Amaneció hoy gris en San Sebastián. Temía yo que a las 8 de la mañana, y con la playa a cien metros, soplara una rasca de campeonato. Pero nada de eso. Se estaba bastante bien. Y ya por la tarde bochorno del bueno. De hecho, mientras escribo estas líneas tengo la ventana abierta y dejando entrar un poco el fresco, porque parece que estemos en agosto. Sí, Mariano, el cambio climático es una realidad, y trágica.
Cambiando de tema. Me llama la atención que mientras en los cines dejan entrar a la gente una vez comenzada la película (al contrario que en los teatros, sana costumbre), en un festival como este no dejan entrar a los críticos que llegan tarde. Tal prohibición debería aplicarse, a mi entender, en todas las salas de cine del mundo, porque es una falta de respeto de los dueños del cine para con la gente que ha llegado a su hora y se tiene que j… porque el desaprensivo de turno está buscando su butaca en medio de la oscuridad.
Mal día para la sección oficial, pero bueno para Zabaltegi
Comenzó el día haciendo cola junto a dos críticos franceses (hombre y mujer), a los que entendía nada pero que eran unos pelmazos arrogantes. No sólo por sus ademanes que justifican la aversión de alguna gente a la figura del crítico, sino porque se fueron de la cola y luego volvieron y me reclamaron su sitio como si tal cosa. Muy majos.
Vimos, a las 9 en punto, la muy esperada película de Jim Jarmusch ‘Los límites del control’, filmada íntegramente en localizaciones de Madrid, Sevilla y Almería. Jarmusch es un director esencial en el cine norteamericano contemporáneo, y lo ha vuelto a demostrar con esta extraña e hipnótica historia, tan minimalista y sugerente como todas las suyas. La gente no sabía muy bien qué decir con ella cuando terminó la proyección, yo aplaudí de buena gana.
No hay el menor indicio de divismo ni de autocomplacencia en la puesta en escena de Jarmusch, que sigue a un hierático hombre sin nombre (interpretado con gran fuerza por Isaach De Bankolé) por diversas geografías de España. Por cierto que le saca más partido, visualmente, a la ciudad de Madrid, que los trescientos directores patrios que lo han intentado antes que él, lo cual resulta tremendamente frustrante. Con una selección musical yo diría que exquisita, somos testigos de una aventura insólita, de una venganza abstracta, en la que, como en ‘Inglourious Basterds’, los idiomas tienen una gran importancia.
Con la serenidad y la elegancia de ‘Ghost Dog’, y el sentido fatalista de ‘Dead Man’, Jarmusch firma otra gran película. En la rueda de prensa (en la que muchos no preguntaban más que obviedades), no tuvo problemas para hablar y hablar, con gran prestancia y energía, de sus ideas. Este hombre es uno de los grandes.
A las 12 pudimos ver la esperada ‘Hadewijch’, del niño bonito de Cannes Bruno Dumont. Es un director que algunos colocarían en la estela de Depleschin o Klotz, pero ni por asomo, y con la nueva película, que es la peor de las suyas, vuelve a reincidir en ese estilo académico y pagado de sí mismo que resulta tan exasperante. Se trata de un hombre de gran cultura cinematográfica, que sabe lo que hace y se defiende bien, pero que no sabe tratar el material del que habla.
Una adolescente (una esforzada y brillante julie Sokoowski) en cuya privilegiada casa no conoce el cariño ni el amor de sus padres, se refugia en un fervor religioso exagerado. Ama a Cristo, eso dice, y su vida carece de sentido porque Cristo no se la lleva con ella. Conocerá a un muchacho musulmán que la llevará por una senda que acabará en tragedia. La historia no está mal, el problema es cómo está contada. Los actores están bien, pero Dumont cuenta bien algunas cosas y otras las cuenta con bastante torpeza, además de que el conjunto parece poco creíble. No se merece estar en el palmarés final.
Por cierto que tuve tanta mala suerte que los dos críticos pelmazos de primera hora se sentaron justo a mi lado, y no pararon de rajar y de moverse en toda la película. De-ses-pe-ra-ción con ellos. Alguien les dijo que se callaran, y lo hicieron…pero siguieron moviéndose sin parar, y dándome codazos. Un verdadero suplicio.
Antes de esta irregular película tuvo lugar la rueda de prensa con Robert Duvall y Aaron Schneider. Ya hablé ayer de la flojita ‘Get Low’, en la que el casi octogenario actor está impresionante. Hoy nos habló de muchas cosas. La sala estaba a medio llenar, pero los que asistimos estábamos encantados con él. Nadie le hacía ni puñetero caso al director, entre otras cosas porque a nadie le interesaba lo que tuviera que decir.
Por la tarde vimos ‘Yo, también’, producción española dirigida por Antonio Naharro y Álvaro Pastor, que es un disparate sin pies ni cabeza y que, si está en el palmarés final, no hay justicia en este mundo. Cuenta la historia de un hombre con síndrome de Down que se enamora del personaje de Lola Dueñas (ex-musa de Javier Rebollo, cuya ‘La mujer sin piano’ se presenta mañana), y que intenta conquistarla. En teoría es una película con mensaje buenrollista en pos de la igualdad de trato con esta minoría.
El problema es que el mensaje es tan evidente, y la forma de hacerlo es tan zafia, que no hay por donde cogerla. Los directores tratan de imbéciles a los espectadores, y acaba uno harto de tanta ñoñería, tanta previsibilidad y tanto tono políticamente correcto. Además, no se le pueden echar menos (y seguro que me echan la bronca por el taco) cojones al asunto. Qué poca verdad, qué poca valentía, que poca verosimilitud y qué poco cine. Y qué pena.
Y eso ha sido todo en el día de hoy. Mañana más. A las 7:45 arriba. Espero que me den alguna alegría.
Saludos desde Donosti