De entre la infinidad de sensaciones que puede provocar o transmitir un largometraje, y centrándonos exclusivamente en las negativas, puede que la peor de todas sea la decepción. Un sentimiento que puede estar provocado por unas altas expectativas frente al producto —no es el caso que nos ocupa— o, y esto es aún más frustrante, por ver cómo este se desinfla progresivamente por distintos motivos hasta alcanzar niveles indeseados.
Esto es precisamente lo que ocurre en el caso de ‘A ciegas’ —‘Bird Box’—, la producción de Netflix que ha marcado nuevos hitos en la plataforma de streaming, recorriendo con acierto un buen número de lugares comunes del subgénero postapocalíptico para terminar defenestrando el relato al verse incapaz de darle una necesaria vuelta de tuerca y de huir del drama más apolillado.
Lugares comunes cuesta abajo y sin frenos
No puede negarse que tanto el primer acto de lo nuevo de Susanne Bier, así como buena parte del segundo, logran atrapar gracias a su intensidad y su inteligente aproximación a tópicos y esquemas vistos una y mil veces. Así, tras la presentación de personajes de rigor y después de desatar el apocalipsis en una secuencia sobrecogedora y filmada con una contundencia envidiable, ‘A ciegas’ muta en ese tipo de filme de terror que bien podría haber firmado el maestro John Carpenter a mediados de los ochenta.
Esta última afirmación viene dada principalmente por dos motivos, siendo el primero de ellos su simple premisa narrativa, que encierra a un grupo de desconocidos en un espacio obligándoles a cooperar mientras se enfrentan a una amenaza común. Un mal, segundo vínculo con el gen Carpenter, que hereda del Master of horror ese tratamiento casi lovecraftiano e inexplicable para el común de los mortales, que en ‘A ciegas’ funciona a la perfección.
Es precisamente esta reticencia a dar respuestas concretas sobre lo que está ocurriendo, qué lo genera y cuál es su naturaleza, la mayor virtud de una película que va degenerando hasta convertir el arquetipo en cliché, negándose a evolucionar y alzar una voz propia entre sus congéneres, y transformando lo que podría haber sido una propuesta ciertamente original en un artificio previsible y sin espacio para la sorpresa.
Más allá de este potencial desperdiciado, puede que lo que más perjudique a esta ‘A ciegas’ sea su pobre tratamiento de personajes, planos y desdibujados —algo imperdonable en una cinta de este corte—, que encuentra su mayor representación en una protagonista, interpretada por una entregada —y descafeinada— Sandra Bullock, cuyo arco emocional resulta tan precipitado como inverosímil.
La llegada de un tercer acto en el que se rompe por completo el tono y que pretende apuntalar unos discursos presentes, pero completamente difusos, a golpe del melodrama propio de un telefilm dominical, termina sepultando las modestas virtudes de ‘A ciegas’ bajo una inmensa capa de decepción de la que es mejor apartar la mirada.
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