguas relaciones eróticas que se establecen en este triángulo.
Pero en 1960, no conviene dejar este clásico en el olvido, se adaptó a Highsmith con talento descomunal y diabólico, con un Clement con una habilidad (¡hitchockiana!) para capturar temas del maestro británico y de la escritora norteamericana, con un Delon inspirado y una partitura, nostálgica que atraviesa a cualquier cinéfilo sensible, de Nino Rota capaz de romper los huesos al espectador. Esto es lo que se viene conociendo como clásico.
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