Hace algo más de una semana llegó a los cines españoles ‘Tengo ganas de ti‘, segunda entrega de ‘Tres metros sobre el cielo‘ (o ’3 metros sobre el cielo’, yo he optado por lo segundo para el título porque es lo que se usa para lo de 3MSC que tanto se ha llegado a leer) basada también en una novela de Federico Moccia. Ya os hablé en su momento de la secuela, pero por cuestiones de tiempo no pude escribir nada sobre la primera entrega como tenía pensado, pero he decidido solucionar esa cosa pendiente antes de ponerme con otros asuntos. Eso sí, no os creáis que es porque sea mucho mejor que ‘Tengo ganas de ti’.
El esquema argumental de la película es muy sencillo: Se nos presenta a un caradura con carisma (algo discutible al ser interpretado por Mario Casas) que un buen día conoce a una adolescente malcriada de clase alta. Ella le odia, pero todos sabemos, incluido Hache (el mote del protagonista), que acabará cayendo en sus redes para que así el público disfrute con un amor imposible que cautive el corazoncito de los espectadores. La teoría la damos por buena (sobre el papel todo puede ser una maravilla, hasta cualquier película de Uwe Boll), pero la cosa cambia a la hora de llevarlo a la práctica.
Las pegas de ’3 metros sobre el cielo’
Problema 1: Hache no es un personaje que te caiga bien y encima la película echa por Tierra cualquier posibilidad de que uno pueda llegar a sentir empatía hacia él. ¿Los motivos? Yo no odio a Mario Casas, pero ya comenté que me cuesta creérmelo como galán (aunque hay que reconocer que el chaval luce bien físicamente en las mil veces que sale con el pecho al descubierto), aunque ese punto también es una de las cuestiones problemáticas de la función. Y es que Hache es un vividor violento que roza el convertirse en un maltratador, y me cuesta olvidar que esa preciosa relación sentimental entre él y Babi (María Valverde) deja la sensación de surgir por una mezcla de encaprichamiento y necesidad de él de que ella no testifique en su contra por el peligro que corre de acabar en la cárcel.
Problema 2: Toda la subtrama de las carreras de motos no aporta nada relevante salvo todo lo relacionado con el dramático desenlace. Sí, sirve para reforzar la naturaleza de rebelde sin causa de Hache, pero en realidad sólo sirve para que ‘Tres metros sobre el cielo’ se alargue hasta casi las dos horas de metraje, una auténtica salvajada para lo que tienen que contar.
Problema 3: La poca capacidad de Fernando González Molina para que al menos ‘Tres metros sobre el cielo’ tenga alguna escena rescatable más allá de ser propicia para pervivir en las fantasías de los fans de este tipo de historias. Ojo, yo no tengo ningún problema con contar historias de amor en el cine, pero sí con hacerlo mal. En este caso, no se abusa tanto de los fundidos a negro como en ‘Tengo ganas de ti’, ni tampoco se mete con calzador una escena con la intención de ser icónica (en la que Hache dice las palabras del título), pero la cosa se limita a la corrección y confiar ciegamente en el guión. Y esa una buena idea sólo cuando se tiene un guión excepcional.
Problema 4: María Valverde es la única que ofrece una interpretación rescatable, pero su personaje llega a ser tan repelente (más al comienzo que al final, eso sí) que está muy lejos de servir como compensación para todo lo demás, donde se oscila entre el desaprovechamiento de personajes o que éstos sencillamente te caigan tan mal que poco te importa si los actores llegan a hacerlo medianamente bien o no.
Problema 5: Los tópicos por doquier, siendo quizá el más sangrante la utilización de un horrible flashback intercalado con el presente para hablarnos del pasado del protagonista y así redimirlo un poco de su situación actual. Así pueden decir que no es culpa suya que ahora sea así (un macarra violento con cierto encanto) y, de paso, dejarte la sensación de que si ahora te cae mal es culpa tuya. No obstante, la propia relación amorosa es el mayor tópico de todos, y eso puede no importar a algunos, pero a mí me molesta y, sobre todo, aburre.
En definitiva, ‘Tres metros sobre el cielo’ es una muestra mediocre (y siendo generoso) pero con gancho del tan cansino recurso de joven impresionable que se enamora por primera vez de un rebelde sin causa, que en este caso roza peligrosamente el poder acabar convirtiéndose en un maltratador. Todo ello orquestado para encandilar a un público similar al de La Saga Crepúsculo (de la que hace poco pudimos ver un nuevo tráiler de su última entrega), aunque tratando con algo más de respeto a la inteligencia del resto de espectadores. Eso sí, arrasó en taquilla y también lo está haciendo su secuela, así que ojalá se sigan haciendo producciones que sepan atender los gustos del público español, pero, por favor, que sea también en otros géneros, que éste quizá sea más barato de hacer, pero el resto de espectadores también tenemos derecho a que se haga otro tipo de cine comercial en nuestro país.