Los fantasmas de ultra-baja fidelidad nos están dando unas cuantas alegrías últimamente. En 'Personal Shopper', muchos cinéfilos de postín que buscan cine “cuyo interior palpite con verdad” pero luego quieren sustitos á la 'Expediente Warren' se quejaron de la pochez de los efectos fantasmagóricos que atormentaban a Kristen Stewart. En 'A Ghost Story', David Lowery se tira en plancha a la representación chanante de las almas en pena plantándole una sábana mugrienta a Casey Affleck para simbolizar su vida ultraterrena, como en un tebeo de Mortadelo.
En la película de Assayas, el defectuoso CGI proponía una disrupción del código visual al que nos ha acostumbrado el cine de terror comercial, con apariciones que recordaban a las primigenias transparencias del cine mudo o la linterna mágica. Aquí vamos aún más atrás: a los grabados de historias de fantasmas victorianas, a los carteles de ilusionistas decapitados tomándole el pelo a Satanás, a 'Doña Urraca en el castillo de Nosferatu' (no hay que descartar nada).
La decisión estética es tan arriesgada y tan acertada que se permite ser el mismo núcleo de la película y transmitir la desidia existencial que preside toda su historia. De hecho, en una historia que juega al misterio pero que en realidad hace una propuesta narrativa bastante limpia y sencilla, el enigma de la sábana con tristes agujeros a modo de ojos, como un disfraz de Halloween de última hora, permanece como el gran laberinto simbólico sin explicar de la película.
Porque más allá de eso, la película es pulcra en su propuesta: un hombre muere y su espíritu queda encadenado a la casa en la que vivía. El más allá se limita a un pasar el tiempo infinito de semanas, meses, años. Primero, lo cotidiano de su fallecimiento para quienes le rodeaban, que intentan afrontar el duelo como pueden (en el caso de su novia, con algún que otro arrebato histérico salvado por la extraordinaria interpretación de Rooney Mara, muy por encima de la algo crispante pasividad de Affleck).
Pero el tiempo pasa. Llegan nuevos ocupantes. Y lo que hasta aquí parecía una historia de encadenamientos a recuerdos y al pasado y a cómo superar los traumas da un bienvenido salto hacia la originalidad, focalizando su atención en el espacio. En cómo los espacios llevan las marcas de quienes los habitan, proponiendo una especie de psicogeografía estática que sigue avanzando en el tiempo hasta que el fantasma toma una decisión inesperada.
Decisiones arriesgadas para una propuesta aparentemente sencilla
La decisión de Lowery de permanecer fiel a la inexplicada presencia textil del fantasma, e incluso buscarle una pareja en el vacío del tiempo, una forma de comunicarse y una lógica a su comportamiento, puede o bien distanciar al espectador o bien vincularle de forma más o menos permanente con la película. Para todo lo demás, el director de 'Peter y el dragón' plantea pocos enigmas: 'A Ghost Story' transcurre plácida y serena, como las canciones de Daniel Hart que la arrullan. Enigmática y tranquila, si se quiere, pero con pocas complicaciones.
¿O quizás no? Lo que cuenta 'A Ghost Story' abarca décadas de nuestro tiempo y varios planos de existencia. En su secuencia más peculiar y quizás innecesaria -aunque puede que también propietaria de un humor esquinado con el que Lowery parece decir "¿No quieres que te lo explique?... pues toma"-, el direcror hace que un personaje verbalice una teoría del Todo que se contradice parcialmente con la búsqueda de significado global que propone la película. ¿Se nos escapan datos o Lowery quiere que su historia sea contradictoria y dé vueltas sobre sí misma, como el propósito del fantasma?
Como se puede ver, 'A Ghost Story' es complicada de clasificar, por mucho que sea fácil de contemplar. Habrá incluso quien la contemple sencillamente como una historia de amor ultraterrena, como una versión desastrada, apropiada para estos tiempos que corren, de 'Ghost'. Porque al fin y al cabo, si algo se puede decir sin miedo a equivocarnos, es que 'A Ghost Story' cuenta la historia de un fantasma. Íntima, trascendente o sin demasiada chicha, pero ya desde su título, esta especie de acercamiento parapsicológico a la estética del Terrence Malick más sencillo, difícilmente engañará a nadie.
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